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OPINION
De gasolinas y bombonas
Por Julio Nudler

Repsol es la megapetrolera de un país que, como España, no tiene petróleo, y que por tanto busca, estratégicamente, comprar reservas en otras partes. En eso consiste básicamente la adquisición de YPF, que además asegura el liderazgo en el mercado argentino de combustibles. La Argentina es, a su vez, un país que sí posee petróleo, pero no parece tener una preocupación estratégica respecto del destino a darles a sus reservas. Tanto que se ha convertido, sin haber pertenecido jamás a la OPEP, en un exportador de crudo. Aunque la inversión privada permitió recuperar y ampliar reservas, el horizonte de autoabastecimiento sigue siendo dramáticamente corto. Pero el tiempo de los pruritos pasó.
Cuando privatizó YPF, el Gobierno reivindicó la atomización del capital, como símbolo democrático, y retuvo el mayor paquete de acciones. Ahora todo es diferente: el Estado vende sus últimos papeles para hacer caja y cubrir su déficit, y la empresa –primera en facturación de la Argentina– va camino de quedar enteramente en manos de la petrolera hispana, convertida en su subsidiaria y embarcada en el rumbo que fije el directorio en Madrid. La propiedad atomizada sucumbe como la participada sin provocar ya reacciones. Nadie cree hoy en los slogans iniciales del menemismo, pero tampoco los necesita para disimular su apatía. El pragmatismo venció. Que ese emblema de la soberanía haya pasado a cotizar en Nueva York es valorado más como expresión de aggiornamento que de claudicación.
En 1992, la privatización de YPF cerró en foco de extrema ineficiencia, pero no condujo, como entonces parecía natural, al paraíso de la transparencia competitiva. La empresa viene de recibir una multa de $ 109 millones por su manejo monopólico del mercado del gas licuado, y todavía nadie logra explicar por qué en la Argentina la nafta no baja por más que se derrumbe el petróleo. Pero hay que reconocer que la debilidad de la legislación local y de los organismos gubernamentales forma parte del atractivo de compañías como YPF para los inversores extranjeros.
Como es normal, Repsol compra el resto de Yacimientos, no con plata propia sino con la que le presta un grupo de bancos, entre ellos algunos que figuran entre sus dueños. El crédito internacional contribuye así al proceso de concentración, acelerado a su vez por la crisis financiera mundial, que seca a los países “emergentes” y condiciona sus políticas. Si cuaja la operación, los próximos gobernantes argentinos deberán habituarse a decir gasolina en lugar de nafta, y bombona de butano en vez de garrafa de gas.

 

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