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Por Luciano Monteagudo Tal como adelantó ayer Página/12, el film japonés After Life o La vida después de la muerte ganó, por unanimidad, el premio a la mejor película de la primera edición del Buenos Aires, Festival Internacional de Cine Independiente. El film escrito y dirigido por Kore-eda Hirokazu (nacido en Tokio en 1962) obtuvo además el premio al mejor guión y estuvo a punto de llevarse también el galardón al mejor director, pero el reglamento del festival impide que una misma película acumule más de dos premios, por lo cual el jurado finalmente otorgó esta distinción al director argentino Pablo Trapero, por su excelente opera prima, Mundo grúa. Quizás como una forma de ratificar el interés que despertó la película local, el protagonista de Mundo grúa, Luis Margani -simplemente Rulo, para quienes vieron el film- fue premiado como mejor actor, mientras que los honores a la mejor actriz fueron para Monic Hendrickx, figura central de la producción holandesa La novia polaca. El jurado integrado por el guionista Barry Gifford, los directores Carlos Marcovich y Whit Stillman, el crítico Peter van Bueren, la actriz Valentina Bassi y Kim Don Ho, director del Festival de Pusan (Corea del Sur) y Fernando Lara, director del Festival de Valladolid, también consideraron necesario hacer entrega de dos menciones especiales: a la portuguesa Ana Moreira, "por su notable primera actuación en un film de largometraje" (Os mutantes) y a los films La manzana, de la iraní Samira Majmalbaf, y Beshkempir, de Aktan Abdykalykov, "por sus originales logros artísticos". El premio del público fue para La manzana --cuyo estreno local está previsto para dentro de dos semanas--, mientras que el jurado paralelo de la Organización Católica Internacional de Cine (OCIC) también premió la película de Majmalbaf, junto con Mundo grúa y Os mutantes, de Teresa Villaverde. Un par de omisiones flagrantes en el dictamen del jurado fueron las del film chino Xiao Wu y la de Solo contra todos, de Gaspar Noé, pero aparentemente el jurado estaba muy dividido en sus opiniones y solamente encontró, desde un comienzo, una única zona clara de consenso en After Life. El film japonés llegó a la muestra de Buenos Aires luego de una importante carrera en el circuito de festivales internacionales de fin del año pasado. Se exhibió fuera de competencia en Vancouver, Toronto, Tokio y Londres y en concurso oficial en San Sebastián, donde salió premiada -en una controvertida decisión del jurado-- El viento se llevó lo qué, de Alejandro Agresti. Fue particularmente curiosa la reacción en Toronto, donde los mercaderes norteamericanos se disputaron no tanto los derechos de exhibición del film sino más bien la compra del guión, para hacer una remake en Hollywood con el mismo tema. El film de Kore-eda transcurre durante una semana en una estación del limbo, donde unos atentos empleados del más allá le preguntan a quienes se acaban de morir qué único recuerdo prefieren conservar de su paso por la vida. Una vez hecha esta difícil, dolorosa elección, ese recuerdo -que puede ser apenas un simple instante de felicidad, la evocación de una caricia, o el calor de la luz del sol sobre la piel- es reconstruido por el equipo de burócratas celestiales para poder ser filmado y así perpetuarse en la memoria, como una forma de alcanzar un cielo personal. Lo singular de After Life es la manera en que actúa sobre la memoria emotiva de cada espectador, provocando la elección de sus propios recuerdos. Toda la primera parte del film consiste en una larga serie de entrevistas frente a cámara, en la que cada uno de los recién llegados -y allí hay mezclados actores profesionales y no profesionales- va dando rienda suelta a sus evocaciones, que luego culminarán en ese sueño eterno que es el cine. "Despojé deliberadamente a la película de cualquier connotación religiosa, ya sea budista o cristiana", declaró el director en un reportaje reciente en la revista especializada británica Sight & Sound. "Cada vez que la gente me pregunta si mi película es religiosa, yo lo niego, pero si alguien que tiene un credo quiere verlo en la película no me molesta". En todo caso, la religión a la que parece adherir Kore-eda es la religión de este siglo: el cine.
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