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El general Pinocho Por José Luis D'Andrea Mohr |
El general de división y comandante del Cuerpo de Ejército II, con mando y obligación de dar el ejemplo sobre miles de hombres y mujeres puede ser un mentiroso consuetudinario. Las sucesivas juntas de calificación del Ejército, responsables de aprobar sus ascensos a coronel, general de brigada y general de división, pudieron haber incurrido en encubrimiento, si es que tuvieron en su poder lo que Juan Gelman ha hecho público en estos días. El Senado que aprobó los ascensos, seguramente, careció de la información y por esa razón no opuso argumentos a la propuesta de la junta de calificaciones. Esto parece ser así porque el sumario iniciado en 1977 en Córdoba como consecuencia de un secuestro extorsivo, realizado por personal militar y civil "inorgánico", se mantuvo dentro del ámbito de la Justicia militar. Y si desde ese particular y cerrado círculo corporativo no se informó al Senado, mal pudieron los senadores resolver con justicia. Por ejemplo, en mayo de 1986 el Jefe de Estado Mayor del Ejército, general de división Héctor Luis Ríos Ereñú, terminó así una alocución ante trescientos oficiales reunidos en el Comando Logístico de Palermo: "(...) quedará para el futuro, cuando el tiempo y el espacio lo permitan, si es que podemos: reivindicar a nuestros comandantes". De esta manera artera, a espaldas y en oposición a su jefe, el presidente Alfonsín, Ríos Ereñú hacía apología del delito y descalificaba las condenas de la Cámara Federal. ¿Habría enviado Ríos al Senado los antecedentes de casos como el de Cabanillas? ¿Lo hicieron los sucesores de Ríos Ereñú? El general Cabanillas (Goyo) ha sorteado con suerte y méritos las vallas anteriores. Así lo admite Balza en su argumentación escasa para responder al drama de Juan Gelman. Aunque sí podría haber resuelto ya el pase a disponibilidad de Cabanillas e iniciar un sumario para establecer la verdad antes de que por los diarios la sociedad se entere de lo que ya casi es incuestionable. Si Gelman ha dicho la verdad, Cabanillas debería comparecer ante un Consejo de Guerra acusado de encubrimiento de crímenes cometidos en Orletti, como mínimo. Además, el artículo 771 del Código de Justicia Militar expresa: "Será destituido todo oficial: (...) 3) que no emplee todos los medios a su alcance para impedir o frustrar un flagrante delito contra la disciplina cometido por un subalterno". Y este artículo penal militar les cabe tanto a Balza ahora cuanto a Cabanillas por lo hecho u omitido. Por otra parte y ya en el campo del honor ("el único regalo que un hombre puede hacerse a sí mismo") cualquier ciudadano civil puede solicitar al Jefe de Estado Mayor que el general de división Eduardo Rodolfo Cabanillas comparezca ante un tribunal de honor para explicar por qué ante la terrible denuncia de Juan Gelman no respondió públicamente y en persona semejante agravio. El creador del fuero del honor en el ejército, José de San Martín, disponía: "Cualquier oficial del cuerpo puede desnudar a sablazos a aquel camarada que deshonre el uniforme, en el lugar en que lo encuentre". Se les recuerda a los jóvenes oficiales actuales que tienen la misma posibilidad que los civiles sin necesidad de andar desnudando a sablazos a algunos superiores medio gandules, algo que ahora creo está prohibido. Pero es sencillo. Un subteniente puede presentarse al general Cabanillas así: --"Permiso mi general (esperar que le gruñan sí). Le informo, con todo respeto, que solicitaré la formación de una comisión de honor porque usted se ha dejado insultar por un poeta sin dar explicaciones ni a nosotros ni a nuestros conciudadanos. Buen día." (O buenas tardes, según.) * Ex oficial del Ejército. Fue expulsado por negarse a participar en la represión ilegal.
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La búsqueda inalcanzable de Juan Gelman lo ha llevado a recorrer
huellas dejadas por los verdugos de su hijo, nuera y muchas personas desaparecidas y
asesinadas. En Juan, como en tantas familias, vive la esperanza luchadora de encontrar a
sus nietos o nietas. Y con sus esperanzas vivimos hasta los que como yo fuimos camaradas
de armas de aquellos criminales, aunque sin haber usado de la misma manera el armamento ni
el cerebro.