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The Guardian de Gran Bretaña Por Ian Traynor desde Bonn Cualesquiera sean los errores o aciertos de la guerra de los Balcanes, es difícil no sentir una cierta admiración por ese humor negro de los serbios de Belgrado, que afilan su ingenio con las bombas de la OTAN. No se preocupen, rusos, los serbios están con ustedes, decía una descarada bandera de Belgrado esta semana, recordando el viejo dicho sobre lo grande que es Serbia. Con los rusos somos 300 millones. En realidad, 160 millones sería una cifra más exacta, 150 millones de rusos más 10 millones de serbios. A punto de entrar en el siglo XXI, el aire está espeso de nociones paneslavas del siglo XIX, Hermandad eslava y Unión ortodoxa, ofrecidas por reaccionarios extremistas de izquierda y de derecha en Moscú y Belgrado. Un paso histórico en el camino de la integración, seguridad, estabilidad y paz al final del siglo, declaró el presidente Slobodan Milosevic después de que el parlamento yugoslavo votara por unanimidad unirse a Rusia y Bielorrusia. Su hermano Borislav, embajador yugoslavo en Moscú, fue utilísimo para impulsar la entente ruso-serbia. Para ello inventaron una alianza rojo-parda de comunistas y nacionalistas neofascistas conducida por Gennady Seleznyev, el comunista presidente de la Duma en Moscú, y Vojislav Seseli, sospechoso por crímenes de guerra, viceprimer ministro serbio y líder del Partido Radical. La promocionada unión de los serbios con sus hermanos eslavos es extraña porque Yugoslavia no comparte ni un centímetro de frontera con Rusia o Bielorrusia. Hay más de 300 kilómetros desde la frontera yugoslava a través de Rumania y Ucrania hasta la frontera rusa. Además, la unión entre Rusia y Bielorrusia, establecida en abril de 1997, existe sólo en papel. Aunque apoyada por el primer ministro ruso, Yevgueni Primakov, la idea de unión fue soñada por el autoritario presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, para seguir adelante con sus ambiciones de asegurarse grandes poderes, no en Minsk, sino en Moscú. Si el concepto de unión eslava aparece como algo antiguo para los más sobrios profesionales de la Cancillería rusa, la idea tiene resonancia sentimental para los reaccionarios. Alexander Solzhenitsyn rompió un largo silencio y denunció en los más duros términos los bombardeos de la OTAN en Serbia, sin tiempo para mencionar a los albano-kosovares. Según el escritor ruso y Premio Nobel, la OTAN decretó que la vieja ley de la selva va a gobernar el siglo XXI. Entre los muchos muertos que deben estar revolcándose en sus tumbas ante la posibilidad de que el paneslavismo ruso avance hasta las playas del Adriático, están Friedrich Engels, Lenin y Tito. En los días revolucionarios de 1848, mientras sesionaba en Praga el primer congreso paneslavo, el alemán Engels describió el movimiento como la contrarrevolución, el instrumento de la dictadura. En 1920, justo cuando se estaba estableciendo el reino de Yugoslavia, el embajador serbio en Moscú escupió el rostro de Lenin, convencido de que era un enemigo del paneslavismo. El mismo embajador había estado implicado antes en un complot para asesinar al fundador de la Unión Soviética. Tito, el fundador de la Yugoslavia comunista de posguerra, pasó los días más cruciales de su carrera de postguerra esquivando exitosamente el abrazo de Stalin, convirtiendo triunfalmente a su país en el único estado eslavo y comunista en Europa no sometido al Pacto de Varsovia. Paradójicamente, el sistema de defensa nacional yugoslavo, construido por Tito y utilizado en estos días contra la OTAN, apuntaba a frustrar una invasión rusa a su país. Tampoco Slobodan Milosevic fue un nacionalista eslavo. Los eslovenos, los croatas, los bosnios, los macedonios también son eslavos. Mientras que Tito mantuvo a todos juntos en un país,Milosevic se las ingenió para alienar e intimidar a los no-serbios para que abandonaran la Unión Eslava del Sur que era Yugoslavia. Para los políticos occidentales ansiosos de desarrollar una sólida relación con Rusia, fue muy inoportuno que la admisión en la OTAN de tres ex miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, Hungría y la República Checa) coincidiera con las bombas de la OTAN que caen en el sudeste de Europa. Para Moscú, los dos hechos son una afrenta. Pero las declaraciones sentimentales de solidaridad eslovena surten efecto entre los 40 millones de eslavos polacos o los 10 millones de eslavos checos. Liberados hace poco del imperialismo soviético y de la dominación rusa, Varsovia y Praga consideran a gente como Lukashenko, Seleznyev, Zyuganov, Seseli y Milosevic un puñado de canallas y no tienen ningún apuro por unirse a ese club. Esta semana, mientras los agitadores paneslavos en Moscú convocaban a las fuerzas voluntarias a ir y pelear en los Balcanes, los polacos reforzaron la seguridad en su frontera con el enclave Kaliningrado de Rusia para mantener afuera a los nacionalistas eslavos. Praga es el hogar del paneslavismo en Europa central, la ciudad donde Jan Palacky organizó el primer congreso paneslavo en 1848. Anteponiendo sus propios intereses a todo sentimiento de confraternidad, los checos abandonaron su propia unión minieslava con los eslovacos hace seis años. Si los eslavos occidentales los polacos, los checos, los eslovacos, los croatas, los eslovenos y los bosnios que usan la ortografía latina y son en su mayoría católicos o, excepcionalmente, protestantes y musulmanes desprecian a los nacionalistas de Moscú y Belgrado, países como Bulgaria o Macedonia, menos occidentalizados y que comparten el alfabeto cirílico y la fe ortodoxa con los rusos y los serbios, tampoco se muestran muy sensibles a los llamados de la hermandad eslava. Bulgaria, que hasta 1989 llevaba el sobrenombre de la 16ª república de la Unión Soviética, no tiene ningún interés en que le devuelvan ese status. No es difícil adivinar por qué. El conflicto entre occidentalistas y eslavófilos, que definió la vida política y cultural rusa desde la década de 1840, está presente todavía en cada capital eslava de Europa Oriental, con los occidentalistas generalmente ganando en contra de los nacionalistas eslavos, que claman por más autoritarismo y más aislamiento. 150 años después del primer congreso paneslavo, no es accidental que George Soros, la personificación del liberal occidentalizado de Europa central, tenga el mayor problema para imponer sus proyectos de sociedad civil en Bielorrusia y en Yugoslavia. Los regímenes de Lukashenko y Milosevic, obsesionados por controlarlo todo, temen y desprecian el pluralismo representado por Soros. Pero son lo suficientemente cínicos como para vestir sus políticas represivas con una ostentosa forma de nacionalismo eslavo superior. (Traducción: Celita Doyhambéhère.)
UN NUEVO LENGUAJE MILITAR DE DESINFORMACION Se dice
que en una guerra, la primera baja es la verdad. En el caso de los Balcanes, esto tiene
lugar, entre otras cosas, a través de la elección de palabras y un uso cuidadoso de los
eufemismos. Algunos ejemplos del nuevo lenguaje de la guerra que se está
ensayando entre Bruselas y Belgrado son los que siguen:
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