Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Infierno en la torre del partido de Milosevic

Un misil de la OTAN destruyó en Belgrado la sede del Partido Socialista serbio.

Humea el edificio oficialista.
Belgrado sufrió fuertes bombas.

na20fo01.jpg (10491 bytes)

The Guardian de Gran Bretaña
Por Maggie O’Keane desde Belgrado

t.gif (862 bytes) Las luces de los pisos 10º, 12º y 15º seguían brillando mucho después de que el primer misil atravesara el ojo del rascacielos a las tres y media de la tarde de ayer. Después, lentamente, las luces se fueron apagando a medida que el infierno devoró la instalación eléctrica. Como si alguien estuviera adentro, subiendo las escaleras piso por piso, y apagando las luces una por una.
Todos en Belgrado conocían este edificio de 23 pisos como el Comité Central: el cuartel general que construyó Tito para su Partido Comunista. Ahora es un centro comercial, pero subsisten unos pisos dedicados a la política, en sandwich entre agencias de viaje, inmobiliarias y orfebres. El partido político del presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, el Partido Socialista de Serbia, era dirigido desde los pisos 10º y 11º; el partido de su esposa, el Partido de la Izquierda Yugoslava, ocupaba el piso 15º. Por encima de ellos estaban los dos pisos desde donde su hija Marija manejaba sus emisoras de radio y de televisión, llamadas Kosava.
Cuando ocurrió la primera explosión, los vidriados rascacielos de los alrededores, construidos en los ‘80 tardíos para albergar bancos internacionales, compañías de petróleo y hoteles de lujo, parecieron temblar. Las puertas delanteras del hotel Hyatt fueron abiertas por la explosión, pero los vidrios de las ventanas no se rompieron.
Los primeros en venir a observar los daños llegaron en pocos minutos: cinco jóvenes, alegres, quizá borrachos, que se reían y señalaban el fuego que flameaba desde los últimos cinco pisos. No había nadie dentro. Temprano por la mañana, los primeros tranvías rojos que pasaban por el boulevard Lenin estaban pletóricos de bocas abiertas y miradas silenciosas. Por la tarde, dos viejos partisanos que habían combatido junto a Gran Bretaña contra Hitler llegaron con sus binoculares para deplorar la pérdida de la sede partidaria.
Parado bajo el edificio, donde soplaba el viento entre vidrios rotos, Dragi Delivasiv dijo: “Eramos el único partido comunista de Europa que luchaba contra los fascistas. Ya sé que el comunismo es algo del pasado, pero tengo tres balas en mi espalda por salvar las vidas de 12 pilotos norteamericanos a los que habían disparado durante la guerra, y miren cómo me dan las gracias”.
Temprano a la mañana, los crujidos del edificio en llamas hacían pensar en huevos que se freían en una sartén. Por el suelo había folletos desparramados de Comec, la agencia estatal de bienes raíces, que ofrecían un mismo dúplex con terraza, y páginas chamuscadas de un panfleto político, de 1995, que advertía sobre los peligros de los facciosos que intentaban “liquidar” a Yugoslavia apoyando “intereses nacionales norteamericanos”.
En la conferencia de prensa semanal sobre la “Agresión de la OTAN”, que tiene lugar en una hermosa residencia de los tiempos del Imperio Austrohúngaro, un vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores dijo: “Cien empresas, incluyendo orfebres, orífices y otros fueron liquidados por este ataque contra un lugar que no era sólo un símbolo de las empresas yugoslavas, sino un símbolo de Europa moderna”. Alguien preguntó si consideraba que el ataque era una señal de que la OTAN la emprendía directamente contra el presidente Milosevic. Hablando bajo un retrato de marco dorado del presidente, el vocero insistió: “Es un ataque contra 11 millones de ciudadanos”.
Dos horas más tarde, en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, el vocero Jamie Shea explicaba que la OTAN había decidido incluir entre sus blancos “el centro del poder político”. Shea dijo que no era posible “distinguir entre el partido y el Estado, y que éste era un poderoso mensaje contra Milosevic de que no habrá santuarios para su poder”. En Belgrado no entienden el mensaje de Shea. “Si es verdad, se lo pueden llevar a Milosevic si quieren”, dijo Bijena, una fonoaudióloga de 25 años. “Ya me entendés. Nadie se cree que eso es lo quiere la OTAN. Ellos quieren nuestra tierra. Quieren Kosovo.”
A lo largo del Boulevard Lenin, los curiosos vienen a mirar. “Ya la van a pagar por esto, la van a pagar, todos ustedes”, dice Sasha Janic, un entrenador de básquet de 30 años. Nenad Markovic, de 21 años, dijo que estaba triste porque habían volado TV Rosa, una de las emisoras: a él le encantaba mirar “Los Expedientes X”.
Pero su programa preferido era “Esmeralda”, una telenovela mexicana sobre el amor perdido. “Ahora nadie sabe cómo va a terminar ‘Esmeralda’, y justo estaba por terminar”, se lamenta con lágrimas en los ojos.
“La victoria es nuestra”, proclama Marko Petrovic, de 16. Detrás de él, en el piso 17º, dos banderas aparecieron misteriosamente en una ventana de la esquina. La bandera roja de los comunistas y la bandera blanca y azul de Yugoslavia. Alguien había estado subiendo las escaleras, con el mismo espíritu de desafío que el fantasma que había apagado las luces.

 

PRINCIPAL