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Por Verónica Abdala Cierta vez, Osvaldo Soriano le contó a su entrañable amigo Osvaldo Bayer que durante su exilio en Bruselas había trabajado como contador de patos de un lago. Le pagaban un sueldo por una labor muy belga: todas los días debía reportar a la Municipalidad cuántas aves nadaban en la placidez de esas aguas. Al principio, el escritor argentino explicaba cotidianamente a los burócratas encargados que la cantidad de aves no había variado. La suya era, desde donde se la mirase, una ocupación rutinaria. En un momento el escritor empezó a creer que tenía poco futuro en ese trabajo si no se las ingeniaba de algún modo para justificarlo. ¿Qué municipio toleraría un contador de patos que siempre decía lo mismo? Así fue que se le ocurrió una transa con un amigo. Este robaría dos patos por tarde, permitiéndole, así, cumplir con un doble propósito: en primer lugar, que su trabajo pareciese necesario. En segundo, conocer el valor nutritivo de los platos elaborados en base a patos. Asados eran buenos, aunque un poco duros. Esta es una de las anécdotas que Soriano le contaba a un perplejo Osvaldo Bayer y que ahora Bayer cuenta en el documental Osvaldo Soriano, de Eduardo Montes Bradley, que se estrenará el jueves que viene en el cine Cosmos. Lo que nunca supe, explica ahora el historiador y periodista en el film es si la historia era cierta o es una prueba más del poder de la imaginación de Osvaldo. Hasta aquí nada fuera de lo habitual, si se tiene en cuenta que la mayoría de sus amigos hacen referencia a que, a la hora de inventar historias, a Soriano era difícil ganarle. Lo más interesante de la historia actualizada es que Montes Bradley y su equipo se trasladaron hasta el lago y comprobaron que, efectivamente, está superpoblado de cisnes y patos. Bayer nos contó por primera vez la anécdota en un hospital de Alemania, en la misma habitación en la que murió Anton Chejov, cuenta Montes Bradley. Y me pareció reveladora a tal punto que le dije al camarógrafo vos reíte, pero yo voy a ir hasta allí a entrevistar a los patos. Dicho y hecho. Me subí al auto, manejé toda la noche. Enfrente del lago estaba el hospital en donde Kathrine, su mujer, trabajó como enfermera. Es muy probable que Soriano la esperara mirando los patos y que en ese marco haya inventado toda la historia de los banquetes. Pero a mí no me importa eso: yo no fui allí como abogado del diablo, fui a completar el cuento que él había iniciado, a seguirle el juego. No a buscar pruebas de que estaba mintiendo. El era un camelero, en el buen sentido. El camelo es, en mi opinión, una especie de mentira bienintencionada y con vuelo lírico. Y está bien, cada uno tiene su lago y a veces es mucho más interesante que delatar el cuento, creérselo. Montes Bradley explica en una entrevista con Página/12 que descubrió a Soriano en Estados Unidos, en donde vivió entre 1978 y 1995. Y que, de a poco, sus libros comenzaron a representarle la Argentina. Recuerdo una vez en que viajaba en un avión repleto de japoneses y me mataba de la risa, leyéndolo. Ellos me miraban y yo pensaba que nunca entenderían la genialidad del tipo que había escrito ese libro porque no eran argentinos. Fue por aquellos días, dice, que se decidió a filmar la película, que rodó entre junio de 1997 y abril del año pasado. El director entrevistó, en el marco del documental, a diversas personalidades del ámbito de la cultura y el periodismo que, de un modo u otro, tuvieron relación con Soriano. Ellos son: Osvaldo Bayer, Antonio Dal Masetto, Ariel Dorfman, José María Pasquini Durán, José Pablo Feinmann, Juan Sasturain, Eduardo Galeano, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Santo Biasatti, Fernando Birri, Martín Caparrós, Francisco Negro Suárez, Félix Samoilovich, Christine Brucher, Federico Luppi, Gianni Miná, Maurizio Matteuzi, Héctor Olivera, Nico Orengo, Dalmiro Sáez, Horacio Salas, Ana María Shua, Tito Cossa, Aída Bortnik y Liliana Heker. El resultado es un modelo para armar logrado a partir de las múltiples voces que recuerdan al compañero, al esposo, al incansable narrador de anécdotas, al amigo. La cámara es, en ese contexto, una suerte de gran ojo testigo de la historia de un hombre, más que de la biografía de un gran escritor. ¿Cuáles fueron los principales objetivos que se fijó antes de iniciar la filmación? Lo que más me interesaba era no hacer una película panfletaria, en el sentido de que me interesaba más mostrar que defender posiciones. Recuerdo que una vez, en el colegio primario, dibujé a San Martín. La maestra me tiró el dibujo a la basura y me dijo: Los héroes se recortan del Billiken y se pegan en el cuaderno, no se dibujan. Yo quería romper con esa lógica y dibujar a Soriano. Quería llegar a saber del hombre y escritor a partir de la curiosidad, no de la confirmación del mito. Así fue que un día me dije ¿quién es este tipo? y empecé a consultarles a los amigos de Soriano. Así nació el film. Filmamos en Alemania, Italia, Estados Unidos y Buenos Aires. ¿Por qué eligió a Soriano para filmar su primer documental? Porque éste no es un proyecto pensado desde la vanidad profesional. Supongo que en ese caso hubiera elegido a Jorge Luis Borges o a Adolfo Bioy Casares. A mí me interesaba de verdad Soriano, porque yo fui, soy y seré uno de sus lectores. ¿Cuál es su historia en relación a la literatura? Yo me definiría como un lector obsesivo, de toda la vida. Y diría que en los últimos años me fasciné con las figuras de diversos escritores. De hecho, mi próximo proyecto es filmar otro documental, esta vez sobre la vida de tres hombres: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo. Me interesa, básicamente, el tema del compromiso político de estos escritores. Pienso que es absurdo que nuestros ídolos sean los futbolistas y los roqueros y no ellos. Yo, que tengo 38 años, pertenezco a una generación a la que le decían al colegio no se viene a hacer política, a la fábrica no se viene a hacer política. Ellos fueron e hicieron política. ¿Qué es lo que más le atrae de Soriano? Su falta de solemnidad, su coraje para hablar de ciertos temas que muchas veces los argentinos no plantean frontalmente. Creo que a los argentinos nos hace falta un poquito más de falta de respeto. Este es un país que festeja el día de San Martín, por dar un ejemplo, el día de su muerte y no el de su nacimiento. Y un país en el que la gente tiene, lamentablemente, muy internalizado eso de que los héroes son intocables. En un punto somos como buenos alumnitos con falta de huevos. Y Soriano, en ese sentido, era lo opuesto. ¿Cuáles eran los aspectos de su vida que le interesaba enfatizar? Yo tenía tres ideas eje, que finalmente son las que, implícitamente, estructuran el documental: Soriano y la política, Soriano y el cine y Soriano y la literatura. Muchos me preguntan por qué hay pocas referencias al fútbol y yo contesto la verdad: porque ninguno de sus amigos habló de eso. ¿En qué varió su percepción del escritor desde que decidió filmar esta película hasta la actualidad? Yo comencé este proyecto suponiendo que él era un hombre que debía haber sido muy feliz. Un tipo al que no le había faltado nada: hacía lo que le gustaba, vivía de eso, era respetado por sus colegas y querido por sus lectores... Tenía muy buenos amigos, influencia en los medios para poder expresarse. Hoy creo que no debe haber sido tan feliz, y que muchas veces debe haber sentido que muchos le hacían la vida imposible y que su nombre generaba polémicas en distintos ámbitos. Supongo además que esperó siempre un reconocimiento que no llegó en la medida que él hubiera esperado. Su película anterior, El sekuestro, tuvo malas críticas. ¿Le teme a lo que esta vez puedan decir los especialistas? Y, miedo hay siempre. Pero esta vez estoy más seguro que otras veces de que el producto es bueno, de que va a gustar. Y va a servir. Ahora estoy trabajando para que en las bibliotecas públicas, en las universidades y en los colegios haya una copia de la película. ¿Por qué habría que ir a ver su película? Porque la pelotudez ocupa demasiado espacio, los políticos ocupan demasiado espacio, las rubias teñidas de la televisión ocupan demasiado espacio... En ese sentido el proyecto de los milicos triunfó: poco nos atrevemos a debatir y en cambio asistimos a un espectáculo vacío protagonizado por actores, futbolistas y políticos. Parece haber un plan efectivo de aniquilamiento cultural. En ese sentido mi película es un aporte desinteresado a la discusión. Me gustaría que así fuera recordada en el futuro.
LOS TESTIMONIOS DE SUS COLEGAS ESCRITORES Los
testimonios que componen la película van tejiendo una suerte de diálogo colectivo al que
cada uno de los participantes aporta un punto de vista personal sobre el autor de Triste,
solitario y final y No habrá más pena ni olvidos, entre otras obras. He aquí algunas de
las ideas que expresa:
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