OPINION
Nos, las almas bellas del
pacifismo
Por Rossana Rossanda * |
El
objetivo de la OTAN al bombardear Yugoslavia impedir que Milosevic continúe con la
limpieza étnica de Kosovo y hacerle aceptar la autonomía de la provincia bajo un control
de la OTAN ha fracasado. La defensa serbia no se inclinó, y los bombardeos de los
puentes sobre el Danubio y de Belgrado, que recuerdan los alemanes durante la Segunda
Guerra Mundial, han conseguido la unidad nacional alrededor de Milosevic y la deportación
de los kosovares no ha disminuido sino que se ha acentuado. No se sabe si han habido
masacres. Se sabe que el único ejército que ha sido disgregado es el Ejército de
Liberación de Kosovo (ELK), los independentistas alimentados por Estados Unidos, mientras
que el líder moderado Rugova apareció junto con Milosevic para pedir el fin de los
bombardeos y las tratativas de paz.
La OTAN y la Unión Europea no consiguieron impedir los planes de Milosevic, que ya
conocían por anticipado, ni garantizar un refugio a los evacuados kosovares. Las filas de
prófugos delante de las fronteras macedonias, albanesas y montenegrinas, impedidos de
protegerse de la intemperie, provocan espanto y mueven a la piedad. Un éxito más
delictuosamente estúpido no podía darse.
Como fracasó la única hipótesis que la OTAN y los gobiernos europeos se habían
planteado que Milosevic no resistiría los ataques aéreos, y después del
fracaso de la tentativa rusa de mediación, la OTAN tiene que redefinir confusamente su
objetivo estratégico. ¿Autonomía de Kosovo dentro de Yugoslavia después de esta
carnicería? ¿Independencia de un nuevo y pequeño Estado sin medios? ¿Ampliación de
Albania? ¿Y a qué precio? ¿La división de Serbia? ¿O división de Kosovo en una
edición puesta al día de las divisiones étnicas consagradas en Dayton? Y sobre todo,
¿cómo obligar a ceder a Milosevic, a ceder sin descender tropas sobre el campo de
batalla, cuando aún no se sabe con cuántas pérdidas?
Esta opción, la de las tropas de tierra, era la del general Wesley Clark desde el inicio.
Pero ningún gobierno, ni el norteamericano ni los europeos, ha tenido el coraje de
anunciarla a sus países, escudándose en la perspectiva engañosa de una breve
lección y después, a negociar. Hoy todos están enfrentados al mismo dilema: o
anunciar a sus países que para lograr la derrota de Milosevic es necesario combatir con
los propios cuerpos contra el ejército serbio, duro de vencer, y contando con varias
decenas de miles de muertos, o interrumpir las operaciones e ir a negociar con una Serbia
fortalecida.
Con este bagaje a cuestas, las izquierdas europeas, que ahora están en el gobierno, irán
a elecciones el 18 de junio. Sus pueblos, estupefactos ante el silencio de los gobiernos y
de la cualidad cero de la información, saben una sola cosa: que no quieren batirse por
una causa que no conocen, contra una Serbia presentada de golpe como el Tercer Reich.
Votaron gobiernos de centroizquierda porque éstos les garantizaron más paz y mayor
seguridad. La desestabilización amenaza cada vez de más cerca a Europa occidental. La
poca gente que sabía algo de Kosovo está cada vez más desencadenada en contra de
aquellos de nosotros que pusimos en duda la legitimidad y éxitos de la operación
atlantista. En vez de reconocer las razones que militaban contra un blitz insensato, nos
acusaban de sostener a Milosevic o, en el mejor de los casos, bellas almas, es decir
peligrosos cretinos.
Es necesario oponerse al nacionalismo en todas sus formas, inclusive aquellas más
entretejidas de buenas intenciones. Es necesario oponerse a la complacencia posmoderna
hacia los nacionalismos, que ha llegado inclusive a cierta izquierda. El nacionalismo
siempre es origen de derivas fatales. Toda indulgencia es un error. Nadie puede jactarse
de haber actuado bien. La paz no es aquiescencia, es un trabajo duro. Y todo fuera de la
indiferencia, la indiferencia bonachona, esa forma arcaica delegoísmo que tiene un techo
sobre la cabeza y una cuenta corriente en el banco.
* Publicado en Il manifesto (Roma). |
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