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“No nos encierren en un Auschwitz”

El flujo de refugiados albano–kosovares continúa a pesar de los cierres de la frontera yugoslava y de los campos minados. Ya alteraron el equilibrio demográfico en Albania y Macedonia. Quieren volver a Kosovo. El debate está instalado: ¿refugiados de Serbia o de la OTAN?

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El País 
de Madrid

Por Enric González
Desde Skopje, Macedonia


t.gif (862 bytes)  “No permitiremos que nos encierren para siempre en este Auschwitz macedonio.” Nueve hombres jóvenes fuman cigarrillos Boss en la penumbra de una tienda del sector G, el suburbio que se extiende hacia el sur dentro del campo de refugiados de Brazda–Stankovic. El que habla tiene ante sí un montón de diarios en lengua albanesa y una radio. “¿Cree que nos dejaremos maltratar por la policía macedonia como en Blace? ¿Que nos quedaremos aquí mientras los serbios borran Kosovo del mapa?”, añade. La vida en Brazda–Stankovic, una ciudad de 38.000 almas nacida de la nada el pasado martes, empieza a estabilizarse. Según pasan los días crece el riesgo de desórdenes. La OTAN garantiza la paz, por el momento. Pero los soldados internacionales se irán pronto del campo.
El teniente general Mike Jackson, máximo oficial de los 12.000 soldados de la OTAN estacionados en Macedonia, lleva dos días negociando con el gobierno local la situación jurídica de los campos de refugiados, especialmente el de Brazda–Stankovic, el más grande y de mayor conflictividad potencial. No ha habido resultado hasta ahora.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) insiste en que una fuerza de la OTAN, por pequeña que sea, debe permanecer en el interior de los campos, aunque en los próximos días, según lo previsto, abandone la gestión de los mismos y regrese a sus acuartelamientos. La razón es clara: los refugiados albano–kosovares no confían en la policía macedonia, por ser eslava –y en general de tendencia proserbia– y por su brutal comportamiento en la hondonada fronteriza de Blace.
Pero el gobierno de Macedonia quiere mantener una soberanía completa. Los que se van son menos que los que llegan desde otros campos o desde la frontera, que desde el sábado está abierta a un flujo constante de nuevos refugiados albano–kosovares. Macedonia aceptó el asentamiento de 45.000 refugiados, a los que se añaden unos 60.000 acogidos por familias locales de origen albanés. La situación es inestable, y la única resolución promete ser violenta.


La deportación es un viaje de ida

The Guardian
de Gran Bretaña

Por Jonathan Steele
Desde Korce, Albania


t.gif (862 bytes) Besim Beka tiene sólo 23 años, y de todos los horrores de los últimos 10 días, suficientes para crear una vida de pesadilla, el viaje en ómnibus es lo que gira una y otra vez en su mente. Fue el golpe final, la última humillación, doblemente impactante porque fue la menos esperada. Después de haber sido llevado como rebaño a través de las calles de Pristina, puesto en un tren y desviado hacia la frontera de Kosovo con Macedonia, luego tirado en un campo maloliente y barroso, la invitación a punta de pistola para subirse a un ómnibus parecía inocua. Era parte de un convoy de más de cien ómnibus que trajinaron durante la noche a través del oeste de Macedonia escoltados por la policía armada y finalmente dejaron a unas 13.000 personas en Albania.
“Nunca vi nada igual. Hubiera sido mejor estar muerto. El viaje tomó como 15 horas y los conductores macedonios se negaban a parar. La gente iba tan apretada que apenas se podía mover. Tenían que hacer sus necesidades donde estaban sentados o parados, ancianos, mujeres, niños”, recuerda Besim, un joven agradable con pelo negro rizado. “Una mujer se descompuso mucho y le faltaba el aliento. La gente de adelante casi lincha al conductor para lograr que se detuviera para que ella pudiera bajar. No sé qué le pasó. Se hablaba de conseguir una ambulancia. Ella no volvió a subir al ómnibus. Los macedonios son tan malos como los serbios.”
Besim estaba en una hilera de asientos apilables en una sala de deportes en ruinas en Korce en el sudeste de Albania. El piso de la cancha de básquet estaba atestado de apáticos deportados, unos 1400 según el último recuento. A cada rato el callado murmullo del salón se veía interrumpido por una voz por el altoparlante. Cualquier deportado lo puede usar para decir su nombre o el de un pariente desaparecido, pidiéndole a cualquiera que tenga noticias que se adelante. Habían pasado tres días desde el infernal viaje en ómnibus pero no llegaban las primeras agencias internacionales de asistencia.
Feride Shala, un empleado de 22 años de Pristina, también recuerda el viaje en ómnibus como lo peor de una semana de terror. “Tenía a mi hija Erita de tres años alzada todo el tiempo, para que no la pisaran. Estábamos todos apretujados, hacía tanto calor, y no había una parada para usar el baño.” El gobierno macedonio sostiene que no tuvo otra alternativa que evacuar el campo de Blace y mudar a los deportados, pero envió a su ministro de Relaciones Extranjeras a Tirana a ofrecer disculpas calificadas a Pandeli Majko, el primer ministro albanés, por la entrega abrupta de las 13.000 “personas de los ómnibus”. “Me sentiría mejor si pudiera volver a mi país. Todos los kosovares quieren regresar pronto”, dijo Bexhet Isufi, de 43 años. La mayoría de los deportados decían que estaban contentos de estar en Albania, por lo menos en el sentido de que finalmente se sentían a salvo. Pero todos quieren regresar a Kosovo. Apenas sea posible.


Por Edward Said*

¿Quién protege a los kosovares?

t.gif (862 bytes) Una vez más, y como siempre bajo la guía de Estados Unidos, se hace una guerra, en esta oportunidad en Europa, contra un dictador racista y sin principios que casi seguramente sobrevivirá al ataque, aunque miles de inocentes lo paguen con su sangre. Esta vez, el pretexto es la serie de continuas persecuciones y limpiezas étnicas de los albaneses de la provincia yugoslava de Kosovo por parte de las fuerzas serbias de Slobodan Milosevic.
Ya que Estados Unidos es una potencia no regional sino mundial, un cálculo que entra siempre en sus decisiones de política exterior es cómo la exhibición de su potencial militar influirá en la imagen de su país a los ojos de los otros, en particular de aquellos que están en competencia con ellos. Henry Kissinger hizo de este punto una preocupación central en su política en Indochina cuando bombardeó Laos en secreto: tus enemigos deben aprender que no hay límites para lo que estás dispuesto a hacer, inclusive a costa de parecer totalmente irracional. De ahí la práctica de realizar enormes destrucciones por completo desproporcionadas con respecto al objetivo de impedir avances ulteriores del enemigo. Así lo realizó Israel en el sur del Líbano. El castigo era su único objetivo, así como la autoridad de la OTAN encuentra en el bombardeo su propia satisfacción, sobre todo allí donde no hay posibilidad de respuestas enemigas.
Esta es una de las consideraciones que hay que hacer a propósito de los actuales bombardeos en Yugoslavia. Otra es el objetivo sin esperanzas de humillar, quizás inclusive de destruir, el régimen de Milosevic. Objetivo ilusorio, como en el caso de Irak. Ninguna nación, por más atacada que sea desde el cielo, se unirá jamás a sus atacantes. Si algo ocurrió, es que el régimen de Milosevic ha salido reforzado. Todos los serbios sienten que su país fue atacado injustamente, y que la guerra cobarde que viene del cielo hace de ellos unos perseguidos.
Los albaneses de Kosovo creen que la finalidad de la campaña aérea es la independencia de su provincia o salvar vidas albanesas: ésta es una ilusión total. Como de costumbre, Estados Unidos no ha proclamado inequívocamente su apoyo a la plena autodeterminación de los pueblos de ex Yugoslavia. Debería haber expresado directa y claramente su voluntad de aceptar la autodeterminación de Kosovo, así como de salvaguardar los derechos de la minoría serbia en aquella región. No hizo nada de todo esto. Tampoco reflexionó a fondo sobre las consecuencias de que las fuerzas serbias respondieran a los bombardeos de la OTAN con más limpieza étnica de kosovares, más refugiados, más males para el futuro. Ahora se habla de 200.000 soldados de tropas de tierra (sobre todo norteamericanos) prontos a entrar en batalla y a expandir la guerra. Mucho de todo esto deriva de la obsesión de Estados Unidos de ser el policía del mundo. Entre tanto, continúa con su política genocida en Irak y sus sanciones contra otros países árabes o islámicos.
Nada de lo que hacen Estados Unidos y la OTAN tiene nada que ver con la voluntad de proteger a los kosovares. Todo es porque Estados Unidos afirma su voluntad de mostrar al mundo quién es el amo. Las preocupaciones humanitarias expresadas por Estados Unidos son la más pura de las hipocresías porque lo que verdaderamente cuenta es la expresión del poder norteamericano. ¿Cuándo aprenderán las poblaciones pequeñas, menores y débiles que hay que resistir a Norteamérica a cualquier precio, y no secundarla o rendirse a ella ingenuamente?
* Profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia (Nueva York) y militante de la causa palestina.



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