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SUBRAYADO

Hacer la plancha tiene sus riesgos

Por Mario Wainfeld


t.gif (862 bytes)  Tras el debut electoral de la Alianza en 1997 --cuando barrió con casi todo el PJ, Eduardo y Chiche Duhalde incluidos-- comenzó a especularse con su ruptura. El Frepaso y la UCR no conseguirían convivir, se decía: jamás podrían dirimir las candidatura a presidente y vice. Sus diferencias ideológicas eran insalvables, añadían otros. El tiempo probó que las agorerías eran exageradas: las internas aliancistas fueron menos virulentas que las del PJ o las libradas al interior de la UCR o el Frepaso. Las diferencias ideológicas tampoco son abismales, en buena medida porque la inmensa mayoría de los dirigentes de la coalición no tiene la menor disposición para ponerlas sobre la mesa.

Bien mirada, esa supervivencia era previsible. A los aliancistas no los une el amor sino el deseo, un pegamento mucho más eficaz. Saben que juntos y sólo juntos pueden llegar al gobierno y eso tira más que un millón de bueyes.

Contra lo que ya han dicho --y reiterarán en el trascurso de la campaña-- los peronistas, la oposición tampoco corre riesgos de fragmentarse si gana las elecciones. El poder aglutina aún más que el deseo como ya lo probaron radicales y peronistas que incumplieron sus contratos electorales, bajaron sus banderas y no tuvieron desgajamientos significativos.

Lo único que pone en zona de riesgo a la Alianza es una derrota nacional, contingencia en la que poco se ha pensado desde su nacimiento. Seis meses faltan para las elecciones y eso en la Argentina es algo similar a la eternidad. Ninguna encuesta es certera y menos definitiva. Pero es casi imposible que la Alianza gane más gobernaciones que el PJ. Y también que triunfe en Santa Fe, si Carlos Reutemann es candidato, o en Mendoza, donde el demócrata Carlos Balter lleva una ventaja sideral. En Córdoba ya ganó el PJ.

Por lo tanto, los únicos dos distritos grandes en los que la Alianza conserva firmes expectativas para llegar al Ejecutivo son Capital (donde pese a sus desaguisados sigue teniendo amplias ventajas) y la provincia de Buenos Aires. Según los antecedentes históricos nadie ganó una elección nacional y perdió en Buenos Aires. Ese escenario --que alteraría bruscamente la correlación interna de fuerzas existente desde que Fernando de la Rúa batió a Graciela Fernández Meijide-- es altamente improbable.

Así las cosas, si la Alianza perdiera los radicales quedarían gobernando unas pocas provincias (Catamarca, Chaco, tal vez Río Negro y Chubut, difícilmente Entre Ríos o Misiones, con mucha suerte Tierra del Fuego). El Frepaso, a su vez, controlaría la Capital Federal y acaso Buenos Aires. Los socios se esperanzan con una victoria de Alfredo Avelín en San Juan pero serían dos milagros que este dirigente local, tan personal y mañoso, ganara y se encolumnara luego con la Alianza si ésta no controla el gobierno nacional.

El peronismo controla el Senado y una derrota dejaría a la Alianza minoritaria en Diputados y gobernando pocas provincias, varias con administraciones "radicales puras". Ese escenario sí podría poner al borde del abismo la supervivencia de la coalición.

Nacida de la sagacidad de sus dirigentes, que percibieron un reclamo firme de enfrentar con chances al peronismo, la Alianza tuvo premios electorales desmesurados en relación con sus desempeños. Ganó en 1997 simplemente por haberse presentado. Tuvo una fenomenal participación en la interna abierta para presidente. Conserva una altísima intención de voto y De la Rúa sigue primero (aunque cada vez con menos luz sobre Duhalde) en los sondeos. Todo eso pese a haber desleído su imagen, haberse perdido en internas e internitas, haber diluido cualquier arista progresista en su sobreactuado afán (que llevó al paroxismo Ricardo López Ley de Murphy) de hacerse amar por el establishment o de someterse a los reflejos más reaccionarios de la gente del común. La semana pasada acumuló un penoso hito en su carrera a la derechización: la propuesta sobre seguridad tan troglodita como poco meditada.

Ha recibido premios desmesurados por plantearse (si no como alternativa) como oposición. Eso, y el estilo personal de su candidato presidencial, los ha llevado a vivir haciendo la plancha, confiando en que si flotan llegarán a destino. Sin embargo, el panorama ha cambiado desde 1997. Duhalde se ha consolidado como candidato consiguiendo un --beneficioso para él-- tono opositor a Menem y su perfil se superpone con el de la Alianza. La victoria aliancista, un dato en octubre de 1997 o a fin de 1998, ahora puede escurrírsele entre los dedos. Un traspié podría ser letal, aún más grave que los padecidos por el peronismo en 1983 y el radicalismo en 1989, ya que no sólo le exigiría años para reponerse sino que pondría en riesgo su propia existencia.

 

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