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SUBRAYADO

El número 17 de la OTAN

Por Claudio Uriarte


t.gif (862 bytes)  La Organización del Tratado del Atlántico Norte está compuesta por 16 países: Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, España, Portugal, Grecia, Turquía y sus flamantes tres nuevas incorporaciones, Polonia, Hungría y la República Checa. Esta es la forma de la Alianza que está desatando una tempestad de fuego sobre Yugoslavia. Pero a esta coalición se ha agregado de modo silencioso una potencia extrarregional, un país del sudoeste asiático: Israel. El engarce que articula a Israel con la OTAN es la alianza informal de seguridad mutua con Turquía y Estados Unidos, que parece destinada a convertirse en la herramienta básica de seguridad del futuro para lo que ha dado en llamarse el Medio Oriente. Todavía es un proyecto tentativo, pero la guerra en Yugoslavia supone una fuerte aceleración.

Lo más espectacular del silencioso número 17 de la OTAN no es su vinculación con Occidente --que nunca estuvo puesta en duda-- sino su acercamiento al mundo musulmán moderado, en este caso encarnado por Turquía. Significa que se está formando una alianza de facto entre Israel y los "árabes buenos" contra los "árabes malos", lo que es un buen augurio para las perspectivas de reactivación del estancado proceso de paz entre Israel y los palestinos; la clave al respecto será ver con quién forma alianza parlamentaria el primer ministro Benjamin Netanyahu después de ganar --como casi seguramente va a ganar-- las elecciones israelíes del 17 de mayo: si con la ultraderecha religiosa que ha impedido hasta ahora casi cualquier avance de la paz o con la centroderecha que dirige el Partido Laborista. Todavía es demasiado pronto para hacer pronósticos al respecto, ya que la política interna israelí tiene una dinámica muy singular e impredecible.

El segundo dato trascendente del "número 17" viene desde el lado de la OTAN, que de este modo se proyecta fuera de su esfera de influencia y misión tradicionales, flanquea hacia el sur y asume activamente un rol de rediseñador de fronteras e impositor de un tipo de pax otaniana más parecida al wilsonismo de la primera posguerra que a la realpolitik de, digamos, Henry Kissinger. Esta nueva configuración no está para nada exenta de riesgos, como se ha probado en las fallas tácticas de la operación en Yugoslavia y en la precipitación estratégica de una nueva Guerra Fría con el mundo eslavo. Pero se trata de la dirección que están tomando los acontecimientos, sea por diseño o por deriva inercial.

 

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