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Por Pablo Plotkin Desde San Pablo Nada parece poder perturbar la tranquilidad del barrio de Vila Olímpia, una zona de calles combadas y casas bajas alejada del hormigueo del centro de San Pablo, donde un vendedor ambulante con cara de samba sumerge metódicamente salchichas naranjas en el agua hervida de su carrito. Anocheció hace un rato en la gran ciudad, y enfrente del puesto de cachorros quentes, en un majestuoso club nocturno de estilo neoyorquino, los maestros de la vieja trova cubana se presentan en vivo por primera vez aquí. El lugar se llama Tom Brasil y la fecha es parte de un ciclo de shows auspiciado por la cerveza Heineken, así que hay promotoras sonrientes por todos lados y dos pantallas gigantes que reproducen sin descanso publicidades de la cerveza. La sponsorización empieza a volverse un poco excesiva, pero entonces Compay Segundo aparece en escena como un William Burroughs del guaguancó, con sus 92 años, el sombrero y la guitarra acústica que empuña como a un bebé, y que toca con el talento y la soltura intactos. ¿Estoy en San Pablo?, pronuncia él a los mil espectadores. Debe ser un sueño mío, se contesta, como siguiendo una rutina. Compay Segundo y Sus Muchachos así se llama el quinteto repasan viejos sones cubanos ante un público que, para sorpresa de los músicos, corea los estribillos de Macusa, Mi linda guajira, Beso discreto, Veinte años, Sarandanga y Fidelidad. Así suenan los versos contagiosos de una época que refleja la inocencia política del arte popular en la isla: Compay habla de mujeres de labios de guinda, de chicas que se ven bonitas en su camisón y de una Habana que todavía no conocía la dictadura de Fulgencio Batista y la consecuente revolución de Fidel Castro. Así pasa el primer número de la noche, con Rafael Navarro (percusionista y sostén vocal del grupo) pidiendo aplausos para Compay, a quien anuncia como parte de Cuba y del mundo. El viejo se saca el sombrero, hace una reverencia y responde con su mejor sonrisa a la ovación. El intervalo dura menos que una de esas lloviznas de atardecer brasileño. Ahí es cuando asaltan el escenario los Afro Cuban All Stars, el supergrupo al que el programa que se reparte en la puerta presenta trazando una analogía: Sería como tener en escena, juntos, a Tom Jobim, Vinicius, Baden, Nelson Cavaquinho, Joao da Baiana y Paulo da Portela, los inventores del samba carioca. Y la banda es eso: un seleccionado con algunos refuerzos juveniles de los maestros del son de la Cuba de los años dorados. El show tiene todo lo que se puede esperar de un grupo así: comandados por Juan de Marcos González, los quince (sí, son quince) salen vestidos como una pandilla caribeña de los 50, bailan sin parar, los instrumentos suenan y se complementan a la perfección y, ésta es la marca de distinción, tiene en sus filas al pianista Rubén González. Con 80 años, González se convierte en vivo en un intérprete mágico, con pasajes jazzeros que suenan a atmósfera melancólica de bar de La Habana. Además, claro, de desplegar toda la tradición sonera, pero estilizada hasta exceder cualquier género. Gracias a su presencia y a la de otros músicos como el veterano poeta y cantante Ibrahim Ferrer, los también cantantes Manuel Puntillita Licea y Omara Portuondo todos ellos reunidos por el guitarrista norteamericano Ry Cooder en el compiladoenciclopedia Buena Vista Social Club (ver recuadro) los A.C.A.S. no se quedan en producto-cubano-for export, un riesgo que el grupo a veces corre cuando se limitan a interpretar el costado salsero menos original de su repertorio. Después de tres horas del inicio, Compay Segundo se suma a la banda y todos bailan en escena al ritmo de su reciente creación bautizada Chan chan, con una bandera de Cuba agitándose entre los artistas y una maraca del tamaño de un coco que va pasándose entre la gente del público. Es el final del concierto y un brasileño de lentes y sonrisa de satisfacciónsale a la noche profunda de San Pablo, tratando a su mujer de meu amor y fumando un puro fideliano que compró en la tiendita de souvenirs dispuesta en la entrada. Le salió cuatro reales.
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