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DOS HERMANOS FUERON DETENIDOS POR LA MUERTE DEL ARQUITECTO
Dedos adolescentes en el gatillo

El hijo del arquitecto muerto en su departamento de Palermo fue uno de los testigos que reconoció a los chicos detenidos ayer. La Policía busca a otros dos jóvenes todavía prófugos.

La policía entró en Fitz Roy 1576 tirando abajo las puertas.
Los adolescentes detenidos son huérfanos de padre y madre.

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t.gif (862 bytes)  Dos hermanos de 15 y 16 años, detenidos ayer en una vivienda de Palermo, fueron reconocidos por testigos como los autores del crimen del arquitecto Félix Miranda, ocurrido hace una semana en ese mismo barrio. El propio hijo de la víctima, testigo presencial del homicidio, señaló a uno de los dos como quien disparó contra su padre, según confirmó la jueza a cargo de la causa, María Cristina Bértola. La captura de los presuntos homicidas fue el resultado de la detención de doce personas, ocho mayores y cuatro menores. La policía busca ahora a los otros dos jóvenes que participaron en el hecho.
Además de los reconocimientos, la jueza asegura que tiene dos pruebas importantes contra los acusados: la primera es una zapatilla Nike, que hace par con un calzado que perdió uno de los homicidas, al lado del cadáver de la víctima; la otra, son proyectiles calibre 3.80, iguales a los utilizados para matar al arquitectos. También se secuestraron varios relojes, pero aún no se sabe si uno de ellos es el que le robaron a Manuel Miranda (25), el hijo del arquitecto.
El crimen se produjo el viernes por la noche en el edificio de Cabello 3927. Cuando Manuel entró con su auto al garage, cuatro adolescentes se colaron tras él y lo amenazaron. El joven les dio su reloj, luego subió con ellos hasta su departamento, en el quinto piso y les entregó 600 pesos. En lugar de irse, los ladrones entraron al living, donde estaba el arquitecto con su esposa. Allí, uno de ellos disparó dos veces al pecho de la víctima. Luego escaparon. Una testigo que paseaba su perro los vio salir del edificio: uno de ellos rengueaba. Era, presuntamente, el que había perdido la zapatilla.
La policía dirigió su investigación hacia otros hechos similares que ocurrieron en la zona: la intrusión de jóvenes en garages como forma de sorprender a sus víctimas. Así, los vecinos apuntaron a dos viviendas de la calle Fitz Roy, a unas veinte cuadras del lugar donde se cometió el hecho. A esos datos se suma otro elemento decisivo: el testimonio de un taxista que llevó esa noche a unos jóvenes hasta la calle Fitz Roy. La policía ya tenía listos los identikits de los sospechosos y estaba a punto de darlos a publicidad, pero la jueza Bértola prefirió omitir ese procedimiento, porque los presuntos autores estaban prácticamente individualizados. Por eso, ordenó apurar los allanamientos que terminaron con las capturas.
Fueron dos procedimientos simultáneos. Uno, en un hotel familiar ubicado en Fitz Roy 1715. El otro, al 1576 de la misma calle, en una vieja casa de departamentos en propiedad horizontal. Efectivos del Grupo Especial de Operaciones, con personal de la División Homicidios y de las comisarías 23ª y 25ª ingresaron a las 6.45 rompiendo cerraduras en cada una de las habitaciones del hotel y de los departamentos de la otra vivienda.
A esa hora todos dormían. La policía detuvo a todos los varones, en total, catorce. Dos fueron liberados y el resto fue llevado a Tribunales. Allí, la jueza Bértola ordenó de inmediato una rueda de reconocimiento y convocó a los cinco testigos de la causa: el hijo del arquitecto Miranda, el portero del edificio, el taxista y dos vecinos.
Manuel Miranda se descompuso antes de comenzar el trámite y tuvo que ser atendido por médicos de Tribunales. Eso demoró el comienzo del reconocimiento, que se inició a las 17. Primero fue el turno de los menores: “De los cuatro, dos fueron reconocidos por algunos de los testigos, no todos”, confirmó la jueza Bértola. Los chicos son dos hermanos, huérfanos de padre y madre, según relató su abuela, que vive con ellos en la casa de Fitz Roy 1576 (ver aparte).
Dos estudiantes de 12 y 16 años, totalmente ajenos al hecho, fueron arrancados de la cama por la policía, a punta de fusil, y estuvieron detenidos más de 14 horas. En las escaleras de Tribunales, Roberto Rea contaba la pesadilla que vivió junto a sus hijos. “Entraron cuando dormíamos, rompieron la puerta, me apuntaron al pecho y me tiraron al piso boca abajo. A los chicos les dijeron que se quedaran en la cama. El máschiquito se hizo pis encima. Después nos llevaron a la comisaría. ¿Cómo van a volver mis chicos a la escuela mañana?”, se lamentaba el hombre, que tiene la guarda de sus hijos y vive en una habitación del hotel familiar.
Los dos acusados habían sido señalados por vecinos como autores de delitos en el barrio. Por eso, no se entiende por qué fueron detenidos otros dos menores ajenos al hecho, que viven a una cuadra y media, y ocho mayores, entre ellos un ingeniero de sonido de nacionalidad española y 30 años, que vive en la planta alta del PH. Página/12 intentó que la jueza Bértola aclare esa duda:
–Buscábamos a cuatro varones y a chicos de alrededor de 10 años. No podíamos descartar nada, –respondió la magistrada.

 


 

LOS DETENIDOS SEGUN SU ABUELA
“Tienen amistades feas”

t.gif (862 bytes) “Estaban descontrolados, estaban descontrolados”, repite a cada rato Lilia Elsa Grande, sobre los nietos de su vieja conocida María Irma Escobar. Los adolescentes, de 15 y 16 años, son huérfanos desde hace cuatro. Desde el año pasado, no estudian ni trabajan. Esto cuenta su abuela, con quien viven en uno de los departamentos que Lilia alquila en Fitz Roy 1580. Se presume que serían los autores del asesinato del arquitecto Félix Miranda, ocurrido el viernes pasado en el barrio de Palermo. Para la abuela, sin embargo, sus nietos “no se dedicaban a robar, salían y se divertían como todos los chicos de su edad”. Ayer a la mañana fueron allanadas ésa y otra casa ubicada al 1700 de Fitz Roy.
“No, nosotros no fuimos, fue adelante”, dice una chica que se asoma por la puerta entreabierta del inquilinato. La segunda en sacar la cabeza es Lilia, una mujer alta, de pelo corto y aspecto desgreñado, que se identifica como dueña de los cuatro “departamentos” que dan al 1580, aunque su apariencia lo disimula bastante. “Esto no es ninguna casa tomada, yo los alquilo”, aclara. Desde hace seis meses le presta el lugar a María “porque no tenían adónde ir”. “Pero si sabía que iba a pasar esto... –relata Lilia–. No había ningún hombre que los contuviera, estaban descontrolados.” En el operativo también se llevaron a su hijo, Pablo Diego Córdoba, de 25 años. Pero Lilia está tranquila: “me dijeron que el pibe mío sale, estaba acá de casualidad”.
“Ahí viene”, anuncia la mujer. Vencida con dos bolsas, se acerca despacio María Escobar. La única familiar de los dos chicos a los que, según la propia María, hace cuatro años se les murieron los padres. La mujer está sin trabajo, “antes hacía limpieza en las casas pero ahora ya no consigo”, comenta. Viven de la plata que le manda su hijo mayor porque sus nietos tampoco trabajan y desde el año pasado dejaron de estudiar.
–¿Y hasta hoy qué hacían? –pregunta Página/12.
–Salían a divertirse, iban a bailar. Iban y venían todo el tiempo -contesta María, con voz monocorde.
–¿Y nunca sospechó que podían estar robando?
–No, yo no lo creo. No robaban. Pero tienen amistades... feas –se detiene. Lo que sí notó María es que, desde el viernes, sus nietos estaban “muy nerviosos”. “El viernes se fueron al baile temprano, a eso de las once”, relata, sin demasiado convencimiento. Pero dice que nunca encontró nada raro, según dice. Sobre el futuro y el de sus nietos, se limita a afirmar: “Hoy fui a la comisaría 23º y me dijeron que los pasaron a Tribunales, así que mañana voy a ir ahí a ver qué pasa”. Y se escabulle detrás de la puerta, que la cerradura rota no permite cerrar.

 

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