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Por Magdalena Ruiz Guiñazú Gilles Lipovesky tiene la palabra fácil, se apasiona en la observación de los fenómenos que han dado lugar a sus libros. Exhibe esa impronta europea mezcla de información y cultura que lo hace sumamente grato e interesante. No tiene la demagogia habitual en quien desea que los lectores participen de sus ideas. Lipovesky observa y se mueve con cautela. Está convencido de la honestidad de su tarea pero admite también opiniones en contrario. En La Era del Vacío, quizás su libro más interesante, Lipovesky subraya la indiferencia en que la sociedad posmoderna todo lo banaliza. Terminé este libro a comienzo de los años 80, antes de la caída del Muro de Berlín pero ya tenía la intuición de que los grandes mitos, los grandes mensajes, que nos venían del siglo XVIII con conceptos como nación, revolución, progreso, comenzaban a hacer agua. La cultura iba a movilizarse hacia los valores privados, personales. Y en el momento en que estos grandes conceptos se derrumban entramos en un nuevo ciclo que llamo posmoderno y que revaloriza la realización personal, la autonomía, la felicidad de cada uno, el narcisismo son elementos que marcan a los individuos de nuestra sociedad para lo mejor y lo peor. ¿Qué sería lo mejor? Lo mejor sería formar defensas contra las diferencias étnicas, las ideologías de la muerte del nacionalismo y de la violencia que tantas muertes han causado en este siglo. No se trata de tener una visión apocalíptica. Entiendo que el título La Era del Vacío pueda señalarlo así pero, fundamentalmente, es una visión realista. ¿Qué pasa con los jóvenes que ya parecen no tener entusiasmo por nada? Es interesante observar que en sociedades violentas donde, de alguna manera, los jóvenes parecen no tener ya ningún rumbo, esto es así. En ese sentido el fenómeno de la desocupación equivale a no tener futuro. Y cuando no hay futuro ni proyecto de vida con el que identificarse se cuestiona específicamente a una sociedad que no brinda proyectos, que no admite ni siquiera los sueños de una gran mayoría de jóvenes. Esto causa un enorme vacío y el problema consiguiente. Sin embargo, tampoco debe considerarse que esto cuestiona la evolución global, ni la democracia esencial a la sociedad posmoderna liberada de los grandes mensajes. Usted recordará que en los años 60 nos habían prometido el hermoso sueño del ocio creador, del tiempo para pensar... Es cierto. Los años 60 aún traían consigo resabios de dos siglos anteriores: toda la imaginería revolucionaria. Se creía aún en las políticas. Hoy se piensa en términos económicos. ¿Hemos perdido la espiritualidad, entonces? No. Fíjese usted en el budismo, en todas las religiones orientales que están tan en boga. No. De lo que se trata es del sentido que los hombres le están dando a la historia. El concepto de que los hombres pueden cambiar, a través de la voluntad, el curso de la historia, es un concepto obsoleto. Ya nadie cree en esto. ¿Es imposible modificar la historia? No. Es ella la que se modifica pero ya no creemos en un cambio brutal y voluntarista que todo lo trastorna. La historia cambia en la evolución. Se modifican algunas cosas pero la idea de los años setenta, aquella que dogmatizaba que de la noche a la mañana se iba a cambiar la vida, aquella consigna de mayo de 1968, ya no resulta creíble para nadie. Revolución ¿para qué? ¿para reemplazar la historia contemporánea con qué? Nadie cree ya en esta mitología que, en su momento, por supuesto, motivó enormes entusiasmos. Hoy el tema está puesto en tener trabajo, vivir con holgura. Aquí se presenta el problema de la dualización de las democracias. Estas sociedades son muy energizantes para los dos tercios de la población que luchan por vivir mejor, ir de vacaciones, tener proyectos, etc. Queda entonces un tercio de la población, los excluidos. Un tremendo problema. Entre nosotros, latinoamericanos, me temo que excluidos para siempre. En Francia, no sé... Mire, también entre nosotros el tema es grave. No discuto que en América latina la situación sea más grave porque nosotros tenemos determinadas leyes sociales que son efectivas, pero entre nosotros hay muchos jóvenes, hijos de padres desocupados a los cuales nunca han visto trabajar. Ciertamente no es un modelo estimulante. ¿Usted piensa que la revolución ha sido reemplazada por la seducción? La revolución ha sido reemplazada por la sociedad de consumo y de comunicación. Es la seducción de los objetos materiales, las diversiones, el placer, los medios audiovisuales. Ya no la lucha de clases, la revolución, los grandes cambios. Esto no hace soñar a nadie. Lo que hoy nutre los sueños es participar en la sociedad de consumo. ¿Es decir que la seducción ha dejado de ser interpersonal para convertirse en un proceso que reglamenta información y costumbres? Sin duda. Quiero recalcar que las sociedades de los siglos XVIII y XIX y mitad del siglo XX eran sociedades disciplinarias, con jerarquías. Autoritarias. Lo que yo llamo la sociedad posmoderna es una sociedad manejada por la seducción, la personalización, el hedonismo, el consumo. No es ya pues un sistema autoritario sino que atrapa a través de propuestas seductoras con las grandes fallas que hemos mencionado recién. Diría que estos problemas no derivan específicamente de la sociedad de la seducción sino del liberalismo. No se trata tanto del culto a los objetos como del hecho que esta es una sociedad muy dura y competitiva que excluye categorías íntegras que ya no son consideradas productivas ni de utilidad. Cuando yo hablaba de una sociedad seductora me refería a que hemos entrado en una nueva regulación social en la que ni la política, ni la disciplina (factores determinantes de la sociedad anterior) gravitan tanto como la comunicación y el consumo. Y estos son fenómenos de masa que han desembocado en este nuevo ciclo de individualismo que he tratado de describir. Es decir esta espiral que implica la voluntad de ser un hombre libre. Y esto se aplica, desde luego, a la mujer también. El camino global es semejante para ambos. Durante dos siglos y medio se construyeron las sociedades modernas con organizaciones disciplinadas, políticas, ideológicas. Y luego, después de los años 50 y 60, aparece otra cosa que llamo la sociedad posmoderna sostenida por el consumo y la comunicación. Esto produce una nueva ola de individualismo que también llamo el individualismo posmoderno que se caracteriza por el impulso de los deseos de autonomía individual, de pasiones políticas, del culto del cuerpo, el culto de las relaciones y del placer. Y el conjunto de este mecanismo de nuevos valores es el que define el individualismo posmoderno. Usted también pone el énfasis sobre el narcisismo, el hedonismo a través de los medios masivos de comunicación. Claro, porque los medios masivos obran como vehículos para transmitir todo esto. Lo desarrollan a través de la publicidad, la revistas femeninas (cuide su cuerpo, sea feliz, etc.). Hoy, el hedonismo se produce de manera masiva a través del entorno... ¿Es el espejo en el que se mira la gente? Hay que distinguir entre el deseo de ser visto, de aparecer y el punto quizás más fundamental que constituye el mensaje permanente de los medios acerca de la belleza y la juventud y todos aquellos placeres que hemos enumerado. Allí podríamos encontrar el componente narcisístico en aquello de esto es mi cuerpo, mírenme, quiero ser feliz. En las sociedades que nos precedieron los grandes mitos eran, en cambio, la nación, la revolución. Yo diría que hay una focalización en el Ego, en el Yo, lo cual no quiere decir necesariamente egoísmo. Hay solidaridad, grupos de voluntarios. La gente no se ha convertido en monstruos. No se trata de ello. Sencillamente ya no hay grandes pasiones políticas. Hemos salido de esa época para entrar, más bien, en aquella de las pasiones individuales, de relación, afectivas. También con la idea de que la responsabilidadrecae más sobre nosotros que sobre el Estado. En mi libro El crepúsculo del deber he desarrollado la tesis en la que nuestras sociedades desarrollan dos tipos de individualismo: el irresponsable que podría sintetizarse en aquello del Rey Sol, después de mí, el diluvio, que entraña la búsqueda del goce inmediato y la corrupción y el individualismo responsable que implica poner límites a los progresos tecnológicos, luchar contra la corrupción, la responsabilidad ecológica. En fin, todo esto demuestra que el individualismo no es necesariamente lo malo, el diablo. Hay peligros, claro, pero al mismo tiempo promesas. También en su último libro La tercera mujer las promesas del pasado aparecen particularmente modificadas en la mujer que usted describe... Mire, en la época de Byron, por ejemplo, el amor era un especie de ideal absoluto para las mujeres. Sigue siéndolo hoy pero las mujeres también han desarrollado otros ideales, otras metas. Si conversamos hoy con una muchacha de 17 años nos hablará tanto de la carrera que piensa seguir como del príncipe de sus sueños. La vida ha cambiado enormemente en este sentido, pero lo que subrayo en mi libro es que el acercamiento entre los sexos no significa intercambiabilidad. La enorme revolución que se ha producido en la mujer no quiere decir que se hayan uniformado los roles masculino y femenino. Tan es así que la famosa androginización para fines de este siglo no se ha producido. Fue un concepto fogoneado por campañas publicitarias que no corresponde para nada a la realidad de los hechos. Dentro de la familia el protagonismo sigue siendo de las mujeres, aunque es cierto que los hombres prestan mayor cooperación en las tareas del hogar. Todas las encuestas demuestran que la mujer sigue siendo una pieza fundamental en el hogar. En cuanto a la belleza, por ejemplo, hay una total asimetría entre los sexos: nadie podrá decir que la apostura masculina pueda ser evaluada como la belleza femenina, etc. En una palabra, acercamiento no quiere decir similitud. Y lo mismo para el amor. Hoy las mujeres tienen aventuras sexuales y no son condenadas por ello, pero al mismo tiempo no se comportan como los hombres que tienen gran facilidad para separar el sexo del amor. Las mujeres también lo hacen pero confieren al amor sentimental una importancia ausente en los hombres. A través de distintas encuestas las respuestas femeninas asignan mayor importancia a la ternura y al erotismo del antes y el después que al acto sexual en sí mismo. ¿La revalorización de las caricias, entonces? Absolutamente. Y fíjese usted que un hombre jamás lo expresará así. Para la mujer es aún fundamental poder soñar con el amor.
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