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OPINION
El elefante que nadie ve

Por Eugenio Raúl Zaffaroni*

El principal problema político producido por el delito es la policía. ¿Cómo se organiza una policía que prevenga delitos sin desbocarse y sepultar el Estado de derecho? Los estados totalitarios no son más que estados con policías desbocadas: la Gestapo o el KGB no fueron otra cosa.
Como políticos suicidas, la pareja Reagan-Thatcher y sus secuaces renunciaron al control económico y crearon un monstruo que ningún político puede contener, aunque Soros ruegue que hagan algo antes de que la mafia domine toda la economía.
También pensaron que las policías desbocadas podían encargarse del 80 por ciento excluido de su modelo. Pero en la globalización éstas no acaban monopolizando la fuerza de la ley, sino la actividad criminal: drogas, armas, juego, prostitución, trata de personas, secuestros.
Más delito y más sensación de caos conviene tanto a los policías inescrupulosos como a esos políticos suicidas que creen sacar partido subestimando a quienes advierten el peligro de las policías desbocadas.
Están aliados en las campañas de ley y orden, magnifican la realidad pero también la impulsan, trabajan a reglamento e instigan al delito: la famosa frase de la puerta se lee por un sector como Roben que no pasa nada.
Los políticos se vuelven locos: los de derecha tratan de demostrar que son bien machos para contener el crimen; los de izquierda, acusados de blandos, quieren ser todavía más machos. Juan Moreira es un enclenque. Acaban asombrados cuando sus familiares o ellos mismos son secuestrados.
Eso explica por qué nadie ve elefantes como el contrabando de armas; por qué a nadie se le ocurre reforzar el control fronterizo en vez de traer la Gendarmería a la ciudad; por qué nadie lee los diarios de Brasil y no se entera de los acuerdos con los Estados Unidos para el rastreo de armas de fuego contrabandeadas; por qué a nadie se le ocurre una consulta popular y preguntar si la gente acepta las molestias de un control respetuoso de armas en la calle: equipos móviles como los de los aeropuertos permitirían hacerlo sin siquiera tocar a nadie.
Los sabios que filosofan por televisión y arruinan códigos creyendo en el efecto mágico de los papelitos (cuando los muertos son de carne y las balas son de plomo) no se dan cuenta de que hay relación directa entre armas y homicidios, que un ladrón con arma de guerra es más peligroso que con navaja.
Respecto de algunos es un preocupante signo de alienación (perdón, la palabra pasó de moda, pero el fenómeno no), pero en otros es una conducta criminal dolosa, porque saben que produce muertes.
* Director del Departamento de Derecho Penal de la UBA - Legislador.

 

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