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Por Fernando DAddario El crossover musical (según la traducción del inglés al castellano: pasar de un lado al otro) tendrá pasado mañana una de sus manifestaciones más altisonantes cuando Mercedes Sosa y Luciano Pavarotti se encuentren en la cancha de Boca. Ayer lo hicieron por primera vez en un hotel ver recuadro donde se saludaron y brindaron detalles del espectáculo que ofrecerán en la Bombonera. Concebido y estudiado como un megaevento, se supone que será un pacífico choque de colosos, con derroche de decibeles, y un dato a favor del buen gusto: por razones de agenda no habrá tiempo para experimentos extraños. Cada uno hará su set (el de la argentina incluirá el tema inédito de Víctor Heredia Mi madre y María dedicado a las Madres de Plaza de Mayo, y diversos pasajes de La Misa Criolla, entre otros) y luego cantarán Cuore ingrato y Caruso, en los únicos momentos que se los verá juntos arriba del escenario. Se trata, entonces, de una coincidencia artística artificial que, a cambio de elementos de riesgo, aporta una dosis de lógica surgida de la aritmética musical: popularidad de Mercedes + popularidad de Pavarotti, debería dar como resultado una convocatoria multitudinaria. El encuentro de músicas aparentemente incompatibles es inherente a la naturaleza misma del hecho artístico, que se consuma siempre, a veces explícitamente y otras veces en forma solapada o inconsciente como resultado de la evolución de viejas mixturas y cruces culturales. El negocio de la música tardó varios años en sistematizar esta tendencia natural del arte y algún tiempo más en darle curso institucional. El show conjunto que brindarán la Negra y Pavarotti es emergente de la primera variable, y la reciente creación de la categoría classical-crossover en la entrega de los Grammy (y que premió al disco The soul of the tango, del cellista chino-estadounidense Yo-Yo Ma, sobre música de Astor Piazzolla) se deduce como un blanqueo empresarial del fenómeno. Más allá de las decisiones de escritorio, ¿qué buscan los artistas que atraviesan esa barrera antes sagrada? El bandoneonista Rodolfo Mederos, que fusionó su vanguardismo tanguero con Daniel Barenboim en el disco Mi Buenos Aires Querido consideró al ser consultado por este diario sobre el tema que en algunos casos es una cuestión de oportunismo, y en otros se trata de un acercamiento por carencias que uno tiene. Cuando querés sumar otro tipo de música es porque necesitás completarte. Yo me junté con Barenboim por curiosidad, y después de hacer el disco noté que me había enriquecido. No toqué mejor el tango, pero comprendí otras cosas. Uno se junta habitualmente con la gente que habla su propio lenguaje, es como la patota del barrio. Y cada tanto es bueno mudarse a otro barrio, y hablar con otra gente. Quizás uno encuentre algo para aprender, y viceversa. Una lectura ligera alimentaría la impresión de que los clásicos anhelan la masividad de los populares, y que estos necesitan legitimarse con el prestigio de aquéllos. Pero la realidad destruye este mito. Pavarotti no va a ganar fama cantando con Mercedes, así como Yo-Yo Ma uno de los mejores cellistas del mundo no elegiría precisamente a Piazzolla si sólo pretendiera ganar adeptos de a millones. Y por otra parte, es probable que la Negra no vaya a acumular prestigio por subirse a un escenario con el italiano. Lo tiene y de sobra, y seguramente, aun en los ámbitos académicos es más respetada que Pavarotti. Ariel Ramírez, que trabajó durante años con el tenor José Carreras, consideró al ser consultado por Página/12 que en este caso la unión puede ser fructífera: Cuando se cruza lo popular y lo clásico, lo único que importa es la calidad del intérprete. Si tanto uno como el otro son talentosos, lo que salga va a ser bueno. Pavarotti no va a cantar lo más profundo del repertorio clásico, sino temas ya populares. Igual que Mercedes. No hayque escandalizarse. Schubert lo hizo hace años, en sus estudios para piano con temas populares. Con Carreras hace diez años que venimos trabajando: él haciendo la primera parte con canciones de España y yo interpretando La misa criolla. Ahora el que me está persiguiendo desde hace un año es Plácido Domingo. Quiere hacer la Misa por la paz y la justicia. Y a mí por supuesto que me interesa. Las fronteras entre lo popular y lo clásico han quedado tan difusas que los parámetros para establecer motivaciones y expectativas deben buscarse por otro lado. Pero las fronteras están, separan mundos musicalmente distintos (sin que se pueda establecer que uno sea superior al otro) y el éxito de los cruces depende de los músicos, de su sensibilidad y de la capacidad de absorción del espíritu de ese otro mundo al que abordan. Lo demás es merchandising cultural. Mederos es contundente al respecto: Los sellos son la basura que empaqueta y vende todo lo que se pueda vender. Cuando uno se enfrenta al boom Pavarotti, hay que tener en cuenta que estos fenómenos no son químicamente puros. Todas estas cosas deben explotar su costado más ingenuo y al mismo tiempo tienen su arista más perversa y especulativa. Que se junte con Mercedes no puede aportar nada musicalmente. Es como cuando ya probaste todos los helados en la heladería, vas a la de enfrente y comés de nuevo para ver si tenés ganas, pero no, ya no tenés ganas. Es una especie de gula. Decir: Ya llegué hasta acá. ¿Qué más puedo hacer? ¿Cantar con Cristo?. Quienes diseñaron la movida de juntar a Mercedes con Pavarotti seguramente habrán captado la especial predilección que manifiestan los argentinos por los grandes acontecimientos. No importa de qué, ni por qué, ni cómo, pero cuando se produce un megaevento, hay un público que no es ni clásico ni popular, ni folklórico ni operístico, y ni siquiera fanático de la música, pero que quiere estar. En menor escala, ese espíritu habrá estado presente en 1996, cuando el concertista de piano Miguel Angel Estrella diseñó su plan de actividades benéficas, y llegó a la conclusión de que necesitaba una pata rockera para captar a un público más amplio. El elegido fue Fito Páez, quien se unió a Gerardo Gandini (un clásico contemporáneo que abordó una interesante relectura del tango tradicional en el disco Postangos), el mencionado Estrella y la Camerata Bariloche para una gira atípica, que incluyó una presentación en el teatro Colón. Los prejuicios quedaron al margen, al menos entre los directamente involucrados. Poco tiempo antes Gandini había declarado que el rock era un fenómeno paramusical, pero el encuentro con Páez fue un símbolo de apertura : convivieron temas del rosarino, tangos de Villoldo y fragmentos de obras de Bartok. En el cambalache de la interacción entre música clásica y popular, se dice que Enrico Caruso sentó precedentes interpretando canzonettas napolitanas a principio de siglo. Y cobrando por ello según se dice más que los tres tenores juntos. La formación culta que en tiempos medievales se cimentó en las cortes y en las iglesias y durante siglos no se mezcló con la tradición popular (concebida en las calles y en el ámbito rural) es hoy víctima y victimaria de pasiones artísticas y/o comerciales que devienen en un todos con (¿o contra?) todos. La lista incluye experimentos que hoy resultan casi risueños pero marcaron una época, como el de Emerson, Lake & Palmer haciendo Cuadros de una exposición, de Mussorgsky), o asociaciones excéntricas sin fines de lucro, tal el caso de Frank Zappa grabando con Boulez. Luego, el universo de la imaginación abarca desde productos risueños (Elton John produciendo un nuevo soundtrack de Aída) hasta aproximaciones bienintencionadas (el Kronos Quartet reinterpretando el rock), pasando por deleites tardíos (los discos clásicos de Paul McCartney, el último de los cuales, Standing alone, lo presentó con la Orquesta Sinfónica de Londres), productos en serie (versiones de temas de los Rolling Stones, Pink Floyd y Queen por la Royal Philharmonic Orchestra) y engendros patéticos. En este último rubro lalista es larga, pero en Buenos Aires el Top One le pertenece a Pil Trafa, líder de Los Violadores, protagonista de la brillante idea de cantar a dúo con el tenor Carlos Saidman. Después de semejante experiencia, parecería que todos los experimentos resultan interesantes.
El tenor ya probó todo lo que hay que probar La argentina Mercedes Sosa no será la primera víctima de los deslices pop de Luciano Pavarotti. La última década de su producción demuestra que el italiano ha ido más allá del crossover: en rigor primero trasplantó ciertos elementos técnicos de la música clásica (básicamente su voz) al imaginario pop, y luego empezó a moverse con tranquilidad por sus códigos. El boom del CD Three Tenors que grabó junto a Plácido Domingo y José Carreras (vendió 8 millones de copias en todo el mundo) fue disparador de nuevos escenarios. En 1992, el bueno de Luciano fue objeto de querellas y críticas varias por haber hecho playback junto con Zucchero y Lucia Dalla en uno de sus muchos Pavarotti & Friends. En 1995 se juntó con Bono y The Edge (recordar Miss Sarajevo), Meat Loaf, Michael Bolton y Jovanotti, entre otros, en una reunión cumbre a beneficio de los chicos de Bosnia. En junio próximo cantará en Seúl y en Munich con Michael Jackson y Boyz II Men (esta vez para una fundación humanitaria de Nelson Mandela). Poco antes el nuevo buen samaritano de la música actuará en el Carnegie Hall, junto con Ricky Martin y Sting. En el medio de todo eso, cantará con Mercedes. Las tentaciones populistas del tenor sufrieron algunos deslices. En 1995, en el Campo Argentino de Polo, Pavarotti sólo había cosechado ovaciones hasta que (seguramente confundido por el ámbito) se le ocurrió dedicar uno de sus bises a su amiga, la hermosa Amalia Fortabat, piropo que le valió un masivo abucheo. Sus debilidades ideológicas ya habían quedado en evidencia dos años antes. Cuando casi todos los muros habían caído en el mundo, en un reportaje concedido a la desaparecida revista Somos, el tenor italiano sostuvo que el gran miedo de este tiempo es el comunismo.
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