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LA REUNION DE BRUCE SPRINGSTEEN
CON LA E STREE BAND, DESDE BARCELONA
El Jefe encontró, por fin, el rock perdido

En España, su segundo mercado mundial, esta extraña mezcla de camionero y cowboy urbano, de héroe de la clase trabajadora, poeta sensible y rockero inflamable, comenzó su gira de retorno a la escena, tras un largo paréntesis.

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El ciudadano estadounidense que nació para correr ha perdido pelo pero su calidad está intacta.
La reunión del artista que alguna vez fue el nuevo Dylan y su vieja banda es un acontecimiento mundial.

Por Rodrigo Fresán desde Barcelona

t.gif (862 bytes) “¡Bona nit! ¿Com esteu? Estic molt content d’estar en aquesta conica ciutat de Barcelona”, dice el tipo y lo primero que sorprende –como sorprende siempre– es el tamaño de su cabeza. Enorme. Mandíbula y sonrisa y frente que podrían competir y ganar con la proa del “Titanic”. La única diferencia es que Bruce Springsteen no se hunde, viene navegando desde hace más de tres décadas y el que este año alcance medio siglo de edad no significa momento de reflexión y calma sino todo lo contrario. El mítico The Boss vuelve a convocar y juntarse con la también mítica E Street Band y un segundo después –es el minuto cero del día B, 20.800 fanáticos revientan las instalaciones del Palau Sant Jordi– ya no queda tiempo para pensar en cosas como el tamaño de la cabeza de Bruce. Ahora todo es electricidad: “May Love Will Not Let You Down” se funde sin problemas con “Prove It All Night” y Barcelona es una fiesta que va a durar dos horas y media. En el escenario, todo sonríen después de casi diez años de no salir de joda juntos y de haber hecho temblar River Plate en el mítico cierre de la gira de Amnesty International con una megaversión de “Twist and Shout” cruzado con “La Bamba”: el saxo de Clarence Clemons, las guitarras de Steve Van Zandt y Nils Lofgren, los coros de Patti Scialfa, los teclados de Roy Bittan y Danny Federici, la batería de Max Weimberg y el bajo de Gary Tallent.
El aire que se respira es el de una fiesta de fin de curso en un colegio de animales con Springsteen en el rol de un espigado pero igualmente bestial John Belushi. Es el momento de recuperar el rock y tiempo perdido, parece. Luego de haber disuelto el grupo (con un generoso regalo de varios millones de dólares a repartirse entre sus miembros, quienes no se conformaron con la recompensa porque lo que querían era seguir de gira juntos) y de aventuras solistas que no resultaron lo que se esperaba (o que no vendieron lo que se esperaba, seamos sinceros), El Jefe vuelve al redil con lo que mejor sabe hacer junto a los que mejor lo hacen. Tal vez, quién sabe, Springsteen se haya cansado de no saber si él era el Nuevo Dylan (casualmente, a esta misma hora, en Santiago de Compostela se iniciaba un nuevo tramo ibérico del Never Ending Tour de The Bob, con Andrés Calamaro de telonero) y, finalmente, haya comprendido que ser el Viejo Springsteen no está tan mal después de todo.
Bruce City. De unos días para acá, desde su arribo para dar dos conciertos el 9 y 11 de abril, Barcelona se escribe Brucelona. Springsteen llega y se recluye en sus habitaciones del Hotel Arts, en lo que supo ser la Villa Olímpica. No hay conferencia de prensa pero su figura y su música están en todas partes. En las radios, la televisión y en los posters que cubren las paredes de esta ciudad. Ciento cincuenta ejecutivos internacionales de la Sony que han hecho coincidir su convención anual con este músico y esta ciudad, cien periodistas de Estados Unidos y varios cientos de toda Europa cubren la magna reunión. Pronto, enseguida, súbitos avistamientos de la bestia rock. The Boss en todas partes: comiendo en restaurantes top, generando considerables problemas de tránsito al parar su camioneta y abrir las puertas para que sus fans se suban, bajando en la mitad de la noche con una acústica al hombro al hall de su hotel para improvisar un unplugged.
No es casual que esta gira mundial de reencuentro público con sus camaradas se inicie en España –por pedido expreso de Springsteen– luegodel calentamiento de motores y ensayo general frente a mil quinientas personas el 18 y 19 del pasado marzo en el Convention Hall de Asbury Park, sitio donde todo comenzó, allá en 1965. Es la novena vez que visita esta ciudad y lejos ha quedado aquel primer concierto, en 1981, cuando no se vendieron las entradas en el viejo Palau d’Esports. “El público español es el que más compra mis discos, el que más me ha seguido en toda mi carrera, el más entregado y el más leal”, reconoció hace poco. Y hay que pensar que lo dice en serio, que es verdad: España fue uno de los pocos países visitó para tocar en vivo The Ghost of Tom Joad y presentar la caja retrospectiva de inéditos y rarezas Tracks. Los dos conciertos barceloneses son la punta de lanza y de gira y la fiebre sigue subiendo: ayer martes 13 apareció 18 Tracks, una antología de lo mejor de esa selección más otras cuatro canciones inéditas. Springsteen para millones y, a la hora de los números, los números tampoco mienten: España es el primer mercado europeo y el segundo mercado mundial de este rocker con quince álbumes tatuados sobre su espalda entre los que se cuentan obras maestras como Tunnel of Love y momentos apasionantemente fallidos como Human Touch. Por eso, ahora, Barcelona es una suerte de torre de Babel rockera que empieza a hacer cola desde temprano por la mañana del viernes y que reúne a nativos de New Jersey con gitanos de Sevilla y esculturales italianas de Milán. Los encendedores del mundo se encienden con la introducción en armónica de “The River” y, sí, la vida es un río que fluye y Springsteen lo remonta tranquilo sabiendo que su música puede derretir cualquier iceberg que se le ponga en el camino.
Pero sigo siendo el jefe. A esta altura del asunto está claro que Springsteen no tiene la culpa de ser quién es. No tiene la culpa de haber aparecido en la misma semana en las tapas de Time y Newsweek, de no haber tenido problemas con las drogas, de no haber sido amigo de William Burroughs, de no escribir letras crípticas, de no aparecer en las películas de David Lynch, de no ser imprevisible como Neil Young o polimorfo y perverso como David Bowie, de no ser cínico como los Stones, de no desaparecer sin dar aviso, de no masturbarse en el escenario aunque –por momentos– cabe pensar que alcanza el orgasmo cada vez que aúlla su ya paradigmático “One, Two, Three, Four” para incendiar una nueva canción. Tampoco tiene la culpa de que algunas de sus canciones –las de Born to Run, su disco más vendido y el que menos le gusta– hayan sido utilizadas sin pedir permiso por demócratas y republicanos como jingles de sus respectivas campañas o, en el vértice de su éxito, se lo haya asociado al triunfalismo Made in America del Rambo de Stallone.
Springsteen es un tipo normal. Una mezcla de camionero con cowboy urbano. Un héroe de la clase trabajadora limitando con un fuera de ley desempleado. Un poeta sensible y un rockero inflamable. Su único gesto medianamente transgresor fue el de divorciarse de una modelo rubia de piernas largas para casarse con la terrenal y pelirroja Patti Scialfa. Springsteen no tiene la culpa de ser un tipo feliz y de hacer feliz a muchos. Ahora, sobre el escenario, arranca con “Because the Night” y después “She’s the One” y “Glory Days” y “Thunder Road” y “Two Hearts” y... alguien llora, alguien se desmaya, alguien se arranca una remera que dice Born in the Bruce S. A., alguien que no ha parado de saltar y bailar durante toda la noche dice “uy, me parece que ahora sí bajé esos tres jodidos kilos de más”. Pero Springsteen es el más feliz de todos, el que mejor la pasa, el que vive para hacer exactamente eso y el que de eso se va a morir. Su alegría es tangible y contagiosa, casi pornográfica. Debería estar penado por la ley que ese cabezón de la guitarra eléctrica cobre por estar ahí arriba, sonriendo toda la noche, cantando una vez más que –”one, two, three, four”– él nació para correr.

 

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