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OPINION
Una Alianza wilsoniana
Por Claudio Uriarte

De las toneladas de verborragia conmemorativa y prospectiva volcadas a raíz del 50º aniversario de la OTAN, tres frases se destacan de manera sorprendente: la afirmación del jueves por el secretario general Javier Solana de que la Alianza no ve que sus responsabilidades deban expandirse más allá del arco geográfico comprendido “entre Canadá y Kazajistán” (¡nada menos!), la Declaración de Washington del viernes, cuyo sexto artículo dice que “estamos decididos a actuar en contra de los países que violan los derechos humanos, llevan adelante guerras y conquistan territorios”, y finalmente el replanteo estratégico de ayer, donde la OTAN abandona su papel fundacional defensivo para convertirse en un “gestor de crisis” en su área de influencia. Esto equivale a una completa reformulación del papel de la OTAN, que sin embargo la Alianza tiene muy pocas posibilidades de cumplir, no ya desde América del Norte hasta el Asia Central (como en el ambicioso postulado de Solana) sino en su propio patio trasero, como lo demuestra el empantanamiento en Kosovo.
En realidad, el problema es al revés: la Alianza se dejó arrastrar por una combinación de retórica y fuerza inercial a una guerra muy dura de ganar contra Yugoslavia, y ahora racionaliza su propio tropiezo bajo la forma solemne de un Nuevo Concepto Estratégico. Mientras tanto, las dificultades contra Yugoslavia exponen cruelmente el abismo entre las declaraciones y los hechos. En su cumbre de ayer, la ambiciosa nueva Alianza ni siquiera se atrevió a tomar la decisión política de lanzar una intervención terrestre para sacar Kosovo de las manos yugoslavas, a pesar de que la ventana de oportunidad militar para hacerlo se estrecha cada semana. Tomar Kosovo requiere un mínimo de 100.000 hombres, y para llevarlos a la escena de los hechos hacen falta entre seis y ocho semanas. El momento ideal del inicio de una invasión es el verano europeo, de lo que se deduce que la orden ya hubiera debido ser impartida. Pero Estados Unidos ha vacilado entre la presión intervencionista de Gran Bretaña y Francia y los reparos de Grecia e Italia, que son cruciales para el despliegue naval y la llegada de tropas. Por el momento, entonces, no hay correspondencia entre el Nuevo Concepto y las órdenes ejecutivas.
Si llegara a haberlo, en cambio, la Alianza se vería ante la pesadilla de una misión tan ambiciosa que no tiene final (los derechos humanos, la “gestión de crisis”), donde no se distingue ningún verdadero interés estratégico duro. Pero, en fin, esta OTAN que está surgiendo (o hundiéndose) está enraizada en el espíritu de la época. Un espíritu curiosamente próximo al idealismo wilsoniano, que nunca fue buen consejero.

 

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