Por Martín Pérez
Con la
presencia de los diputados Humberto Roggero (PJ), y Melchor Cruchaga (UCR), del abogado de
derechos humanos Edgardo Soares como panelistas, y el periodista Mario Wainfeld como
moderador, el sábado por la noche se presentó en la Feria del Libro la investigación
Campo Santo, exterminio del Ejército en Campo de Mayo, del periodista Fernando Almirón,
que testimonia la existencia de un campo de concentración llamado El Campito, en el que
desaparecieron más de 4000 personas, y hoy en día es considerado como el centro de
represión más grande que hubo durante la última dictadura. Un trabajo para ser
ubicado en las bibliotecas argentinas casi pegado al Nunca Mas, como lo definió
Cruchaga, redordando el libro que denunciaba las atrocidades del último ré-gimen
militar.
Basado en más de treinta entrevistas con el arrepentido ex-cabo Víctor Ibáñez
un perejil, tal como lo llega a definir Almirón, Campo Santo
reconstruye con minuciosidad un horror oficial que vuelve a confirmar la existencia de una
organización al servicio de un proyecto político determinado antes que el fruto de unas
solitarias mentes afiebradas. Y lo hace con tal meticulosidad que, tal como apuntó
Wainfeld en su presentación, desmiente las recientes declaraciones del general Martín
Balza que aseguran que no muchos militares conocían lo que estaba sucediendo. Desde
Bussi, que construyó en Campo de Mayo un siniestro Museo de la Subversión luego de haber
clausurado El Campito, hasta Balza, que desarmó dicho museo, el Ejército es el
protagonista principal de Campo Santo. Un libro sin punch, como confesó su
autor. Pero que revela aclara Almirón la existencia del centro de
detención más fatal, el más siniestro de todos. Un libro que, antes de servir para
recuperar la memoria, sirve para completar una memoria ausente.
La génesis de Campo Santo se puede buscar en una nota que Almirón realizó tres años
atrás con Ibáñez. No casualmente, veinticuatro horas después de su publicación,
Balza le pidió a Neustadt un bloque de su programa para hacer público su primer
arrepentimiento, señaló el periodista, cuyo trabajo recibió cuestionamientos por
parte de las organizaciones de los derechos humanos porque se le objetaba el hecho de
haber entrevistado a un victimario. Pero el objetivo era conocer lo que había
pasado señala Almirón. Ya que, a diferencia de la Armada que tenía un
proyecto político, el único objetivo del Ejército con El Campito fue aún más cruento:
no dejar a nadie vivo para contarlo.
Fontanarrosa no para de editar
Personajes con vida propia
Por Mariana Enríquez
Hay situaciones
recurrentes en la Feria contaba Roberto Fontanarrosa El stand de De La Flor
parece una heladería: en la pared del fondo, están todos los personajes colgados, los
dibujitos. Y les puedo asegurar que todos hablarán de la deserción escolar, porque
garantizo que hay miles de chicos que persisten en ir a la escuela. Y se te acercan estas
hordas de alumnos, que vienen de a miles a la Feria y te dicen: a ver... dibujame un
Clemente. O una Mafalda. Como si te pidieran un helado de limón y frutilla. Y no es sólo
los chicos. Vino un tipo y me dijo, muy emocionado te quiero felicitar porque
Mafalda y Clemente son los dos personajes que más me gustan.
Roberto Fontanarrosa no es, claro, ni el autor del Clemente de Caloi ni de la Mafalda de
Quino. Es el padre de Inodoro Pereyra y Boogie El Aceitoso, dos personajes míticos de la
historieta argentina. Acaban de editarse tres libros suyos: Todo Boogie el Aceitoso,
Inodoro Pereyra 23 y Una lección de vida, y se encargó de presentarlos en la sala
Victoria Ocampo de la Feria del Libro, en desopilante diálogo con el colombiano Daniel
Samper, durante una charla en la que no faltaron las chicanas ante la rivalidad
futbolística Colombia/Argentina y referencias permanentes a Rosario Central.
Fontanarrosa dibuja a Boogie e Inodoro desde 1972 y si pude mantenerlos durante
tanto tiempo, es porque son tan diferentes. Si el tema de la semana es el precio de la
papa, es tema de Inodoro. Si es la Guerra del Golfo, es de Boogie. Y siempre le he evitado
la cosa urbana a Inodoro, por vagancia, por no querer dibujar casas. Con la Pampa uno
dibuja una línea y listo.
Del nuevo libro de Boogie, 200 tiras quedaron afuera porque eran espantosas .Y
cuando una chica del público quiso saber si no le hacía acordar a Boogie el caso del
hombre que, en un reciente día de furia, le tiró nafta a un policía y le prendió fuego
cuando le hicieron un multa por haber dejado mal estacionado su vehículo que se había
quedado sin nafta, Fontanarrosa dijo sí, es una reacción típica de Boogie. Y
quiere decir que la prédica no ha sido en vano. Tantos años de trabajo han dejado una
semillita. Cerrado aplauso.
Ante un público de fanáticos detallistas, Fontanarrosa extendió su charla hasta casi
dos horas, hablando de fútbol, de su proyecto fallido en una película con Les Luthiers,
de la versión de Inodoro por Hugo Varela (me pareció muy buena, miren cómo será
que nadie se dio cuenta que Inodoro jamás tuvo barba... o a lo mejor no le prestaron la
menor atención a la obra) en permanente intercambio con su público (cuando
uno le da pie a la gente, se ponen insolentes como ustedes). Hacia el final, cuando
volvía a rezongar ante los escolares que le pedían dibujar Diógenes, Fontanarrosa
comprensivo, decía: son cosas que pasan. Cuando mi hijo Franco era chico, miraba a
Mendieta y gritaba ¡Snoopy, Snoopy!.
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