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Los intelectuales luchan por su Kosovo privado

La ofensiva de la OTAN contra Serbia, para frenar la depuración  étnica de albaneses en la provincia yugoslava de Kosovo, hizo  que los intelectuales revisaran muchas de sus nociones favoritas.

Memoria: Para Régis Debray, EE.UU. se arrogó el “poder de vida y de muerte, en una región enferma como pocas por exceso de memoria: Europa”.

En Washington, todo preparado para el cumpleaños 50 de la OTAN.
Cuarenta jefes de Estado y de gobierno vendrán a celebrar el 23 de abril.

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Por E.F.

t.gif (862 bytes) Si alguien le pregunta en Francia si usted está a favor o en contra de la intervención de la OTAN en la ex Yugoslavia lo mejor es que, antes de responder, se cubra la cabeza con un casco. El tema es delicado y las respuestas a menudo virulentas. Basta el ejemplo del debate cruzado que mantienen dos pesos pesado de la “inteligencia francesa”: el incansable e incalificable Régis Debray, ex revolucionario castrista-guevarista, tardíamente enamorado del gaullismo paternalista y hoy defensor de la socialdemocracia –su último libro se llama La República explicada a mi hija–, y Alain Finkielkraut, filósofo y moralista de plumas afiladas, partidario de la intervención de la OTAN.
En un artículo publicado por Le Monde bajo el título “La Europa Sonámbula”, Régis Debray entrega una extensa reflexión sobre el poder del “western” norteamericano a que da lugar la guerra en los Balcanes. Debray se presenta como el más incansable, el mejor portavoz de la disciplina que el mismo inventó, la mediología. Sostiene que la justificación oficial de los ataques aéreos es la “defensa de las poblaciones civiles y los valores comunes”. Formación que el mediólogo califica de “gramática vaciada de la era poshistórica” que le sirve a la OTAN para manifestar el modelo norteamericano: “el idealismo moral y la superioridad tecnológica. El derecho y las máquinas. El derecho fija las normas, el derecho las hace respetar”. Debray, profundamente antinorteamericano en este artículo, asegura que puede decirse que “una cabeza ha sido americanizada cuando reemplazó el tiempo por el espacio, la cultura por la técnica y la política por el evangelio”.
El lector comprenderá que el discurso del escritor francés tiende a denunciar los ataques de la OTAN y, por añadidura, la cultura made in USA. Debray opone la cultura europea a las armas norteamericanas, reprochándole a los yanquis su visión del mundo de “sobrevuelo”: “los norteamericanos nunca entendieron la diferencia entre ellos y el resto del mundo”. Para Debray, “Norteamérica desprogramó a Europa, la cual se vuelve tan frustrada y miope como su líder. EE.UU. no tiene necesidad de ser dominador. Para nosotros es algo irrefutable, es decir, algo interior”. El ex revolucionario francés flagela a los europeos afirmando que “habiendo perdido el control intelectual de nuestro pasado, nuestro presente político se nos torna tan extranjero que podemos integrar el simplismo virtuoso de Hollywood”. Esto lleva a que un imperio “arrogante, instantaneizado y sin memoria pero seguro de sí mismo, lleno de mitologías maniqueas, se vea investido de summa potestas, poder de vida y de muerte, en una región por desgracia enferma como pocas por exceso de memoria”.
Hasta aquí la prosa de Debray. La oposición manifiesta que recorre el artículo es el sueño de la cultura europea, la memoria, las razones y los mitos contra la brutalidad técnica norteamericana, la ignorancia, la fuerza instantánea y sin historia. El lector se preguntará, como lo hizo Alain Finkielkraut en su artículo de respuesta, ¿pero dónde está la guerra en todo esto, dónde los kosovares, la purificación étnica y el millón de desplazados? Eso es lo que denuncia el filósofo en un artículo llamado “Debray o el enceguecimiento de la inteligencia”. Allí, Finkielkraut escribe: “Debray sólo tiene ojos para los soportes, los circuitos, las redes y los medios de comunicación. Antinorteamericano, sólo ve a una América triunfante. Europeo nostálgico, Debray está demasiado ocupado en redactar la oración fúnebre del Viejo Continente como para interesarse concretamente en lo que está ocurriendo. Panfletario sin piedad e hiperdotado, Debray le reprocha a todos el desconocimiento de una realidad de la que él mismo no quiere saber nada”.
En su respuesta, Finkielkraut invita a Debray a interesarse en esa Serbia “que apretó a todas las demás repúblicas y provincias de la exYugoslavia en la tenaza imperialista siguiente: la hegemonía de Belgrado o la Gran Serbia étnicamente pura, la obediencia nacional o la expulsión y las matanzas de las poblaciones rebeldes”. Usted mira y analiza demasiado la televisión, le dice el autor de El judío imaginario al autor de La República explicada a mi hija. En cuanto a la memoria y la cultura que Debray defiende contra la CNN y los aviones F 16, Finkielkraut advierte: “Régis Debray tiene razón: los automatismos de la memoria funcionaron bien en este caso. No son los relatos edificadores e inconsistentes del tío Sam los que hipnotizaron a nuestras elites: son más bien sus fantasmas y sus espectros. Nuestras elites no sucumbieron ante el chorro de las imágenes norteamericanas: sucumbieron bajo el peso del pasado francés”.

 

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