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Por Juan Ignacio Ceballos Algo raro está ocurriendo con las máximas figuras del tenis masculino internacional desde comienzos de este año. Se trata de un mal que los afecta a todos por igual, y tiende a paralizarlos. Muchos hablan de un gualicho. Y otros, de un virus llamado cagazo. Que los torna tenísticamente impotentes y les impide cumplir el objetivo para el cual trabajaron toda la vida: llegar a la cima del ranking del ATP Tour. El dato estadístico señala que, desde enero, seis jugadores (el ruso Yevgeny Kafelnikov, los españoles Carlos Moyá y Alex Corretja, el australiano Patrick Rafter, el norteamericano André Agassi y el chileno Marcelo Ríos) tuvieron, cada uno, entre una y cinco chances concretas de desplazar al inactivo norteamericano Pete Sampras del número 1 del escalafón mundial. Sin embargo salvo el mallorquín Moyá, quien fue el mejor por sólo diez días todos fallaron, en lo que representa la más inexplicable debacle de aspirantes al trono que se haya visto en la historia del tenis. Visto desde el ángulo deportivo, semejante ineficacia podría resultar enriquecedora para la imagen ultracompetitiva del ATP Tour. El circuito está muy duro, y prácticamente no hay diferencias entre los mejores cinco y el resto analizaba hace unas semanas el mismo Sampras, durante el torneo Lipton. Si hace diez años uno estaba acostumbrado a ver los mismos nombres en las semifinales de los grandes torneos, eso ha cambiado: ahora el juego está abierto a cualquiera, y se verán muchas sorpresas. La postura positivista de Sampras no llega a ocultar la otra realidad: la imposibilidad de estas figuras para manejar la presión de convertirse en número 1, y la fragilidad emocional que han demostrado en los momentos clave. Como analiza el brasileño Gustavo Kuerten, campeón de Roland Garros 97 y hoy finalista de Monte Carlo ante Ríos, es demasiada responsabilidad para ellos. Cuando están allí, a punto de lograrlo, se presionan mucho más. O se relajan de más, pensando que ya lo lograron. Y así fallan malamente, como les ocurrió en estos últimos tres meses a los número 2, 3, 5 y 6 del ranking mundial. Esta es la recapitulación, caso por caso. A Moyá le bastó con llegar a la final de Indian Wells para capturar un liderazgo que, debido a sus lesiones, Sampras ha puesto en venta a muy bajo precio en 1999. Lo hizo en su segunda chance, pero no pudo mantenerlo ni dos semanas. ¿Qué experiencia rescato? Que es muy duro estar allí arriba, dijo tras perder en tercera rueda del Lipton. Dos semanas después, en Barcelona, dejó pasar una nueva oportunidad... El caso de Kafelnikov es, de todos, el más alarmante. El último campeón del Australian Open tuvo cinco chances clarísimas (en Londres, Indian Wells, Lipton, Barcelona y Monte Carlo) de desbancar a Sampras, y las desperdició. Ni siquiera tenía que ganar esos torneos, sino llegar, como máximo, a semifinales. Pero cayó ante rivales netamente inferiores, y jugando desastrosamente mal. Sabía que esto podía pasar, dijo el ruso. A Corretja le tocó la más fea: debía arribar a cuartos de final en Australia para ser el nuevo líder, pero perdió en segunda rueda ante el insípido noruego Christian Ruud, el mismo que cayera ayer ante Guillermo Cañas en la semifinal de Orlando luego de vencer a Hernán Gumy el viernes. Después de desperdiciar otras chances en Indian Wells y Key Biscayne, se confesó ante Página/12: Jugando así, no merezco ser Nº1. Rafter era, a principios de año, quien mejores chances tenía de desplazar a Sampras. Le bastaba con ganar uno o dos torneos. Pero tras perder en 3ª ronda de Australia (una final le aseguraba el número 1), decidió tomarse un mes de vacaciones para irse a hacer snowboard a Canadá. Después explicó: No sé si lo que hice fue estúpido, pero estaba cansado de tanto tenis, tenis, tenis todo el tiempo. Saturados, superados o asustados, estos pretendientes al trono han inaugurado una nueva y peligrosa costumbre en el tenis masculino: la de flaquear tenística y anímicamente en los momentos culminantes. Gracias, Pete, por dejarme ganar, le había agradecido públicamente Kafelnikov a Sampras hace dos meses, tras conquistar el Australian Open. De nada... le debe contestar ahora el eterno número 1, en su intimidad, mientras se rasca el ombligo y ve cómo, aún sin jugar, sus únicos contendientes naufragan una y otra vez en sus ataques a la cima.
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