Por Luciano Monteagudo
Suburbios de Lille, en el
norte de Francia. El paisaje urbano es frío, gris, casi hostil, pero no parece importarle
demasiado a Isa. Tiene veinte años, una mochila al hombro y está dispuesta a tomar de la
vida aquello que la vida tiene para darle, sin pretensiones, día a día. Lo suyo es el
presente, viajar, moverse, juntar un poco de plata para hoy, sin preocuparse demasiado por
lo que sucederá mañana. Puede abordar a la gente por la calle, para intentar venderle
unas tarjetas postales que ella misma confecciona, de manera ingenuamente artesanal, o
aceptar un trabajo en negro como costurera en un taller textil. Al fin y al cabo, hay que
comer. Después se verá. Marie, en cambio, es su antítesis. Seca, nerviosa,
insatisfecha, parece corroída desde un primer comienzo, cuando conoce a Isa entre
el ruido las máquinas de coser por un sordo resentimiento. Hay algo de pájaro
orgulloso y herido en su expresión, que a pesar de su dureza no alcanza a ocultar su
extraordinaria juventud. El contraste entre Isa y Marie (Elodie Bouchez y Natacha
Régnier, que compartieron el premio a la mejor actriz en el último Festival de Cannes),
los abismos de esa amistad, forman el eje dramático de esta estupenda opera prima del
director francés Erick Zonca, tocada por un humanismo áspero, sin concesiones ni
sentimentalismos.
La vida soñada es un film que, sin posar de vanguardista ni pretender cambiar el estado
del cine, adscribe sin embargo a una valga la paradoja tradición de
modernidad en el cine francés. Los antecedentes más directos del primer largometraje de
Zonca hay que buscarlos en Sin techo ni ley, el desasosegado viaje por las rutas de
Francia que llevó a cabo Sandrine Bonnaire de la mano de Agnes Vardá, o, de una manera
más general, en la concepción del realismo del cine de Maurice Pialat, un realismo
abierto a las contingencias de la filmación y a la interacción personal de los actores.
Escribo un guión muy preciso y luego, ya en rodaje, lo pongo en cuestión, ha
dicho Zonca de su película, que fue filmada casi en orden cronológico y luego editada
con un magnífico sentido de la elipsis, como si cada escena fuera un momento robado a la
realidad. Esa verdad que transmiten Isa y Marie, esa cercanía con los personajes es lo
primero que impresiona de La vida soñada, un film que, más allá de su evidente libertad
de puesta en escena, poco a poco va demostrando también su meditada progresión
narrativa.
Hay unas líneas paralelas que van trazando las dos chicas en un comienzo, cuando
comparten sus pocos secretos, sus despreocupadas caminatas nocturnas y su encuentro con
Charly y Fredo, dos gorilas de discoteca, con quienes traban una relación de
igual a igual. Esas líneas, sin embargo, se tornan divergentes cuando Marie se deja
seducir en un juego que tiene mucho que ver con su carácter autodestructivo
por el hijo del patrón de la disco, que nunca le promete nada, salvo alguna tarde fugaz
en un hotel. Es allí cuando Isa se aleja de Marie y comienza a acercarse a una
adolescente que no conoce, pero ante quien siente que tiene un deber, aunque nunca alcanza
a comprender demasiado bien cuál. Esa chica es la hija de la dueña del departamento
donde viven Isa y Marie y está en coma, después de un accidente automovilístico. Isa
nada sabe de ella, salvo las pocas líneas que alcanza a leer de su diario personal, un
diario que se propone continuar, quizá como una forma de afirmar la vida. Sin
distanciarse nunca de la realidad exterior que alimenta el film -una realidad que llega no
sólo a través de la imagen sino también del sonido, capaz de complementar el uso
sistemático del primer plano La vida soñada se interna a partir de aquí en una
dimensión interior de los personajes. Esa interioridad, obviamente, no sería creíble
sin la admirable, sensible interpretación de Bouchez y Régnier, capaces de llevar a Isa
y Marie hasta un límite de autenticidad en el que parece casi imposible distinguir entre
ellas mismas y sus personajes, unos personajes siempre inmediatos, urgentes, intensamente
actuales.
LO OPUESTO DEL SEXO, DE DON ROOS,
CON CHRISTINA RICCI
El cinismo como una de las bellas artes
Por M. P.
Para empezar por algún
lado, podría decirse que Lo opuesto del sexo es un film sincero. No en vano comienza con
una voz en off que anuncia: Si ustedes son la clase de público al que no le gusta
las películas en las que una persona que no alcanzan a ver está hablando todo el tiempo,
no pierdan el tiempo con ésta. Es también, hay que confesarlo, una comedia cretina
y algo engreída, en la que su protagonista se ve en la necesidad de advertirles a los
espectadores: No se preocupen, en seguida aparecen personajes sensibles. Los
llamamos perdedores. También es un novelón con tramas para todos los gustos: hay
un profesor gay que pierde su puesto a causa de una mezcla de discriminación y
difamación, romances trágicos a causa del sida, un embarazo utilizado como chantaje
emocional, un policía enamorado, huidas apresuradas de todo tipo, búsquedas infructuosas
y desesperanzadas, y hasta un revólver que va a ser utilizado. Y en el centro de todas
esas historias esta esa voz que jamás deja de escucharse. La voz de DeDee, una egoísta
joven de dieciséis años que cree saberlo todo, y es capaz de arruinarle la vida a
cualquiera que se le cruce por delante. El periodismo amarillo hecho carne,
tal como la define alguien que la odia.
La pequeña Kate en su debut en Sirenas, infantil encarnación dark como
Merlina Addams a los once años y admiradora de Gasparín, el fantasma
amigable a los quince, la actual reina indie Christina Ricci demuestra ser la actriz
ideal para encarnar a la calculadora DeDee. Como una suerte de novia de Chucky en carne y
hueso, desde el comienzo hasta el final de Lo opuesto... Ricci es la columna vertebral del
caprichoso, autoconsciente y cómplice guión del debutante Don Roos (responsable del
guión de Mujer Soltera Busca), que comienza con un funeral y una huida de casa. Mi
madre es de esas personas que dicen ser la mejor amiga de su hija, con lo que no sólo
tenía una madre de mierda, sino también una amiga ídem, se explica DeDee antes de
tocar el timbre en la casa de su medio hermano Bill, una acción que disparará todo un
andamiaje de engaños, caprichos y manipulaciones.
Comedia negra sobre el amor, el destino y ese imponderable que se llama crecer, Lo
opuesto... es un film de tranco lento y disfrutable en virtud (y también a pesar) de la
políticamente incorrecta incontinencia verbal de DeDee, que se burla de todos los
estereotipos, los preconceptos y los lugares comunes de las odiseas familiares y
adolescentes hechas film. El que piense que lo que a mí me falta es algo de amor
está loco, advierte DeDee apenas comenzado el film. No tengo un corazón de
oro ni nunca lo tendré. Además del arrojo con el que Ricci encarna el difícil
papel de DeDee, el disfrute de la cínica opera prima de Roos descansa también en el
resto de sus personajes y especialmente en sus intérpretes. Además del
enigmático policía de gesto adusto pero palabras comprensivas que encarna Lyle Lovett,
el traicionero y desfachatado Jason (Johnny Galecki) y el joven Matt, de corazón de oro
pero algo tonto (Ivan Serguei), el protagonismo de los tramos más sensibles de Lo
opuesto... es para Martin Donovan y Lisa Kudrow. Otrora actor preferido de Hal Hartley,
Donovan encarna a Bill, un hombre muy seguro de lo que quiere, y dispuesto a seguir su
destino hasta el fin. Kudrow la encantadora Phoebe de Friends- hace las veces de
Lucía, la sobreprotectora y sexualmente reprimida cuñada de Bill. Unida por las diversas
tropelías de DeDee, y junta hasta el final, esta curiosa familia disfuncional es la que
encarna el drama social devenido road movie que es responsabilidad de Don Roos, cuyo
título deriva de una de las tantas reflexiones de DeDee/Ricci: El sexo siempre
termina en bebés, enfermedades y relaciones. Por eso yo quiero lo opuesto del sexo.
Aunque lo que finalmente consigue es crecer, lo que no es necesariamente opuesto a nada.
Sino el mejor continuará... de todos.
Como Esperando a Godot pero
en clave peronista
El amateur, de Juan
Bautista Stagnaro, basada en la obra teatral de Mauricio Dayub, es un fresco sobre la
Argentina arrasada por el hambre, la indiferencia y la desocupación.
Mauricio Dayub, en andas, y Vando
Villamil se roban la película.
El film es una parábola sobre locos, enamorados y soñadores. |
|
Por Martín Pérez
El choripán descansa
entre ambos. Lopecito lo pidió, pero el Pájaro lo mira con ganas.
¿Comiste?, pregunta López, a lo que su amigo responde con un digno No
tengo hambre, mientras trata de mirar para otro lado. Comé, que lo vas a
necesitar, insiste López, y su oferta sólo recibe la indiferencia del Pájaro. A
mitad de su preparación para intentar batir el record de permanencia sobre una bicicleta,
el Pájaro ha venido a buscar al trabajo a su entrenador, sólo para enterarse de que el
frigorífico para el cual López trabaja ha decidido cerrar sus puertas. Es una
lástima que se enfríe, dice el Pájaro, que corta el choripán por la mitad y se
come con ganas su parte. Ahora están los dos iguales: el Pájaro renunció al reparto de
diarios para entrenar, y Lopecito se desayuna con la noticia del cierre de su fuente de
trabajo. Mejor así, Lopecito. Quemamos las naves, se entusiasma el Pájaro.
Somos libres. Ma qué libres, somos desocupados, responde su
amigo, resignado. Y es ahí donde el Pájaro saca pecho, soñador hasta el fin: Yo
no soy desocupado, soy amateur.
Basado en la multipremiada obra del mismo nombre, El amateur es un film a medio camino
entre el sainete, el costumbrismo y la tragedia. Suerte de Esperando a Godot en clave
peronista, el film de Juan Bautista Stagnaro se impone como el fresco de un barrio
un pueblo, una Argentina que ya no es el que era, lleno de manifestaciones,
cierres de fabrica, aduladores, soñadores y oportunistas. Y en el centro de ese
cambalache están las solitarias figuras de Pájaro y Lopecito, dos soñadores que no se
entregan. Uno porque es incapaz de ver más allá de sus sueños, el otro porque ya los
perdió todos. Todo lo que parece es, suena la primera lección que le da
Lopecito al Pájaro, cuando aún esta cargando reses, cuando éste todavía sueña con esa
carta federativa que auspicie su búsqueda del record. Una carta que, según supone
López, jamás llegara. Pero llega.
En la parábola planteada por Stagnaro, sólo los locos y los enamorados pueden estar del
lado de dos soñadores resignados con su destino como el Pájaro y Lopecito. De hecho, al
lado de ellos sólo está, inclaudicable, el loco del pueblo. Los demás sólo hacen acto
de presencia según sus necesidades: el intendente buscando réditos políticos, el veedor
internacional buscando una secretaria joven y bonita, el público sólo reuniéndose hacia
el final para recordar el momento del record y salir en la estampita. Pero, como en la
anécdota que contaba Bonavena, cuando suena la campana hasta el banquito les sacan al
Pájaro y a Lopecito. Y se quedan solos con su alma, sus carencias y sus necesidades. Y,
para colmo, sin nadie a quien pegarle, salvo a su propia sombra.
Suerte de catálogo de caras olvidadas y no tanto del más tradicional cine argentino de
la última década y más atrás también en El amateur rescata en su elenco a
olvidados como Juan Verdaguer y Cacho Espíndola, luce cameos de lujo como el de Darío
Grandinetti (que es un ceceoso inspector municipal), y disfruta de dos interpretaciones
protagónicas la de Dayub como el Pájaro y Villamil como Lopecito que se
roban el film. Un film construido con oficio y ambición por Stagnaro, que a veces
cargademasiado las tintas en su significado, obligando al espectador a esforzarse tanto
como el Pájaro para entrar en el record. La cámara de Stagnaro sólo quiere llevar
adelante una historia que se le impone trascendente. Una imperiosidad que no necesitan sus
dos protagonistas, ganadores eternos a pesar de su evidente destino de perdedores.
HILARY Y JACKIE - DOS HERMANAS, UN
AMOR
Una biografía musical y terminal
Por Horacio Bernades
Artista superdotada y
enferma terminal, era inevitable que la vida de la cellista inglesa Jacqueline du Pré
llegara al cine, siempre sediento de esta clase de historias y personajes. Nacida en 1945
y fallecida en 1987, la historia de Du Pré es particularmente desgraciada, a partir del
momento en que, con sólo 28 años, se le diagnosticó esclerosis múltiple, enfermedad
incurable que afecta la mielina y terminaciones nerviosas.
Hilary y Jackie que aquí debe padecer, como si no contuviera ya suficientes males,
el subtítulo Dos hermanas, un amor no ahorra, sobre el final de su metraje,
temblores, incontinencia urinaria, convulsiones y (todo un desastre para quien dedicó su
vida a la ejecución musical) pérdida del tono muscular. El realizador Anand Tucker
parece no decidirse nunca entre el género biografía musical y el género
enfermedad terminal, limitándose a seguir linealmente la vida de la paciente,
con llamativa superficialidad. Condenada, parecería, a esta clase de papeles desde que
compusiera a una sufrida chica distinta en Contra viento y marea, era casi
inevitable que el papel de Du Pré recayera en la escocesa Emily Watson. A su lado, la
australiana Rachel Griffiths compone, en tono bajo, a su hermana Hilary. Inseparables
hasta en el título del film, ambas actrices llegaron hasta las puertas del Oscar, donde
compitieron, en la reciente entrega, en los rubros Mejor Actriz Protagónica y Mejor
Actriz Secundaria. Ambas perdieron.
De estructura errática (a partir de determinado momento, una serie de flashbacks hacen
que el relato vuelva inexplicablemente sobre sí mismo), el film parece querer fundar el
origen del talento de Jacqueline en la mera rivalidad con su hermana flautista. En el
curso del relato, la conducta de la menor de las Du Pré vira sucesivamente hacia la
excentricidad, la liberación sexual (sólo quiero que me cojan, dice en un
raro momento confesional), la fuga del matrimonio, ciertos arrebatos de furor y,
finalmente, la enfermedad tremebunda. Los más confundidos por estos violentos virajes
parecerían ser el director y su guionista, que no logran fijar jamás un hilo conductor,
un punto de vista. En algún momento, la cellista contrae frágil matrimonio con el
renombrado director de orquesta argentino Daniel Barenboim, pintado aquí como un tipo
bastante desconsiderado. Por alguna razón que se desconoce, el actor que lo representa se
parece más a Pedro Almodóvar que al verdadero Barenboim. Y habla con un acento que, más
que argentino, suena lejanamente a ruso.
|