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El seleccionado Sub-100 de Cuba

Encabezados por Compay Segundo –92 años– y Rubén González –80–, dos fantásticos grupos de música tradicional caribeña tocaron el fin de semana en Brasil.

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Por Pablo Plotkin
Desde San Pablo


t.gif (862 bytes)  Nada parece poder perturbar la tranquilidad del barrio de Vila Olímpia, una zona de calles combadas y casas bajas alejada del hormigueo del centro de San Pablo, donde un vendedor ambulante con cara de samba sumerge metódicamente salchichas naranjas en el agua hervida de su carrito. Anocheció hace un rato en la gran ciudad, y enfrente del puesto de cachorros quentes, en un majestuoso club nocturno de estilo neoyorquino, los maestros de la vieja trova cubana se presentan en vivo por primera vez aquí. El lugar se llama Tom Brasil y la fecha es parte de un ciclo de shows auspiciado por la cerveza Heineken, así que hay promotoras sonrientes por todos lados y dos pantallas gigantes que reproducen sin descanso publicidades de la cerveza. La sponsorización empieza a volverse un poco excesiva, pero entonces Compay Segundo aparece en escena como un William Burroughs del guaguancó, con sus 92 años, el sombrero y la guitarra acústica que empuña como a un bebé, y que toca con el talento y la soltura intactos. “¿Estoy en San Pablo?”, pronuncia él a los mil espectadores. “Debe ser un sueño mío”, se contesta, como siguiendo una rutina.
Compay Segundo y Sus Muchachos –así se llama el quinteto– repasan viejos sones cubanos ante un público que, para sorpresa de los músicos, corea los estribillos de “Macusa”, “Mi linda guajira”, “Beso discreto”, “Veinte años”, “Sarandanga” y “Fidelidad”. Así suenan los versos contagiosos de una época que refleja la inocencia política del arte popular en la isla: Compay habla de mujeres de labios de guinda, de chicas que se ven bonitas en su camisón y de una Habana que todavía no conocía la dictadura de Fulgencio Batista y la consecuente revolución de Fidel Castro. Así pasa el primer número de la noche, con Rafael Navarro (percusionista y sostén vocal del grupo) pidiendo aplausos para Compay, a quien anuncia como parte “de Cuba y del mundo”. El viejo se saca el sombrero, hace una reverencia y responde con su mejor sonrisa a la ovación.
El intervalo dura menos que una de esas lloviznas de atardecer brasileño. Ahí es cuando asaltan el escenario los Afro Cuban All Stars, el supergrupo al que el programa que se reparte en la puerta presenta trazando una analogía: “Sería como tener en escena, juntos, a Tom Jobim, Vinicius, Baden, Nelson Cavaquinho, Joao da Baiana y Paulo da Portela, los inventores del samba carioca”. Y la banda es eso: un seleccionado –con algunos refuerzos juveniles– de los maestros del son de la Cuba de los años dorados. El show tiene todo lo que se puede esperar de un grupo así: comandados por Juan de Marcos González, los quince (sí, son quince) salen vestidos como una pandilla caribeña de los ‘50, bailan sin parar, los instrumentos suenan y se complementan a la perfección y, ésta es la marca de distinción, tiene en sus filas al pianista Rubén González.
Con 80 años, González se convierte en vivo en un intérprete mágico, con pasajes jazzeros que suenan a atmósfera melancólica de bar de La Habana. Además, claro, de desplegar toda la tradición sonera, pero estilizada hasta exceder cualquier género. Gracias a su presencia y a la de otros músicos como el veterano poeta y cantante Ibrahim Ferrer, los también cantantes Manuel “Puntillita” Licea y Omara Portuondo –todos ellos reunidos por el guitarrista norteamericano Ry Cooder en el compiladoenciclopedia Buena Vista Social Club (ver recuadro)– los A.C.A.S. no se quedan en producto-cubano-for export, un riesgo que el grupo a veces corre cuando se limitan a interpretar el costado salsero menos original de su repertorio.
Después de tres horas del inicio, Compay Segundo se suma a la banda y todos bailan en escena al ritmo de su reciente creación bautizada “Chan chan”, con una bandera de Cuba agitándose entre los artistas y una maraca del tamaño de un coco que va pasándose entre la gente del público. Es el final del concierto y un brasileño de lentes y sonrisa de satisfacciónsale a la noche profunda de San Pablo, tratando a su mujer de meu amor y fumando un puro fideliano que compró en la tiendita de souvenirs dispuesta en la entrada. Le salió cuatro reales.

 

“Buena Vista Social Club”
Cuando el guitarrista norteamericano Ry Cooder, un músico de culto en buena parte del planeta, responsable de la banda de sonido del film de Wim Wenders Paris-Texas, viajó a La Habana y descubrió a una camada de trovadores que pasaban (algunos largamente) los 70, pensó enseguida en producir un disco que compilara esas canciones de amor que reflejaban las décadas de la Cuba previa a la dictadura de Fulgencio Batista. Cooder se movió rápido y en sólo seis días, en los estudios Egrem de La Habana, un grupo de artistas entre los que estaban Ibrahim Ferrer, Rubén González, Eliades Ochoa, Manuel “Puntillita” Licea, Omara Portuondo (“la Edith Piaf de Cuba”, según Cooder) y Compay Segundo (el hombre de 91 años que estuvo el año pasado en la Argentina y a quien Cooder define como “el pivot” del disco) registró una colección fantástica de sones atemporales. El trabajo fue bautizado Buena Vista Social Club, vendió medio millón de copias en Estados Unidos y Europa, obtuvo un Grammy, y catapultó a estos viejos trovadores a un lugar de la escena mundial con el que ni soñaban. Wenders supo por Cooder del fenómeno y, luego de verlos en vivo, rodó un film contando las historias de esas vidas y mostrando la trastienda de los recitales, lo que completó el recorrido circular de la vida de estos músicos.

 

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