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OPINION
La educación presidencial
Por Martín Granovsky

El periodista hizo la misma pregunta a los dos candidatos:
–Señor, ¿usted cree en Dios?
Uno contestó que sí. El otro se puso incómodo, dijo que estaba irritado, afirmó que en ese tipo de entrevistas no había por qué tocar el tema, declaró que respetaba todos los cultos, estableció que creer o no creer en Dios no tiene nada que ver con las elecciones y remató así:
–La cuestión religiosa concierne a la conducta privada de los ciudadanos.
El episodio ocurrió en Brasil con los candidatos a la intendencia de San Pablo, en 1985. El que contestó que sí, el derechista Janio Quadros, ganó. El que respondió con vueltas perdió. Era Fernando Henrique Cardoso.
Es difícil que en Buenos Aires, hoy, una pregunta sobre Dios decida un resultado electoral. Pero esta conjetura no debería impedir otro análisis: ayer el arzobispo porteño, Jorge Bergoglio, planteó una presión sobre la Legislatura como si estuviera interrogándolos por Dios. Como si otra vez un obispo de la Iglesia Católica estuviera llamando, igual que en 1958, a batallar por la enseñanza libre –o sea privada, es decir, también, religiosa– contra la enseñanza laica. La verdad es que aquí no se discute la existencia de Dios ni se debate, ya, sobre la educación privada, que es un dato de la realidad. Bergoglio planteó la controversia en esos términos, pero en el fondo disputa poder, influencia y presupuesto.
La excusa es el régimen disciplinario para las escuelas, públicas y privadas, y la futura ley de educación porteña.
Si se escucha a Bergoglio y a su virtual ministro de Educación, el sacerdote Juan Torrella, parecería que el demonio se adueñó de la Legislatura, no escuchó a la Iglesia, cocinó todo sin consulta y extenderá el infierno a las escuelas privadas con ayuda de Fernando de la Rúa.
Es falso: el régimen de convivencia todavía no fue votado.
Tampoco se votó el régimen educativo para la Capital Federal.
Este diario pudo establecer, además, que el conjunto de las organizaciones de la educación privada –en el que los católicos son un componente importante junto con los cristianos evangélicos, los judíos y los laicos– no comparte ni el contenido ni el tono usado por Bergoglio y Torrella. Naturalmente, les gustaría que el Gobierno de la Ciudad aumentara el subsidio a la educación privada, que representa 115 millones de pesos anuales sobre un presupuesto educativo total de 850 millones. Pero reconocen que los principales proyectos en danza les dejan un buen margen de flexibilidad para organizarse y disciplinarse.
Si Bergoglio y Torrella decidieron ir más allá, es que no piensan exclusivamente en la educación, ni están preocupados sólo por la caída de la matrícula y la morosidad de los colegios parroquiales, muchos de ellos dedicados a la contención social de la clase media baja en descenso hacia el desastre.
En 1989, Horacio Verbitsky escribió que los famosos golpes de mercado contra Raúl Alfonsín formaban parte de un plan que llamó “educación presidencial”. Los grandes grupos económicos instruían al sucesor de Alfonsín y le explicaban didácticamente lo que eran capaces de hacer con quien no les siguiera la corriente.
Presionando moralmente a De la Rúa, el arzobispo ha comenzado la educación de la Alianza. Pero además, Cardoso es el presidente de Brasil. No cabe duda entonces: Bergoglio atrasa.

 

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