|
Por Sergio Moreno La imagen de Ramón Palito Ortega caminando por las calles coquetas de Roma, bolsita en mano, sin nada que hacer, chocaba descarnadamente con la idea que cualquier ciudadano puede hacerse acerca de lo que debe ser y parecer un precandidato a presidente del peronismo. El 11 de noviembre de 1998, cuando Carlos Menem hizo una visita a esa ciudad para ver por quinta vez al Papa, Ortega era todavía el elegido del Presidente para enfrentar a Eduardo Duhalde. Pocos sabían, por entonces, que al tucumano nada le importaba la vacuidad de su agenda romana: se había subido al Tango 0-1 para que Menem le diera garantías de que sería él y no Olijela del Valle Rivas quien ocuparía la banca de senador por su provincia. El ex cantautor venía golpeado por las maniobras que los senadores menemistas mayoría en la bancada en ese tiempo le cruzaban día a día para impedir su ingreso a la Cámara alta. Ortega fue a Roma en pos de la definitiva bendición de Menem y Menem lo bendijo. Fue el último gesto del Presidente a su favor. Fue el inicio del acercamiento que el tucumano desplegó hacia Duhalde y que culminó ayer, con su inclusión en la fórmula presidencial en el bando del bonaerense. Ortega estaba siendo ninguneado por quienes, se suponía, debían ser su sostén. Por ese entonces (noviembre de 1998), en el Ministerio del Interior le habían colgado el mote de vago y falto de iniciativa, le achacaban que no supiese sacar partido de la caja de la Secretaría de Desarrollo Humano que él manejaba y que no caminaba lo necesario para acelerar la campaña. El 17 de diciembre Ortega dejó su última reunión de Gabinete como si le hubiesen hecho tragar aceite de ricino: Menem lo despidió con un saludemos al flamante senador. El tucumano pretendía tal como lo reconoció ese mismo día ante sus íntimos que el Jefe dijese hasta luego al compañero que dará la pelea por la Presidencia, o algo por el estilo. Ninguna alusión de ese tipo salió de la boca del riojano. La actitud de quien era su demiurgo y mecenas atormentó durante el fin de año pasado al tucumano, que no podía dejar de imaginar a Carlos Corach y Jorge Rodríguez hablando de negociarlo como compañero de fórmula de Duhalde, a cambio de un acuerdo entre Menem y el bonaerense. Siempre me bajan el precio, solía decir Palito a quien quisiera escucharlo. Tal vez haya sido ésa la causa que lo llevó a modificar su discurso sobre Duhalde. Ortega comenzó a hablar bien del gobernador ante auditorios poco propensos a escuchar esas palabras. Empezó a comprender a Duhalde y a decir que no lo iba a atacar. El gobernador pampeano, Rubén Marín, por entonces uno de sus asesores de campaña comisionado por la Casa Rosada, le pidió que salga más fuerte contra Duhalde. Palito no se sorprendió a sí mismo cuando se negó a hacerlo. El 22 de diciembre hubo despedida del año de la Mesa Federal Ortega Presidente en las oficinas de la calle Hipólito Yrigoyen. Frente a menemistas de paladar negro como Daniel Scioli y Vicente Mastrocola, el tucumano despachó sus quejas contra el desdén del riojano. Sus reproches generaron un agrio debate que hizo presagiar lo que iba a pasar. Hasta que se produjo el quiebre: el 6 de enero los diarios hablaban de Carlos Reutemann como otro posible candidato apadrinado por Menem. Duhalde, con los diarios sobre su mesa, llamó a su vocero Jorge Telerman: Me contaron que tenés buena llegada al orteguismo dijo el gobernador. Sí respondió Telerman. Bueno, armame una reunión a solas con Palito. Telerman tiene una larga historia política común con Oscar Feito, cuya empresa asesora a Ortega en la campaña. Ambos voceros son, además, socios en La Trastienda, una sala de espectáculos de San Telmo. Luego de una charla entre ambos, Telerman se comunicó al mediodía con Pablo Fontdevila, principal operador y hombre de confianza de Palito. A las 20 ya estaba agendada la reunión para el viernes 8. El candidato peronista sos vos o soy yo, nadie más arremetió el gobernador. Luego siguió: Lo que te están haciendo a vos ya me lo hicieron a mí. No hay margen para arreglar con estos tipos. Nosotros dos tenemos que cerrar. Palito aceptó el acuerdo propuesto por Duhalde y que constaba, básicamente, de tres puntos: u un pacto de no agresión durante la campaña u intercambio de información u no entrar en las operaciones del menemismo. La reunión de ese viernes duró una hora y media. Duhalde y Ortega volvieron a verse, en enero, no menos de cuatro veces. Los encargados de armar los cafés y de intercambiar información fueron Fontdevila por el orteguismo, y Telerman, Alberto Iribarne y Julio Bárbaro por el duhaldismo. Ortega debió vencer más de una resistencia en su equipo de campaña, muchos de cuyos miembros habían sido designados por la Casa Rosada. Pero al menemismo no le cerraba el plan. Reutemann, díscolo y firme, expuso sus dudas sobre su postulación y la definición que esperaban en Olivos no llegaba. Entonces entraron en acción Alberto Pierri y Luis Barrionuevo. Ambos participaron de una reunión con los gobernadores peronistas que habían convocado en la quinta presidencial, el 9 de febrero. Ahí, el titular de Diputados y el gastronómico definieron que su candidato era Ortega y que pondrían su aparato para abrirle una autopista a Duhalde en la provincia por donde ingresaría el tucumano. Al día siguiente, mediante la gestión de un funcionario menemista del Ministerio del Interior, Pierri se encontró con Ortega en una oficina de la calle Venezuela al 1500. Además del gestor, dueño de casa, y los dos protagonistas, también acudió Barrionuevo. Cuando llegaron al café, Pierri se despachó: Mirá Ramón, vos sabés que yo ya estoy hecho, hace 10 años que soy presidente de la Cámara, no quiero nada para mí. Pero ya hablé con el Presidente, estoy dispuesto a sacrificarme y he decidido acompañarte como vice en la fórmula. El gesto de Ortega atentó contra la leyenda que supo acuñar cuando era el muchacho serio del Club del Clan. Tragó saliva y decidió callar. Inclusive siguió el Muñeco Pierri, esta tarde nos juntamos en el (hotel) Bauen. Va a estar Antonio (Cafiero) y ahí podemos sacarnos la foto los tres juntos y hacer el anuncio. Palito, como quien comprueba que se le rompió el auto una madrugada frente a la villa La Cava, decidió tranquilizar los espíritus: No hay que apurarse dijo, sobre todo por los gobernadores. Yo creo que deben jugar un papel en la campaña y no se pueden enterar de esto por los diarios. Mejor, tomémonos 48 horas, consultémoslo y ahí vemos. El tucumano dejó la oficina acompañado por el anfitrión del lugar. En el umbral de la puerta le dijo: Decile al Muñe que yo no agarro ni en pedo. Dos días después, Menem invitó a Ortega a Catamarca. El Presidente viajaría ese 13 de enero, por primera vez, a apoyar la candidatura de Ramón Saadi. Palito estaba a metros del riojano en el Aeropuerto, cuando el Presidente escupió: Reutemann es un buen candidato. Duhalde lo escuchó en un noticiero de radio desde San Vicente. El teléfono de Telerman sonó un minuto después. Según el gobernador, la declaración de Menem había disparado la cláusula gatillo de su acuerdo con Ortega. El bonaerense ordenó que le armaran otro encuentro. Telerman encontró a Fontdevila preparando los bolsos para irse a su quinta de Buenos Aires. Treinta minutos después, se reunían en un bar de Congreso donde el vocero duhaldista transmitió el recado de su jefe. Palito escuchaba sin escuchar el fervor que salía de la garganta de Menem, flanqueado por Ramoncito, en el primero de los tres actos que desplegarían ese 13 de enero en distintos pueblitos catamarqueños. El celular de Jorge Velazco, algo así como la sombra de Ortega, sonó tres veces. Era Fontdevila. No había manera de hablar con Palito porque estaba en el palco, serio, detrás de Menem. Está muy mal relató Velazco a Fontdevila. Me voy a Anillaco, Ramón. Venite conmigo ordenó Menem al tucumano. Era mediodía. Ortega se ilusionó: tal vez, Menem le fuera a dar alguna explicación sobre el tema Reutemann; tal vez, le ratificaría su apoyo, le diría que él y sólo él era su delfín. La respuesta al llamado de Buenos Aires quedó stand by. Pero Menem se fue a dormir la siesta después de comer con su cohorte, tras lo cual emprendieron el regreso a Catamarca. Menem nada tenía que decirle. Antes de subirse al Tango 01, Palito respondió el llamado. Armen la reunión, ordenó a Fontdevila. De regreso a Buenos Aires, el Presidente había decidido viajar al otro día, domingo 14 de febrero, a Corrientes, donde se había producido un tornado y quiso que Ortega lo acompañe. El encuentro con Duhalde debió postergarse hasta el lunes 15, a la noche, en el piso que el tucumano tiene en las torres Le Park. Ese día, Palito recordó la frase rectora de la acción política que había pergeñado Perón y le enseñó Menem: Información, secreto, sorpresa. Por la tarde participó de los actos de lanzamiento de Raúl Granillo Ocampo, primero, y de Pacho ODonnell, después, los contendientes menemistas en la interna del PJ porteño. Abrazos, besos, fotos y la huida rápida para llegar a su casa-torre de Palermo, donde lo esperaba el gobernador tomando café y charlando con Evangelina Salazar. Ahí ambos candidatos decidieron que iban a ser dos mosqueteros, uno para el otro y viceversa.
|