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PSICOANALISIS DEL SENTIMIENTO
MAS NEGADO Y RENEGADO
El odio es antipático pero potente
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En busca de las raíces de ese
sentimiento tan humano, un recorrido que, a través de la historia y la literatura,
desemboca en las pequeñas miserias del vínculo cotidiano. |
El
odio es antipático, siempre se ve con desagrado, pero tiene una potencialidad
enorme.
Hay análisis que no avanzan si el sujeto no ve nacer o renacer un odio
sepultado. |
Por Ricardo Estacolchic *
El odio no es simpático,
no es como el amor. El amor se justifica solo. Uno simpatiza de inmediato con el
enamorado, a veces incluso aunque su proceder pueda ser criticado. El amor propicia una
identificación imaginaria inmediata con la figura del personaje enamorado; en cambio el
odio precisa con frecuencia una justificación moral: el muchacho de la
película odia porque los malos merecen el odio. Es importante no dudar de que
el malo es completamente malo porque, si esa certidumbre se debilita, comenzamos a gozar
un poco menos de nuestra identificación con el muchacho justiciero. El odio hace
consistir a la persona odiada, ella se vuelve compacta, totalmente malvada. En el período
de odio (que puede durar minutos, meses, o una vida), sólo veo en ella lo aborrecible por
excelencia.
La autodestrucción no es una cosa frecuente en los animales. El hecho de que en el ser
llamado humano la destrucción sea algo tan enorme (pero tan negado y renegado) ha de
atribuirse globalmente a lo que llamamos lo simbólico. Uno esperaría de lo
simbólico la pacificación, pero es también la raíz de la mortificación. De lo
contrario no veo como explicar el hecho de que en las llamadas especies
inferiores, donde el patrimonio simbólico es nulo o casi nulo, la destructividad
sea infinitamente menor y se limite habitualmente a los actos ligados a la supervivencia.
El odio es antipático, el yo de cada cual lo ve con desagrado y sin embargo la
experiencia analítica indica que tiene una potencia y una potencialidad enormes; hay
análisis donde el sujeto ve, por así decirlo, nacer o renacer el odio hacia determinados
objetos, odio o destructividad que se hallaba hasta el momento sepultado y si eso no
sucede el análisis no avanza porque hecha anclas en el mar de las idealizaciones y
formaciones reactivas.
En literatura, el Doctor Jekyll es figura clásica del mal, de la destructividad que
acecha al sujeto desde su propio interior, y que más avanza cuanto más el sujeto procura
eyectarla, exorcizarla, calmarla o tenerla en vereda. Uno ve que la bestia acecha, avanza,
uno ve que el mal va a apoderarse completamente del ser. El sujeto va a sucumbir bajo la
fuerza de lo que Bataille llamaba la parte maldita. Va copando la escena un
ser que es pura voluntad ciega de destrucción, sin motivo alguno ni utilidad, ni
finalidad, sólo voluntad de goce. Cuando por momentos el portador del mal recupera el uso
de sus juicios y de sus actos (por ejemplo de día, si es que de noche se vuelve lobo o
lobizón) allí el sujeto tiene cierta memoria de lo acaecido, o a veces deduce que él es
el único que ha tenido la ocasión y la habilidad para cometer los actos criminales. Casi
siempre el espectador asiste a los esfuerzos, ritos, conjuras y exorcismos a los que se
presta el sujeto y que no dejan de evocar la neurosis obsesiva.
He escuchado a menudo de psicoanalistas una confianza en lo simbólico en tanto
pacificador, confianza que me parece desmesurada mientras no especifique de qué modo lo
simbólico se liga a lo real y a lo imaginario. No se conocen guerras de destrucción
masivas entre otras especies, comen lo que hay que comer, no existen venganzas y/o
resentimientos, invasión de mercados y cosas así. Lo humano, en cambio (y en eso ¡por
supuesto que lo simbólico tendrá algo que ver!) se caracteriza por una
pulsión de dominio y de destrucción mucho más espectacular e inútil, y que pasados
ciertos límites ya no se detiene.
Para insistir en la prudencia que merecería lo simbólico como pacificador
universal, se puede pensar en los Montesco y los Capuleto. No hay duda alguna de que las
reglas de parentesco, junto al reticulado de las obligaciones, dones y servicios que
llevan adheridas, pertenecen a lo simbólico. Todos y cada uno de los ritos, tradiciones,
costumbres, ofrendas y opiniones que caracterizan a un sujeto apellidado Montesco incluyen
la obligación indeclinable de odiar a los Capuleto. Si es que el sujeto siente, como es
de rigor, que algo debe a sus ancestros, si es que desea pertenecer a ese clan (lo he
nombrado Montesco como figura, puede ser cualquier clan, incluso una institución
psicoanalítica), es irrecusable que odie a los otros. De no ocurrir así, él mismo será
visto como traidor y sufrirá venganzas reales, será más odiado que los del otro clan.
Jacques Derrida ha hecho hincapié en la violencia que se adhiere de inmediato a ciertas
formas expresivas de lo más comunes, por ejemplo: nosotros. Derrida ha visto
bien el enorme valor performativo de semejante artículo. En cuanto oímos
nosotros, ya hay cierta obligación de actuar de acuerdo a todo lo que ese
nosotros implica. Por ejemplo, nosotros, los Capuleto.
Otra faceta del odio y de la violencia real, explícita o implícita que acarrea se
encuentra en los relatos fundacionales. No es necesario remitirse exclusivamente al padre
primitivo, relato que, como se sabe, puede prestarse a toda clase de reticencias respecto
a su realidad material. Muy simplemente uno puede evocar la historia real de la
constitución de las fronteras, de la estabilización de la geografía política. Jamás
faltan siglos de guerras anteriores, que siguen aún, cada tanto se reanudan algunas que
parecían concluidas; los antiguos odios siempre están prestos a copar la escena, en
cualquier momento abrirán las antiguas sepulturas.
Michael Foucault hablaba con frecuencia de la sangre seca que se hallaba debajo de la
letra impresa en los códigos. Es una imagen muy fuerte; la letra de las leyes tiene
demasiada sangre, demasiada muerte por debajo y no puede aguardarse otra cosa que el
retorno de esa violencia.
Los psicoanalistas conocemos formas de odio extremo y de primera magnitud que no implican
violencias explícitas. Conviene ligar estas formas a lo que Freud llamaba pulsión
de dominio. Estas violencias solapadas se dirigen no tanto sobre el cuerpo real de
la otra persona, sino sobre el cuerpo ideativo, sobre el imaginario del otro,
el modo en que el otro organiza el mundo, y su propio mundo. Casi siempre adoptan los
ropajes del amor, del bien del prójimo o de la persona amada.
¡La persona amada! Es esa a la cual yo quisiera tener a mis pies, someter a mi voluntad,
lograr que mis mínimos caprichos se tornen el motor de su existencia.
No es que el amante vaya a golpear realmente: golpea sobre las ideas, le hace
notar al otro que está equivocado o que jamás se halla a la altura de las
circunstancias, o de lo que es debido, o de lo que considera bueno y normal. Incluso se lo
puede amenazar con la muerte pero, como se lo ama demasiado, se le pondrá por
delante la muerte propia. Nadie ignora (aunque no lo formule con claridad conceptual, se
sabe instintivamente) que el remordimiento, el sentimiento de culpa es muy
fácil de abonar y de abonarse a él. Abonarse como quien dice tengo mi abono en el
teatro; tengo allí un lugar asegurado. No conozco demasiadas personas que un día u
otro día no se hayan dado el gran gusto de montarse sobre el sentimiento de culpa de un
ser querido, de hacerle saber cuánto dolor ocasiona su egoísmo o sus
torpezas.
Este tipo de violencia (que puede durar toda la vida) cuenta con la ventaja de que pasa
(casi) desapercibida por el receptor. Los golpes reales del cuerpo, por su misma
expresividad o por el dolor real que provocan, o por el forzamiento de la escena, a veces
por su naturaleza de pasaje al acto, tienen algo de insoslayable, de inocultable, a pesar
de los esfuerzos que pueden realizarse para no tomar debida nota. En cambio, a los golpes
morales, algo en la estructura del sujeto les da la razón, los considera merecidos; ese
algo es el sentimiento de culpa consciente o inconsciente. Dada la neurosis, la normalidad
neurótica común, el reprochemoral suele ya tener su habitación de huéspedes, allí se
instala con gran comodidad. Allí falta y culpa se confunden hasta tornarse
indiscernibles, no solamente a favor de un equívoco que la lengua propicia sino también
a favor del discurso corrientemente proferido en la comunidad de pertenencia.
* Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
SOBRE LA MUERTE Y LA BRUJULA DE
JORGE LUIS BORGES
La primera letra ha sido articulada
Por Bejla Goldman *
El relato La muerte
y la brújula, de Jorge Luis Borges, comienza con una serie de muertes enigmáticas
que no pueden ser evitadas a pesar de la temeraria perspicacia de Lönnrot, el
detective. Estos asesinatos pareciera que se sucedieran en un cierto orden cabalístico,
como siguiendo la ruta del nombre improferible de Dios: YHVH. Entonces Borges nos pone a
buscar a los presuntos nombres de los que han de ser asesinados, siguiendo las letras
Y-H-V-H.
Después del primer asesinato aparece la inscripción la primera letra del nombre ha
sido articulada. Esa inscripción es la que nos pone en la pista del Nombre, siendo
que el del muerto empieza con Y, Yarmolinsky, un delgado sujeto con barba que debía
participar en el Tercer Congreso Talmúdico. El recorrido de Borges en su cuento nos hace
hacer caminos geométricos: el de un triángulo perfecto, donde en cada vértice
equidistante en el espacio y el tiempo, produce un asesinato, en el mismo día durante el
intervalo de mes a mes, en un total de tres. Pero sus pistas como escritor nos sirven
sólo para alejarnos de su lógica, a tal punto que los asesinados, siguiendo sus nombres,
no coinciden con las iniciales del Nombre. Y comenzamos a hacer recorridos sin salida.
Ilya Prigogine, físico contemporáneo, da otra orientación al concepto del tiempo. Dice:
Si el futuro fuera idéntico al pasado, no habría propiamente evolución... El
futuro no está determinado, no está implícito en el presente. Esto significa un fin del
ideal clásico de omnipotencia. Ya no hay reglas seguras ni caminos trazados de
antemano por una cierta fijeza del destino marcado por un Otro completo. Este mundo de hoy
está inscripto en un tiempo irreversible que tironea al sujeto al seré donde
tiempo y ser hacen a la dirección. La ciencia se preocupa por un tiempo a construir, pero
también por un tiempo a retener en la fórmula for ever young. Intenta
atiborrar el agujero, hacerlo cada vez más compacto, siendo así que en él no vibraría
ya más nada.
Borges, en más de una oportunidad, homologa la vida a un laberinto pero habla de un
laberinto griego de una única línea recta. Dice: En esa línea se han perdido
tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Y es así como el
cazador es cazado al perder su propia brújula, la de su ruta, y es atrapado
en su pasión por los números, las simetrías y los falsos enigmas. En otro escrito dirá
que a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos. Y es
precisamente en las simetrías de un triángulo equilátero donde el detective se sumerge.
Nuevamente Prigogine enseña que el no equilibrio es fuente de orden.
Entonces, no es un tiempo simétrico ni reversible el que orienta al pensamiento actual a
los acontecimientos de La muerte y la brújula. El tiempo se construye en lo que
respecta a la ética. En un mundo reversible y determinista, refiere el autor,
era difícil concebir una separación entre ser y deber-ser. Entonces es el no
equilibrio el que orienta al caos y el desorden. En un tiempo ya dado, determinado, no es
posible ninguna nueva producción. En lo ya dado no se leería la determinación ética en
los sujetos.
Volviendo al temerario Lönnrot, es la fijeza precisamente la que desorienta
al sujeto, la constante forma de ser un puro razonador. De esta manera es el
asesino el que lo atrapa en su propia lógica en el cuarto vértice, al sur del
cuadrilátero que tan minuciosamente le ha trazado, en la quinta con sabor a eucaliptos
llamada irónicamente Triste-le-Roy, cuando, si hubiera seguido la ruta de la recta, se
hubiera invertido la operación. En una lógica lineal, sin tantos vericuetos, hubiera
atrapado al asesino que tan sólo quería vengar la muerte de su hermano. El detective se
pierde de puro razonador, no tomando en cuenta el azar, ese cruce inesperado
entre el rabino y un ladrón con el que se topa desafortunadamente. De esa situación
contingente sacará provecho el asesino para producir una serie de crímenes dirigidos a
un detective, a quien sabe un puro razonador, haciéndolo perder en su propia
encrucijada. La brújula sólo marca una recta, y ésa es la del Norte, quien
sepa no se habrá de perder (esa trayectoria), el resto es pura imaginería.
El cuarto vértice conduce al detective a la antesala de su muerte, hecho que él deduce
gracias a su síntoma (el de ser un puro razonador). Y en el instante antes de
morir, se confronta con la recta de su vida, ese laberinto que al final resignifica el
principio.
* Miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL). El texto es un fragmento de un
libro inédito sobre la obra de Borges.
POSDATA |
Riqueza. Pobreza y
riqueza subjetiva. Asuntos de la cultura y el psicoanálisis, con Ana Wortman,
Eduardo Rovner, Alberto Fernández y Mariana Stavile, en la Feria del Libro, el 23 a las
22.
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terapéutico, dirigido por Martín Trigo y Laura Aschieri en el departamento de
docencia del Borda, desde el 23 de 9.30 a 11. 4304-1264.
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en Paréntesis. 15-4182-0881. Gratuito.
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textos de Jacques-Alain Miller, con A. Leserre y M. Torres, el 27 a las 21 en la EOL,
Callao 1033, 5º piso. Gratuito.
Soledad. El sentimiento de soledad, el 26 a las 19.30 en
Fundamento, 4823-2056. Gratuito.
Entrada. La entrada en análisis, con Lobov, Lubián, Palant
y Quiroga en la Sociedad Porteña de Psicoanálisis, desde el 27 a las 21. 4961-0996.
Padre. Presentación del libro El nombre del padre de Norberto
Rabinovich, con Fernando Ulloa y Héctor Yankelevich, hoy a las 20 en Sarmiento 1551.
Familiar. Supervisiones en violencia familiar, con Cristina Vila en la
Sociedad de Terapia Familiar. 4962-4306.posdata
Psicosis. Jornadas Intervenciones en las psicosis, con Roland
Broca, director del Centro Jacques Lacan de París. 23 y 24 en la Kennedy. 43745211.
Gratuito.
SIDA. Jornadas de VIH/sida, de la Municipalidad de Avellaneda.
Presentación de trabajos hasta el 14 de julio. 4205-9612.
Psicófonas. Las psicófonas en concierto, canciones acerca
de y por psicoterapeutas, el 23 a las 21 en Maipú 618.
Clínica. Seminario Qué es la clínica. Los pacientes de Freud, en Centro
Psicoanalítico Argentino, desde el 28 a las 20. Gratuito. 4831-9911.
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psicótica, en el servicio 3, del Borda, con A. Orbea, E. Vetrano y S. Núñez.
Viernes de 9 a 11 desde mañana. 4304-1264. Gratuito.
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contemporáneos, con I. Meler y R. Avenburg, el 29 de 20 a 22 en APBA. 334-0750.
Rejilla. Seminario Técnica de rejilla y MMPI-2 por P. Lunazzi en Colegio de
Psicólogos Distrito XV. 4732-2050.
Regresivos. Sabato y los amantes regresivos de la oscuridad,
con Mario Heler, Héctor Fenoglio y Oscar Cuervo, el 28 a las 20 en Facu de Filo, Puan
470. Gratuito. Taller de Pensamiento, 4918-6173.
Clínica. Reunión clínica de Convergencia en la EFBA, Las Heras 3331, el 24 de 10 a
13.30, con L. Donzis, C. Cruglak, A. Franco, E. Lerner, R. Estacolchic y C. Quiroga.
Gratuito. |
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