En una casa de San Telmo, convertida en galería, converso con
Carlos Mortiveros.
Si hay alguien experto en adicciones, ése soy yo me dice. Adicto de
nacimiento. Primero fue el chupete. Consiguieron sacármelo a los siete años poniéndole
ají putaparió. Dejé el chupete y me hice adicto a los picantes.
Pasa una señora e intercambia una mirada con Mortiveros. La señora se mete detrás de
una cortina.
Disculpe dice Mortiveros y desaparece también él detrás de la cortina.
Reaparece minutos después arreglándose la ropa y atusándose el bigote.
En mi época de colegial me hice adicto a los lápices. Me los masticaba sin parar.
Tuvieron que hacerme un lavaje de estómago. Me sacaron medio kilo de madera y grafito.
Pasa otra señora, sube por una escalera caracol y se pierde arriba.
Disculpe dice Mortiveros.
Sube también y regresa abrochándose los botones de la camisa.
A los trece años se me dio por los dulces y me convertí en gordo. Logré dejar los
dulces reemplazándolos por la religión. Al principio comulgaba una vez por día,
después varias veces por día, al final me la pasaba comulgando: me había convertido en
adicto a las hostias. Me produjeron una gastritis infernal.
Una señora sale por la puerta que da al jardín.
Disculpe dice Mortiveros.
Sale y al rato regresa alisándose la raya del pantalón.
Empecé a fumar. A los veinte años tuve que dejar el cigarrillo porque tenía los
pulmones como espumadera. Al respirar me silbaban tanto que en los conciertos y en las
bibliotecas la gente me chistaba. Mi siguiente adicción fue la cleptomanía. Me costó un
año de cárcel.
Mientras habla sus ojos se mueven todo el tiempo como radares.
Después fui alcohólico. Me quedé sin trabajo, sin familia, sin amigos y sin
hígado. Conseguí salir a flote y me hice adicto a los deportes. Me esforcé tanto que
terminé deformado y con problemas cardíacos.
Una señora pasa cerca y va a esconderse detrás de un cuadro de gran tamaño.
Disculpe.
Mortiveros la sigue detrás del cuadro y vuelve alisándose y atusándose.
A esta altura ya me habían diagnosticado que era un adicto crónico y que sólo
podría dejar una adicción reemplazándola por otra. Así que estaba condenado. Hasta por
fin descubrí una adicción saludable. La única que no daña, no ataca el estómago ni el
hígado ni el corazón ni los pulmones ni los riñones.
¿Cuál es esa adicción?
Si usted quiere recuperar la tonicidad muscular, buen funcionamiento de las
articulaciones, una piel fresca, brillo en la mirada, el sueño de un bebé, óptimo
funcionamiento digestivo y hasta el crecimiento de los cabellos perdidos, se la
recomiendo.
Calme mi ansiedad. Por segunda vez le pregunto: ¿cuál es esa adicción
maravillosa?
Las señoras. Desde que descubrí a las señoras como adicción alternativa me di
cuenta de que no hay mujer que no sea hermosa. Mi tipo de mujer son todas las mujeres,
altas y petisas, flacas y rellenitas, ricas y humildes, cultas y analfabetas,
adolescentes, en la flor de la edad, maduras y ancianas.
Me interesa.
Todas tienen lo suyo, cada una tiene su forma particular de encender la pasión y
hacerlo sentir un rey.
Me interesa, me interesa.
Sólo hay que organizarse y frecuentar los sitios preferidos de las damas.
Ilústreme.
Yo los lunes por la mañana merodeo por los gimnasios, a la siesta doy una vuelta
por el bingo, que se pone bárbaro, y a la tardecita recorro los salones de los modistos y
peluqueros tradicionales. Los martes tengo ikebana, yoga y presentaciones de libros,
lecturas de poesía, conferencias y exposiciones. Los miércoles voy a expresión corporal
y a cuatro encuentros de Solos y Solas. Los jueves, que es el día libre de las chicas que
trabajan con cama adentro, me toca recorrer los parques y las plazas. Los viernes me
dedico a esperar con ansiedad y con un ramito de nomeolvides a la salida de la cárcel de
mujeres. Los sábados por la mañana le paso el peine fino a los supermercados (no tiene
idea de las posibilidades que ofrecen las góndolas), almuerzo en restoranes naturistas,
por la tarde recorro las antesalas de brujas, astrólogas y tiradoras de cartas, y
también concurro a algunos simposios de new age. Los domingos, iglesias, ferias
artesanales y juegos infantiles. Además de todo esto, siempre están las sorpresas que le
depara la vida.
Lo admiro.
Aguánteme un cachito que ya vuelvo.
No sabe cómo lo admiro le grito mientras se aleja al trotecito detrás de una
pelirroja.
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