Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


OPINION
El huracán neoconservador
Por Simón Lázara *

Estamos sometidos a la presión de un viento huracanado: envueltos en una profunda crisis de seguridad pública, apretados por el crecimiento numérico y cualitativo del delito, sufrimos un generalizado reclamo de resolver este dramático problema aplicando mano dura policial, dureza estatal y leyes más duras. Estas ideas impregnan hoy a casi toda la sociedad argentina, incluidos los sectores populares, cerrando los espacios para otras formas de ver y encarar los problemas que se padecen.
Nada de esto es demasiado nuevo. En 1989, amparado por la innegable crisis del Estado de Bienestar, la impotencia para resolverla y las limitaciones para defenderlo, el neoconservadorismo se lanzó al asalto del poder y al remate del vasto e ineficaz aparato estatal. En ese momento, quienes alertábamos sobre los riesgos de las privatizaciones masivas e incontroladas y nos preguntábamos acerca de los verdaderos objetivos y beneficiarios de tal política éramos mirados como defensores de la ineficiencia, el clientelismo y la corrupción. Diez años más tarde hay consenso generalizado sobre el significado de la brutal transferencia de activos e ingresos que implicó ese proceso, de la falta de controles y de la concentración del poder y la riqueza, junto con la exclusión social, la marginalidad y la pobreza.
Hoy, quienes alertamos contra la falsa dureza somos calificados despectivamente como “hiper-garantistas” y defensores de los delincuentes. Y, preocupados por las encuestas de opinión y fuertemente condicionados por algunos medios de comunicación, muchos otros, que deberían mantener la cabeza algo más fría, aceptan discutir desde esa lógica perversa. Por eso esta semana la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos convocó al ministro de Justicia y Seguridad de la provincia, León Arslanian, quien es miembro de la Mesa Directiva del organismo, y al secretario de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Enrique Mathov.
Algunas cosas quedaron en claro. Primero, que la discusión pública y muchas posturas gubernamentales procuran omitir las causas económicas y sociales de la crisis. Segundo, que no hay verdaderamente un discurso común. Tercero, que las disputas partidarias y electorales empujan al rincón a las ideas de política de Estado. Cuarto, que los problemas planteados por las vinculaciones policiales con el delito o las complicidades corporativas con la impunidad no están, como debieran, en el centro del debate. Quinto, que los medios que actúan como prensa amarilla exacerban las pasiones. Sexto, que no hay políticas comunes nitro las diversas áreas estatales que deben enfrentar la acción operativa o llevar adelante políticas de prevención y desisten.
Pero sobre todo, quedó en claro una fuerte coincidencia acerca de que estamos inmersos en una ofensiva autoritaria y que no podemos eludir el debate de fondo entre quienes queremos una sociedad abierta, pluralista y democrática y quienes solo se ocupan de los chicos de la calle cuando cometen algún delito.

* Vicepresidente, APDH.

 

PRINCIPAL