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Por Inés Tenewicki  Este es un
museo raro, que se recorre desde la butaca de una sala teatral. Lentamente, como imitando
el pasar de los años. Un actor, y no un guía, es el que levanta los paños de terciopelo
morado y descubre, entre chistes y anécdotas, más de doscientos objetos usados en el
período que va de 1880 a 1999. Con el fin de recuperar la época en que los padres,
abuelos y bisabuelos de los chicos eran, a su vez, niños, Un siglo en un ratito es el
nombre de este museo que nació para visitar escuelas en 1997, cuando el anticuario e
investigador Fabián Uccello, el director y actor de teatro Héctor López Girondo y la
docente Raquel Prestigiácomo idearon una función teatral que sirviera para interesar a
los chicos y acercarles los objetos más típicos de la vida cotidiana de cada
generación. La colección, que entra en cuatro baúles pero es absolutamente abarcativa,
se muestra desde este mes en el teatro del Museo Histórico Sarmiento (Juramento 2180), en
Belgrano.Para Héctor López Girondo, “se trata de desacartonar una experiencia de museo, de desarrollar una función teatral para que sea un momento divertido”. Esa función, que se va transformando en una situación didáctica, comienza con un personaje (López Girondo) que representa al portero del museo, Gutiérrez. Este dramatiza el recorrido del tiempo hacia atrás: desde el presente irá tomando como referencia los objetos usados sucesivamente por los padres, los abuelos y los bisabuelos en su infancia. De un walkman a una “spika”, de la birome al plumín y del celular a los teléfonos de manija, el actor encargado de mostrar el museo va explicando el cambio del tiempo, de la tecnología y de las costumbres. A medida que se van descubriendo, se puede ver en las mesas una increíble cantidad de testimonios de este siglo: un proyector de cine mudo, un teléfono de candelabro, un “cinegraf”, trompos, baleros, muñecas de pasta y muchos objetos más. Antes del final de la función, aparece otro personaje, el Sr. Director del Museo (Hugo Grosso), que con un discurso algo más académico completa para el público la historia social de los argentinos durante el siglo XX. Los años ‘40, los ‘60 y los de fines del siglo pasado cobran vida en esta función a través de canciones y afiches de Los Beatles, de figuritas con brillantina, de viejos cuadernos de clase, de botellas de leche hechas de vidrio verde, de revistas Labores, de antiguas Billiken, planchas a carbón y, entre muchísimos otros, máquinas de escribir Remington y longplays de vinilo grabados de un solo lado. Los autores plantean que, en esta experiencia, el museo se integra por primera vez al lenguaje de los chicos, al mismo tiempo que se enseñan en forma lúdica los cambios sociales del siglo que termina. “En un museo común los guías tienen un solo discurso, que no se modifica según el tipo de público. Acá proponemos un juego y una conversación para todas las edades”, sostiene López Girondo. Dentro de las metas que se propone este museo, está la de acercar a los chicos al contexto en el que ocurrió la historia. “Nos interesa que conozcan la historia a través de anécdotas, cada uno de los objetos permite disparar algún relato”, asegura López Girondo. Los autores coinciden en la necesidad de recuperar el afecto por las cosas aunque no estén de moda, y de volver a ciertos juegos que encierran una valoración de lo artesanal. “El hecho, por ejemplo, de coleccionar figuritas, de pintar soldaditos o de ver girar un trompo en lugar de instalarse frente a un videogame sirve para atenuar el vértigo que vive esta generación en la cultura del descarte”, dice Uccello.
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