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Todas las voces todas siguen recordando a Tejada Gómez

En tiempos de folklore pasteurizado, se verifica también una revalorización
de la figura del inolvidable poeta mendocino.

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Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes)  Armando Tejada Gómez, poeta que en 1992 tuvo que morirse para recordarles a todos que estaba vivo, acredita hoy el dudoso privilegio de la reivindicación post mortem. Una reivindicación que lo excede, sin duda, y lo ubica como uno de los tantos ejes posibles de esa entelequia que llaman “década del 60”. Redescubrir hoy a Armando, uno de los fundadores del movimiento Nuevo Cancionero, admite la ventaja y el riesgo de la perspectiva: ese pedazo de historia (artística, social y política) argentina y latinoamericana pasó por el tamiz de la gélida década del 80 y llegó a estos días con la única certeza de la utopía perdida.
Será por eso que el disco Armando Tejada Gómez, que reúne en su homenaje a artistas de indudable prestigio como Mercedes Sosa, León Gieco, Víctor Heredia, Teresa Parodi, Hamlet Lima Quintana, Julio Lacarra y Suna Rocha, entre otros, rescata la figura del artista desde la excelencia poética, pero sin ahondar en su compromiso político-militante. El repertorio elegido así lo certifica, con títulos como “Zamba del laurel” (con música de Cuchi Leguizamón, cantado en este CD por Chany Suárez), “Resurrección de la alegría” (en coautoría con César Isella, en la voz de Rafael Amor) y “Elogio del viento” (de Leguizamón, con arreglos de Oscar Cardozo Ocampo e interpretado por Eladia Blázquez), quedando “Canción para un niño en la calle” (cantado por Heredia) como único testimonio de su compromiso ideológico.
Ahora, que se reproducen los homenajes (recientemente se festejó en Mendoza el aniversario de la creación del movimiento Nuevo Cancionero, y hace unos meses Pocho Sosa también grabó un excelente CD con las canciones de Tejada), es necesario dejar en claro algunas cosas: que su tema más famoso, el épico “Canción con todos” ha dado ya tantas vueltas que no le hace justicia a su verdadera estatura como poeta, reflejada en tantos otros trabajos (ver recuadro). Que su poesía influyó en la renovada concepción del arte latinoamericano, incluida la nueva trova cubana. Que aun cuando compartió un espacio generacional con otros artistas representativos del boom folklórico de los 60, poco tiene que ver con ellos. Salvo Ariel Petrocelli, los poetas salteños (Jaime Dávalos, Manuel J. Castilla, etc.), a pesar de tener como principal influencia a Federico García Lorca, fueron políticamente tibios. Tejada Gómez escribía bajo el influjo de Pablo Neruda, César Vallejo y Miguel Hernández, pero tenía voz propia. Fue autodidacta, obrero, boxeador amateur, militante sindical, y se reía de sí mismo cuando decía que trabajó de lustrabotas “en una provincia donde todos iban en alpargatas”. Estaba convencido de que “inexorablemente estamos demostrando que la poesía es un arte de masas”, según coincidió con su amigo Hamlet Lima Quintana en “Manifiesto de los dos”.
Nunca se supo si su militancia política era accesoria a su condición de bohemio irredimible, o si era al revés. En su juventud llegó a ocupar una banca como diputado provincial por la UCRI, pero cuando sintió que el gobierno de Arturo Frondizi estaba traicionando los postulados que lo habían llevado al poder (recordar el libro Política y petróleo) decidió formar una suerte de bloque unipersonal en la bancada, entablando una lucha desigual contra la política de Estado. Luego se afilió al PC. En el ‘83, y sólo por disciplina partidaria, votó al PJ. Tenía reparos ideológicos, especialmente por el costado de Herminio Iglesias como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, pero sólo cuando le comentaron que el caudillo peronista no tomaba vino, frunció el ceño y dijo: “Yo jamás confiaría en un abstemio”. Según cuenta Angel Bustelo en el libro Compadres de Armando Tejada Gómez, “Un día quisieron burlarse de él: ‘Decime negro: ¿por qué usás doble apellido vos que decís que sos tan pueblo?’. Y Armando les contestó: ‘Porque tengo padre y madre con apellidos para lucirlos: tropero mi padre, arboleda mi madre, de tanto criar hijos. Apellidos hechos a yunque y martillo sin historias sucias de muchos oligarcones’”.
Irónico y peleador, tenía desconfianza de ciertos artistas que se mostraban comprometidos ideológicamente cuando el folklore combativo estaba de moda. Le dijo una vez a Horacio Guarany: “Escuchame huevón, cómo podés decir en una canción. ‘Si se calla el cantor/los obreros del puerto...’ Es la clase obrera la que lucha por su salario, no vos cantando”. En los 80 terminó desilusionándose de Isella, coautor de “Canción con todos”. Cuenta Hamlet Lima Quintana que una vez se lo encontró en un programa de Neustadt, y le dijo: “Usted estaba afiliado al PC”. Isella le contestó: “Pero ya no, es que me afilié muy joven, no sabía bien”. Cuando se enteró Armando reaccionó con resignación: “Y qué esperabas de ese tanito trepador”, dice Hamlet que le contestó Tejada.
Su última casa fue en el barrio de Barracas, en la calle Sudamérica. Casi un símbolo. Hoy, en los tiempos de Soledad Pastorutti, el recuerdo de su figura parece un bálsamo ascéptico, acaso porque la estética de Soledad luce irreversible en el corto plazo. Sin embargo, el homenaje a Tejada se deduce como un estricto acto de justicia. Un disparador para volver a creer.

 

Elogio de la culpa

Nosotros nos quedamos/y es muy cierto/que el miedo nos pisaba/los talones./Las más veces callamos/y alentábamos/cierta conspiración/de los rincones./Pero era inútil/los jóvenes llegaban/con ojos muy abiertos/y preguntas/Porque si nos quedamos/fue por eso/para decir que estábamos /afinando la furia/Nosotros nos quedamos/ciertamente/sin barbas, sin respuestas/y sin caminos/Prisioneros con nuestros/prisioneros/y todos nuestros/desaparecidos/Nosotros estuvimos/aquí adentro/para que alguien pudiera/abrir la puerta/y hubiera mano/para dar la mano/al hermano/el día que volviera/No hay heroísmo/porque nos quedamos/si hay héroes/que regresan, si regresan/sólo hay hombres/mujeres y muchachos/que luchan desde adentro/y desde afuera/por este asunto/de la verdes cosas/y porque hay que fundar/la primavera/Tuvimos miedo/pero nos quedamos/Quiero/que nos comprendan.

Poema publicado en “Bajo estado de sangre” (1986).



Un príncipe huarpe *

Armando me llamó una tarde a casa. Me pidió que lo acompañara a una fiesta que lo habían invitado, fiesta que se realizaba en una casa del barrio Palermo Chico.
–Armando, allí vive la alta burguesía, ¿qué vas a hacer allí? Te han invitado como mono de circo. Quieren ver al chimpancé que dice poemas.
–Ya lo sé. Pero quiero ver qué es eso.
Se trataba realmente de una mansión señorial. De inmediato pasamos a integrar un cerrado círculo en el que estaba el dueño de casa con sus amigos. Cada uno, nosotros también, con su vaso de whisky importado en la mano. La conversación, y creo no exagerar en lo más mínimo, era de este corte:
–Recordarás que tía fulana se casó con fulanito de tal, por lo cual estamos emparentados con el general mengano, héroe de la conquista.
Toda la conversación sobre ese tema y con ese tono. De pronto el dueño de casa se percató de nuestra presencia y nos dijo: “Ay, perdonenmé. No me di cuenta de que estaban ustedes, y nosotros hemos estado conversando sobre nuestra prosapia. Les pido perdón porque comprendo que ustedes no saben de estas cosas”. En una de esas salidas clásicas que tenía Armando, respondió: “Está equivocado, señor. Nosotros sabemos y comprendemos acerca de estas cosas.”
–¿Cómo es eso? –preguntó el hombre.
–Hamlet, ¿tu bisabuela materna no procede de la tribu de Coliqueo?
–Sí.
–Es mapuche entonces. Y fíjese, que yo procedo de huarpes. Mire si comprenderemos. Nosotros somos príncipes. ¿Nos vamos, Hamlet?
* Texto escrito por Hamlet Lima Quintana en su libro Los referentes, la historia de su amistad con Tejada Gómez


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