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Por Juan José Panno y Facundo Martínez 1La fiesta empezó antes del partido cuando aparecieron las porristas. Doce mujeres, doce esculturas. Ocho rubias y cuatro morochas salieron sacudiendo los brazos, levantando las piernas, saltando, armando obvias figuras coreográficas. La gente las recibió bien. Faltando cinco minutos para el comienzo del partido calentaron un poquito más el ambiente. Las chicas, cubiertas con una túnica/bandera con los colores de Boca, sacudían las pompones por el aire, mientras el público esperaba el destape, que finalmente llegó: top azul, pollerita cortita, medias azules y amarillas, zapatillas y deliciosas pancitas al aire. Un dale Bo, dale Bo, bajó de las tribunas entre risas socarronas y aplausos: las chicas no tardaron en sacudir sus doce colitas. Un invento que no tiene nada que ver con el fútbol, ni con la historia, pero que no quedó descolgado en el contexto del festival futbolero. 2Los que no gritaban ni aplaudían ni cantaban eran los muchachos de la Doce. No por celos, o por la pérdida de protagonismo, sino porque estaban enojados. Llegaron y ocuparon el centro de la segunda bandeja que da a Casa Amarilla y allí permanecieron, sentados. La manifestación, silenciosa, duró los 90 minutos del encuentro. Para resto del público la gran mayoría el reclamo social de los barrabravas de Boca no tuvo trascendencia. ¿Por qué la protesta? Porque los dirigentes los castigaron y, esta vez, se negaron a regalarles entradas. Pero con hinchada brava o sin ella, los demás no se cansaron de gritar durante toda la tarde. El silencio de los pesados, por suerte, no es contagioso. 3Los xeneizes estrenaron su cancha en el torneo y fueron locales, por primera vez. Volvieron a jugar en la Bombonera, que había sido suspendida por la AFA, después de los incidentes con los hinchas de Chacarita. Con el salón de fiesta propio, la situación fue inmejorable. Y para evitar problemas en casa, la voz del estadio repitió incesantemente, una serie de máximas de buena conducta orientadas a los hinchas. Nos pueden sancionar. Nos pueden sacar los puntos. Bla, bla, bla, se escuchó. Volver a casa fue una buena razón para que los hinchas llegaran a la cancha con ánimo festivo. 4Las ausencias de Oscar Córdoba y Martín Palermo no se sintieron. El Pato Abbondancieri (lleva cuatro partidos, no le hicieron ningún gol) cumplió sin lucirse porque las ideas ofensivas de Racing se evaporaban como el éter, mucho antes de llegar al área, y Antonio Barijho jugó su mejor partido en Boca se mostró insolente, enchufado, habilidoso, participó en el circuito de juego, hizo un golazo-golazo, y después uno más, como para sobrar. Tampoco se sintieron los tres cambios que hizo Bianchi durante el juego: volvió La Paglia, el mejor de los suplentes, Pereda encontró el medio de la cancha, y Navas metió un poco más de fuerza. 5La sensación, mejor dicho, la seguridad de que el gol va a llegar, y de que la victoria va a llegar, está instalada en cada rincón de las tribunas y en cada centímetro de pasto que pisa el equipo. Que hoy tenga la valla menos vencida, que a los volantes rivales les cueste cada vez más pasar con claridad la pelota al frente, y que la definición de los xeneizes sea temible, son algunas de las consecuencias de la consolidación del equipo. En Boca, los dirigentes y el técnico saben lo que cuesta mantener esa estructura. Por eso, aunque Palermo sea, como dicen, reemplazable, ni Cagna, ni el mellizo Guillermo, ni Samuel, ni, por supuesto, Riquelme, tienen precio. 6Los cuatro goles, dos de los cuales
merecen un lugarcito en el cuadro de honor del campeonato. El primero fue de Guillermo,
con ayudita. El segundo, el más espectacular fue de Barijho: cañonazo de zurda después
de amortiguar la pelota con el pecho lo suficiente como para que quedara mansita para
darle. El tercero también fue de Barijho: derechazo cruzado después de sacarse de encima
la marca. Y el cuarto, de Cagna, tras la mejor jugada colectiva de toda la tarde. La
tocaron todos anticipándose a las marcas en velocidad, Guillermo desbordó a Castillo y
cuando llegaba a la raya de fondo levantó la cabeza y se la puso en la frente a Cagna.
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