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LA EUROPA SONAMBULA

Por Régis Debray *

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t.gif (862 bytes) “La defensa de las poblaciones civiles y de los valores comunes a las democracias parlamentarias”: ésa es la justificación oficial de las incursiones de la OTAN. Justificación humanitaria (alto a la masacre) y moralizadora (nuestros ideales). ¿Quién puede oponerse? Es la gramática aséptica de la era poshistórica. Nuestros portavoces no hablan de política, y menos aún de historia. El discurso de la OTAN va y viene entre la exacción puntual garantizada por la pantalla (el techo que se quema, la mujer que huye, el niño que llora) y la altura de los principios universales.
Esta combinación maestra lleva el sello del modelo norteamericano de política exterior que Europa ha hecho suyo: el idealismo moral y la superioridad técnica (el wilsonismo más el Tomahawk, por así decirlo). El derecho fija la norma, las máquinas hacen que se respete. Esquivar la política a través de la técnica, y evitarse las gravedades y complicaciones del pasado con la conquista del espacio, de una a otra frontera (caballo, coche, avión, cohete), son los dos mitos que mueven la Odisea norteamericana.
La historia y la geografía nunca han sido un problema para esta tierra prometida, que, desde el principio, era un destino, pero no un pasado. Sus primeros ocupantes se instalaron en un espacio vacío, o, cuando no lo estaba lo suficiente, limpiado con el Winchester, purificación étnica sublimada por la imagen de la conquista del Oeste. Nada de vecinos amenazadores. Los territorios fronterizos se compran: Luisiana, Alaska, Oregón, Florida.
Por lo que respecta a la religión del derecho, allí es un justo homenaje al origen. La Constitución ha precedido a la Federación norteamericana, que existe gracias a ella, de ahí que sea sagrada. En Europa, el código y la historia han tenido que llegar a compromisos, porque la historia estaba allí antes: en Estados Unidos, el código, contrato adoptado ante Dios, ha precedido al acontecimiento y ha hecho la historia de los hombres. Como es sabido, para un creyente (¿y qué Estado lo es más que ése?), entre la resurrección y el juicio final no ocurre, en definitiva, nada serio.
Se puede decir que una cabeza se ha americanizado cuando ha sustituido el tiempo por el espacio; la historia, por la técnica; y la política, por el Evangelio. Así aparecen “las poblaciones”, como se llama a los pueblos aplastados, desconectados de su pasado (enemigos hereditarios, epopeyas de fundación, lengua y religión) y, por lo tanto, de su identidad.
Las poblaciones se descomponen, a su vez, en víctimas y en refugiados, cuando están del lado bueno, del nuestro, y en elementos fanáticos e instigadores en el caso contrario. De ello resulta una visión del mundo a vista de pájaro, en la que desaparece todo contexto sociopolítico. Reducible a un mapa coloreado, como el que Clinton ha enseñado a sus fieles para explicarles por qué vuelve a Yugoslavia.
Esta geografía unidimensional, porque carece de la profundidad del tiempo, es pura abstracción. Más le hubiera valido, para ser concreto, enseñar la cronología regional, un milenio de batallas, de mitos, de cismas y de enfrentamientos. Pero la televisión no está hecha para mostrar lo histórico de las cosas. Una rapsodia de flashes emocionales sin hilo conductor sustituye al encadenamiento lógico.
Estados Unidos cree que lo que fue bueno para ellos, la moral y la técnica, será bueno también para los demás. Es normal: nunca ha captado bien la diferencia entre él y el resto del mundo. Como todos los imperios, cree estar en el centro. Lo más curioso es que los europeos aceptan ahora esta superstición. La información ocupa el lugar del conocimiento; la imagen, el lugar de la síntesis, del análisis, y Halloween, el del Día de los Difuntos. Es verdad que, orgullosos de su Manifest destiny, losnorteamericanos siempre han sabido hacer de la redención moral un arma ofensiva y han sabido construir las mejores máquinas.
El saber objetivo acumulado al fondo de nuestras cancillerías, siglos de tratados, conferencias, y congresos almacenados en las bibliotecas, kilómetros lineales de pragmatismos sutiles, de masacres paradas, de odios ancestrales mitigados o dominados, expiran a los pies de una resplandeciente reportera-vedette de la CNN, musa del secretario general de un State Departament omnipresente en la pequeña pantalla... Calderón perfecto para una obra maestra melancólica titulada “El crepúsculo europeo”, que habría podido firmar Spengler y llevar a la pantalla espléndidamente Visconti.

* Régis Debray es escritor y
filósofo francés.

 

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