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Por Fabián Lebenglik El envío que el Fondo Nacional de las Artes presentó en la última edición de la feria de arte internacional contemporáneo ARCO, de Madrid, durante febrero pasado, se puede ver en estos días en la galería Ruth Benzacar. La exposición Paralelos/paralelas, realizada por el Fondo de las Artes, articulaba dos núcleos. Por una parte una extensa muestra de la obra de Raúl Lozza (1911), no sólo uno de los grandes artistas argentinos del siglo, sino también uno de los que más influyó sobre los de la década del noventa, por eso de que, como decían los teóricos del formalismo ruso, el arte avanza de abuelos a nietos. La muestra de Lozza estuvo curada por Guillermo Whitelow y Fermín Févre (uno de los directores del Fondo). El segundo núcleo de la exposición, integrado por trabajos de artistas de los noventa, Elba Bairon, Martín Di Girolamo, Karina El Azem y Leandro Erlich, y curado por Luis Benedit (otro de los directores del FNA), es el que se montó en la galería de Florida 1000. Se trata de una apuesta por el arte actual, en donde el ojo de Benedit es determinante, tanto por la realización y terminación impecables; por el marcado distanciamiento respecto de la imagen, objeto o idea evocada o representada; por el predominio del paradigma del diseño por sobre cualquier otro; por la extrema artificialidad; así como por la exhaustiva frialdad en el montaje y el clima de la muestra. Como si fuera un científico del siglo XIX, Benedit explica (en el buen catálogo que preparó el FNA para Madrid) que los cuatro artistas por él seleccionados pertenecen a una familia que como insectos (el subrayado es nuestro) pueden adoptar formas muy diferentes pero pertenecen a una misma especie. La comparación de los artistas con insectos es la que habilita a Benedit a transformar la galería en el gabinete de un entomólogo. Siguiendo esta lógica, la escala pasa a ser un factor también determinante, porque el modelo de percepción sería el del mundo agigantado o empequeñecido de manera real, simbólica o virtual cruzando mutuamente la mirada humana con la de los insectos: así, los diversos funcionamientos del mundo cotidiano se vuelven extraños, lejanos, risibles, monstruosos. Si embargo, la mejor obra y la más efectista del conjunto, la instalación de Leandro Erlich, es la única que se escapa de ese esquema (huyendo hacia delante, paranoico) y produce un reto a la percepción a partir de la escala humana, uno a uno. Elba Bairon presenta, fundamentalmente, instalaciones de pared, en donde el leitmotiv está dado por formas sensuales que resultan de la hibridación de órganos animales y vegetales. Estas formas en relieve hechas en yeso piedra esmaltado o alpaca se multiplican rítmicamente por las paredes, como un cardumen que sigue al mismo tiempo la dirección de un diseño o, tal vez, de un secreto impulso biológico que les abre camino. Martín Di Girolamo evoca el mundo porno-ginecológico en un contexto irónico, presentando a las estrellas femeninas del porno esculpidas en medallones de yeso y coronadas por un largo friso en el que las molduras de yeso que imitan el estucado de los siglos XVIII y XIX son matizadas con óvalos en el que se ve a mujeres gesticulando y maniobrando su cuerpo en actitudes y posturas de autoerotismo. En la instalación de Di Girolamo tanto los mecanismos como la estética del mercado de imágenes pornográficas son congelados en un kitsch de pacotilla. En esta obra se condensa un poco el clima general de la muestra, donde lo hot se vuelve cool. Karina El Azem reúne en sus obras todas las fórmulas técnicas de los noventa: arte digital, fotografía, miniaturización, instalacionismo, fragmentación, cita, autorreferencialidad y autobiografía. El suyo es uncóctel aggiornado que tiene todo lo que hay tener, realizado con precisión. Además de los paneles fotográfico-digitales y de las obras con mostacillas, la atención se concentra en Piso 13 departamento 71, la maqueta de un monoambiente miniaturizado en todos sus detalles, que reproduce obsesivamente, en escala ínfima, el antiguo hábitat de la artista (como si se tratara de la vida en la colmena): cada libro de la biblioteca, la pizza servida en la mesa, la cama deshecha, la ropa tirada, la ventana que da al hueco de aire y luz del edificio y así siguiendo. La instalación de Leandro Erlich es asombrosa por su perfeccionismo. Se trata de una doble sala de estar, en simetría, en la que una es espejo de la otra. Ambas salas están separadas por un tabique en el que hay dos aberturas: una falsa y otra verdadera. Un espejo y una ventana. La doble sala (tanto la original como su copia) está ambientada con los detalles de un living moderno, en donde se exacerba el componente del diseño de interiores y las referencias al arte contemporáneo (que a su vez funciona como explicación ficticia de la reproducción y el espejismo en el que está inscripto). Si se mira el espejo, todo resulta artificiosamente cotidiano y anodino. Si se mira, en cambio, por la otra abertura verdadera, el efecto es inquietante: se ve lo mismo que en el espejo, es decir, la habitación invertida. Los carteles con las letras dadas vuelta, el reloj con los números al revés, y las agujas marchando hacia atrás, pero no se ve el reflejo propio, del que mira. La ventana abierta hacia la habitación segunda como salida de un relato de Lewis Carroll pasado por Claes Oldenburg y Richard Hamilton es la que dispara todo tipo de sensaciones ambiguas y reflexiones paradójicas. En el caso de la obra de Erlich, la búsqueda por la perfección y el detalle, así como el distanciamiento y la artificiosidad, llevadas al límite, encuentran un sentido más allá del formalismo y el esmero de la realización y de todo lo que hay tener. (Florida 1000, hasta el 8 de mayo).
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