El País
de Madrid
Por Hermann Tertsch
Desde Berlín
Aunque no
estén todos los que eran, sí eran todos los que están. La generación de 1968 dirige
hoy la intervención de la Alianza Atlántica contra el régimen de Slobodan Milosevic.
Socialistas radicales y libertarios dirigen gobiernos socialdemócratas de potencias como
el Reino Unido y Alemania, antiguos maoístas que exigían el asalto campesino a las
ciudades y dormían junto al Libro Rojo de Mao son asesores de ministros de Defensa,
trotskistas que pasaron su juventud clamando por la revolución permanente se convirtieron
en firmes defensores de las instituciones y pacifistas que preferían ver su país ocupado
por la URSS antes que apoyar la política de defensa de los Estados democráticos se
declaran partidarios de acabar militarmente con el régimen serbio. Los que despreciaban
al Estado de derecho y la división de poderes se han convertido en lo que Jürgen
Habermas llama patriotas de la Constitución, decididos a defender las
instituciones por la fuerza si es necesario.
El caso de Javier Solana, secretario general de la OTAN, es uno de los más comentados. El
ecologista ministro de Relaciones Exteriores alemán Joschka Fischer, el premier alemán
Gerhard Schroeder, el propio Bill Clinton, y Tony Blair o Cohn-Bendit, Dani el Rojo, pero
también otros que defienden la sociedad abierta, el mercado y un nuevo internacionalismo
basado en la injerencia humanitaria. Es el caso del escritor Hans Magnus Enzensberger, que
en 1967 llamaba a la destrucción de un Estado que consideraba no reformable. Todos ellos
han cambiado hasta defender conceptos e instituciones que habían combatido, como el
Parlamento, el ejército, la OTAN o la autoridad misma. Se les había adelantado en la
denuncia antitotalitaria el grupo de intelectuales franceses también protagonistas del
Mayo de París, como André Glucksmann, Bernhard Henri Levy o Alain Finkielkraut.
Con el demócrata cristiano Kohl, Alemania seguramente no estaría participando en
esta guerra, dice en Berlín Jochen Thies, hoy jefe en la redacción de Radio
Deutschlandfunk y en su día asesor del canciller Helmut Schmidt. Y con el
socialdemócrata Schmidt, a la luz de las críticas a la intervención que vierte estos
días el ya octogenario líder de la llamada derecha socialdemócrata. En general, los
ataques a la política exterior alemana provienen de los comunistas, de Los Verdes no
reconvertidos, pero en gran medida, de la derecha. Los antiguos duros de la CDU, como
Alfred Dregger y Heiner Geissler, o el ultraderechista bávaro Gauweiler, son algunos de
los que han criticado la decisión del gobierno rojiverde de participar en la acción de
la OTAN.
La guerra en Kosovo demuestra las profundas transformaciones habidas en la cultura
política en general desde el fin de la Guerra Fría. Que llevan a Ignacio Ramonet a
llamar a la socialdemocracia la nueva derecha. Para muchos de los renegados de
aquella izquierda que hoy están en el poder, el cambio en su percepción de las
instituciones, la sociedad abierta, el mercado y la legitimidad del uso de la fuerza en
casos como el de Kosovo fue paulatino y de acuerdo con un proceso que Jorg Lau califica en
el semanario Die Zeit como proceso de maduración y reconocimiento. En otros, el proceso
tuvo su impulso definitivo en una experiencia dramática. El propio Fischer, desde su
Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, no duda en reconocer que cambió de decisión
sobre la intervención después del exterminio, en la ciudad bosnia de Srebrenica, de 8000
hombres musulmanes en tres días.
Todos estos renegados hoy en el poder tienden a asumir su pasado político
como parte de una transformación coherente y en ningún momento vergonzante. La
intervención contra Serbia tiene como objetivo cada vez más claro el derrocamiento del
régimen de Slobodan Milosevic, pero empieza a ser posible que el primer gobierno en caer
a causa de las bombas no seael serbio sino el alemán. El próximo día 13 de mayo
celebran su congreso los Verdes, socios de coalición del SPD del canciller Gerhard
Schroeder. Nada indica que para entonces hayan cesado los bombardeos. Y su líder y
ministro de Relaciones Exteriores deberá convencer a las bases de que la intervención es
justa y necesaria. Las mieles del poder han podido tranquilizar hasta ahora a unos Verdes
que en su mayoría no comparten la determinación de Fischer de acabar militarmente con el
genocidio de las fuerzas de Milosevic. Según pasan los días, son muchos los que vuelven
su ira más contra la OTAN que contra el líder serbio.
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