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No habrá ninguno igual

Por José Pablo Feinmann


t.gif (862 bytes)  Corría el mes de septiembre de 1989. En una librería que ya no está y estaba en la calle Talcahuano y se llamaba Los Nuestros, nos reunimos junto a Carlos Auyero para presentar su libro Desde la incertidumbre. Eramos Pasquini Durán, Alberto Piccinini y yo. Creo que fue uno de los primeros actos culturales contra el menemismo, que ya exhibía su rostro más despiadado. Pero fue hecho con el espíritu de libro: fue hecho desde la incertidumbre. Ocurre que Auyero fue un político tan único, tan original y osado que se atrevió a trabajar, no desde certezas absolutas, desde garantismos que pueden venderse como vidrios de colores, sino desde la incertidumbre.

Trabajar desde la incertidumbre tiene una nobleza y lucidez cartesianas. Si Descartes asumía su duda como motor del conocimiento, Auyero asumía la incertidumbre como modo de abrirse a la compleja trama de las cosas. No fue peronista, pero no fue gorila. No fue socialista, pero no fue macartista. Luchó en las más ásperas zonas de la política, pero no perdió el respeto por el otro. Creyó en la democracia, pero no le adosó el liberalismo de mercado. Fue un humanista, pero no perdió su fe religiosa, su compromiso con lo sacro. Se hundió en el fragor de las internas partidarias, pero no se marginó de una concepción amplia de lo político. Una concepción que trascendiera lo partidario en busca del horizonte conceptual, inteligente.

Porque fue un hombre inteligente y un hombre de la inteligencia. Fue el político más respetado por los intelectuales quienes, con él, se sentían con un par. Cierta vez me dijo: "No te entusiasmes conmigo, yo apenas soy un político que leyó dos o tres libros más que los otros". La frase revela su vuelo para la ironía, más que su humildad. Revela una crítica contra el antiintelectualismo, contra el pragmatismo de la clase política, y revela la difícil tarea de un hombre que quiere ser un intelectual sin dejar de ser un político, y ser un político sin dejar de ser un intelectual. Este acercamiento a lo cultural lo llevó a muchas cosas trascendentes. Una de ellas fue la revista La mirada, que editó con José Nun, Beatriz Sarlo, Horacio González, Carlos Altamirano y otros que lo rodearon entre el reconocimiento y la crítica.

Era brillante, o podía serlo siempre que se lo propusiera, pero gustaba estar lejos del brillo. En el Frente, en el Frepaso, en la Alianza ocupó un lugar de segundo plano, un lugar de construcción interna, de edificación política y conceptual. Era un político decente y esto lo volvía terriblemente incómodo en los tiempos que corren. Estaba lejos del pragmatismo, de la frivolidad, de la agresión mediática, de la ambición incontenible, de la estrechez de los internismos infinitos. Para él, la política no era un negocio ni su horizonte el poder a cualquier costo. No

era un santo. Pero estaba muy lejos del juego demoníaco, despiadado, antihumanista, en que la política se está convirtiendo.

Murió hace dos años, casi en medio de un debate televisivo. Estaba enfermo del corazón y habría de pagar un costo muy alto por enfrentar las compadronadas, las agresiones, las impiedades de los políticos del menemismo, afilados como fieras. Murió defendiendo a los rebeldes neuquinos. Dijo que no eran subersivos, que no querían cambiar el mundo sino entrar en él. Y utilizó una palabra fuerte para calificar a quienes dejan gente en la calle, a quienes privatizan empresas o fábricas y desamparan a familias o a pueblos enteros sin hesitar, con el cálculo frío de los burócratas de la economía, que acostumbran a incurrir en la banalidad del mal porque hacen de la vida de los hombres una cifra, un número, una variable de ajuste. A ellos, a todos ellos, Auyero les dijo "canallas".

Es irremplazable. No hay cómo llenar el vacío que deja. Fue un inteligente en medio de la frivolidad. Un culto en medio de la creciente barbarie. Un humanista en un mundo inhumano. Un creyente lúcido en un mundo que sólo cree en las palabras huecas de los pastores electrónicos, que mercantilizan la fe. Un honesto en un mundo de corruptos. Pocas veces una muerte nos despojó de tanto, nos dejó tan solos. Ahora, tal vez, nuestro compromiso, nuestra consigna humana y política, sea parecernos, día a día un poco más, a Carlos Auyero. Aunque sepamos, dolorosamente, que como él no habrá ninguno igual, no habrá ninguno.

 

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