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SOLUCIONES


Por Antonio Dal Masetto

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t.gif (862 bytes) En una casa de San Telmo, convertida en galería, converso con Carlos Mortiveros.
–Si hay alguien experto en adicciones, ése soy yo –me dice–. Adicto de nacimiento. Primero fue el chupete. Consiguieron sacármelo a los siete años poniéndole ají putaparió. Dejé el chupete y me hice adicto a los picantes.
Pasa una señora e intercambia una mirada con Mortiveros. La señora se mete detrás de una cortina.
–Disculpe –dice Mortiveros y desaparece también él detrás de la cortina.
Reaparece minutos después arreglándose la ropa y atusándose el bigote.
–En mi época de colegial me hice adicto a los lápices. Me los masticaba sin parar. Tuvieron que hacerme un lavaje de estómago. Me sacaron medio kilo de madera y grafito.
Pasa otra señora, sube por una escalera caracol y se pierde arriba.
–Disculpe –dice Mortiveros.
Sube también y regresa abrochándose los botones de la camisa.
–A los trece años se me dio por los dulces y me convertí en gordo. Logré dejar los dulces reemplazándolos por la religión. Al principio comulgaba una vez por día, después varias veces por día, al final me la pasaba comulgando: me había convertido en adicto a las hostias. Me produjeron una gastritis infernal.
Una señora sale por la puerta que da al jardín.
–Disculpe –dice Mortiveros.
Sale y al rato regresa alisándose la raya del pantalón.
–Empecé a fumar. A los veinte años tuve que dejar el cigarrillo porque tenía los pulmones como espumadera. Al respirar me silbaban tanto que en los conciertos y en las bibliotecas la gente me chistaba. Mi siguiente adicción fue la cleptomanía. Me costó un año de cárcel.
Mientras habla sus ojos se mueven todo el tiempo como radares.
–Después fui alcohólico. Me quedé sin trabajo, sin familia, sin amigos y sin hígado. Conseguí salir a flote y me hice adicto a los deportes. Me esforcé tanto que terminé deformado y con problemas cardíacos.
Una señora pasa cerca y va a esconderse detrás de un cuadro de gran tamaño.
–Disculpe.
Mortiveros la sigue detrás del cuadro y vuelve alisándose y atusándose.
–A esta altura ya me habían diagnosticado que era un adicto crónico y que sólo podría dejar una adicción reemplazándola por otra. Así que estaba condenado. Hasta por fin descubrí una adicción saludable. La única que no daña, no ataca el estómago ni el hígado ni el corazón ni los pulmones ni los riñones.
–¿Cuál es esa adicción?
–Si usted quiere recuperar la tonicidad muscular, buen funcionamiento de las articulaciones, una piel fresca, brillo en la mirada, el sueño de un bebé, óptimo funcionamiento digestivo y hasta el crecimiento de los cabellos perdidos, se la recomiendo.
–Calme mi ansiedad. Por segunda vez le pregunto: ¿cuál es esa adicción maravillosa?
–Las señoras. Desde que descubrí a las señoras como adicción alternativa me di cuenta de que no hay mujer que no sea hermosa. Mi tipo de mujer son todas las mujeres, altas y petisas, flacas y rellenitas, ricas y humildes, cultas y analfabetas, adolescentes, en la flor de la edad, maduras y ancianas.
–Me interesa.
–Todas tienen lo suyo, cada una tiene su forma particular de encender la pasión y hacerlo sentir un rey.
–Me interesa, me interesa.
–Sólo hay que organizarse y frecuentar los sitios preferidos de las damas.
–Ilústreme.
–Yo los lunes por la mañana merodeo por los gimnasios, a la siesta doy una vuelta por el bingo, que se pone bárbaro, y a la tardecita recorro los salones de los modistos y peluqueros tradicionales. Los martes tengo ikebana, yoga y presentaciones de libros, lecturas de poesía, conferencias y exposiciones. Los miércoles voy a expresión corporal y a cuatro encuentros de Solos y Solas. Los jueves, que es el día libre de las chicas que trabajan con cama adentro, me toca recorrer los parques y las plazas. Los viernes me dedico a esperar con ansiedad y con un ramito de nomeolvides a la salida de la cárcel de mujeres. Los sábados por la mañana le paso el peine fino a los supermercados (no tiene idea de las posibilidades que ofrecen las góndolas), almuerzo en restoranes naturistas, por la tarde recorro las antesalas de brujas, astrólogas y tiradoras de cartas, y también concurro a algunos simposios de new age. Los domingos, iglesias, ferias artesanales y juegos infantiles. Además de todo esto, siempre están las sorpresas que le depara la vida.
–Lo admiro.
–Aguánteme un cachito que ya vuelvo.
–No sabe cómo lo admiro –le grito mientras se aleja al trotecito detrás de una pelirroja.

 

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