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¡John Brown no se rinde!


Por Mempo Giardinelli
Desde Tallahasse, EE.UU.

t.gif (862 bytes) Vuelvo a cruzarme con John Brown. Está arreglando el jardín y espanta a su perrito, que no deja de escarbar.
–Oiga, estuve pensando –me detiene y me pongo en guardia–. Quizá tenga razón y nosotros no estemos haciendo las cosas del todo bien, pero dígame: ante un genocidio, ¿debe o no debe hacerse lugar a una intervención internacional?
–Caray John... –me lo pienso un rato, para ganar tiempo–. Sí, ante un genocidio sin duda sería legítimo intervenir. Porque es justo no permanecer imperturbable ante la matanza de semejantes.
–Ah, entonces empezamos a estar de acuerdo.
–No se apure. Porque enseguida hay que decir que aquí y ahora, en el mundo actual y en el conflicto de los Balcanes, nadie, pero nadie, es decir, ninguna nación ni fuerza internacional, ni poder globalizado o globalizador, tiene derecho a hacerlo. Y no lo tiene porque nadie, pero nadie, tiene autoridad moral. Y menos esta fuerza brutal que ahora está en Yugoslavia para “defender” kosovares pero que en los últimos diez años, por ejemplo, dejó que se asesinara a tres millones de personas en Africa.
–Pero ese nadie tan rotundo significa una negación: es como afirmar que un asesino no debena32fo01.jpg (16170 bytes) salvar la vida de nadie porque antes ha matado, lo cual es absurdo. Con su lógica, Stalin no tenía autoridad moral para juzgar a los alemanes en razón de su pacto previo con Hitler, ni Inglaterra y Francia tenían autoridad moral para luchar contra Hitler porque previamente habían entregado Checoslovaquia. Y si quiere algo más cercano: el juez Garzón no tiene autoridad moral para juzgar a Pinochet porque en España no se juzgó a los criminales franquistas. Ninguna nación está exenta de culpa, y en la historia de la civilización abundan los genocidios.
Me rasqué la cabeza diciéndome que John Brown estaba socrático esta mañana. El me miraba como diciéndome “Chúpese ésa” e insistió, implacable:
–Con su argumento, caemos en manos del relativismo: si nadie tiene autoridad moral, luego nadie debe intervenir para que el genocidio no se consume y entonces el genocidio se consuma. O en manos del nihilismo: no hay salida porque nadie tiene autoridad moral sobre la Tierra.
Y sonrió, desafiante, mientras pateaba al perrito.
–Vea, John –le dije, cauto–, sin ánimo de ofender le diré lo siguiente: aquí el problema concreto es la autoridad moral para esta
guerra. La Casa Blanca y la OTAN se arrogan dicha autoridad mintiendo informáticamente, atropellando el derecho internacional y olvidando que ellos mismos se encargaron de pisotear el poder de policía de la ONU. De modo que el suyo también puede ser un impecable razonamiento teórico, pero en el caso concreto de los Balcanes hay nombres y apellidos, hay historias recientes y hay responsabilidades específicas que no se pueden dejar de lado. Millones de serbios y kosovares, seres humanos concretos, están siendo diezmados en este mismo momento por la voracidad, la irresponsabilidad, la arrogancia o la incompetencia (y quizás un poco de todo) de lo que se llama capitalismo salvaje, neoliberalismo, globalización, alianza táctica, G8 o como quiera llamarle, y cuya cabeza visible está en el centro imperial de esta época: la Casa Blanca. Que es, dicho sea con todo respeto y afecto hacia el pueblo norteamericano, donde radica la más grande carencia de autoridad moral de nuestro tiempo y de esta guerra. –Otra vez el típico argumento izquierdista.
–Para nada: es una cuestión teórica y a la vez práctica. Estamos ante lo que en Etica se llamarían “encrucijadas trágicas” o “decisiones trágicas”: aquellas en las cuales ninguna resolución de todas las posibles va a garantizar o restaurar la eticidad en una emergencia. Y si en este caso concreto también es verdad que ninguna nación está exenta de culpa, tan verdad como eso es que estas naciones que ahora dicen bombardear para defender a los kosovares tienen demasiada culpa reciente y evidente, y no sólo carecen de autoridad moral sino que resulta incluso obsceno e irritante que cacareen “razones humanitarias”.
–¿Y entonces dejamos que triunfe Milosevic?
–Milosevic no puede triunfar: también es un criminal y como tal será juzgado. Va a terminar como Galtieri: escupido por la Historia. Pero si ahora parece fortalecido es por una razón muy sencilla: ninguna nación admite ser invadida y toda nación se amalgama contra el invasor. Y ustedes mismos lo están ayudando.
–¿Ve que es un nihilista? No da salida.
–Lo que digo es que hay que volver a la comunidad internacional, rehacer un acuerdo mundial básico construido sobre eticidad antes que propaganda, sobre humanismo antes que intereses económicos. Sólo esa comunidad internacional, respetable y respetada, podrá tener autoridad moral para intervenir en casos de genocidio.
–Eso es ideal: pura discusión para intelectuales.
–No me parece mal. De hecho esta guerra ha provocado interesantísimas polémicas entre intelectuales en España, Francia, Alemania, incluso aquí en los Estados Unidos.
–¿Y en su país?
–No, John, en la Argentina se lee lo que se discute en Francia.
–Pero si está de acuerdo en que en un caso extremo sería admisible una intervención internacional, ¿cuál debería ser la forma?
–Un organismo internacional serio, fuerte, no sometido a presiones sectoriales tan desparejas, y sobre todo capaz de controlar tanto a los genocidas como a los pretendidos justicieros y sus prepotentes líderes. Y para eso no hay otra vía que el derecho internacional: un parlamento mundial democrático sería el único con poder de policía para estas situaciones.
–Pero entonces aquí y ahora no hay salida.
–En teoría ésa es la encrucijada trágica. Pero sí hay una salida práctica, inmediata.
–¿Cuál? –me ladró, a coro con su perrito, harto ya de enterrar huesos bajo tierra.
–Paren la guerra. Eso.

 

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