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Por Julio Nudler Todo resultó más real que virtual. Cuarenta pasajes por Lufthansa ida y vuelta a diferentes destinos en Europa y Extremo Oriente salieron a subasta a un precio base común: 10 dólares. La imaginaria sala de remates, instalada en Internet, atrajo a 4108 navegantes, de los 290 mil que habría hoy en el país. Sumando los que pujaron por cada lote, el número de participantes trepó a 8081, lo que da una dimensión de la expectativa concitada. Los interesados se habían inscripto desde su computadora, eligiendo algún seudónimo para que los demás competidores no pudieran identificarlos. Cada uno recibía a su vez una contraseña desde la central de Frankfurt, que llegado el momento le serviría para franquear con un click la puerta del recinto, dibujada en la pantalla. La base era siempre igual: 10 dólares, precio bastante tentador para cualquiera de los 20 destinos europeos y orientales ofrecidos, siempre de a dos pasajes ida y vuelta. Pero al final no hubo pichinchas. Previendo un exceso de euforia, los rematadores para el caso, Gerardo Roemer y Blanca Pocicovich, del Area Marketing se habían impuesto bajar el supuesto martillo cada vez que el precio se acercase al valor de mercado, para evitar niveles injustificablemente altos. Pero esa prudencia les valió el enojo de muchos participantes, dispuestos a pagar más de la cuenta. ¡Por qué bajaron el martillo a 1400 (por dos pasajes) si yo hubiera pagado 200 más! se quejó un viajero frustrado. Es que por menos puede comprarlos en nuestras oficinas... le explicaron. ¡Pero es que yo quería ganar! confesó el cliente, revelando lo que realmente significó para muchos esta almoneda cibernética: un juego. Algunos padres encomendaron a sus hijos adolescentes, o incluso niños, la tarea de participar y vencer, a veces a cualquier precio. Por eso mismo, pasada la excitación hubo quienes recapacitaron y desistieron. Durante la subasta, en la pantalla aparecían tres billetes, de 10, 20 y 50 dólares. Marcando cualquiera de ellos podía superarse, en la cantidad deseada, la última oferta. Pero todo era tan vertiginoso y tantos los participantes (algún destino fue disputado por 676 pretendientes) que muchas ofertas no llegaron a verse. Cuando numerosos postores cliqueaban al mismo tiempo en el mismo billete, se supone que entraba primero la postura del que tenía el mejor soft. Gracias a la calidad de su servidor, muchos no lograron ni siquiera entrar a la sala de remates. Roemer y Pocicovich azuzaban a los postores como en cualquier subasta, aunque a veces con cierta dificultad por algunos seudónimos elegidos. ¿Cómo atreverse a decirle a alguien: ¡Vamos, Ganso, anímese!? Aseguran, de todos modos, que no intervino ningún crupier. Es que no fue necesario, explican. Por esos mismos días, Lufthansa ofrecía los principales destinos europeos a 747 dólares (la tarifa base es de 1100), y sin las restricciones impuestas a los pasajes subastados (no admitían ningún cambio de fecha, y no podían ser transferidos ni devueltos) para diferenciar mercados. No obstante, ninguno de los pasajes se vendió a menos de $ 700, salvo un par de ellos, y esto porque ante un breve lapso sin nuevas ofertas los rematadores bajaron el martillo. Mientras en Europa los precios en subastas similares promedian el 50 por ciento, en ésta superaron el 90 (salvo en los destinos del Lejano Oriente, por los que se pagó entre 50 y 60 por ciento del valor). Y en realidad podrían haber llegado más alto todavía, como resultado del cholulismo virtual y del entusiasmo por el juego. La mayoría de los participantes nunca habían viajado por esta compañía. Aunque sorprenda, muchos ni siquiera sabían que vuela a Frankfurt (¿adónde si no?). Hubo mucha participación desde apartados pueblos del interior, que se sienten de pronto conectados al mundo. El cobro es la cuestión más difícil en esta forma de venta porque el público tiene temor de poner su tarjeta en Internet, pero, además, si el comprador desconoce el cargo no se le puede debitar el importe dado que no firmó ningún comprobante. Hoy por hoy, el pago con tarjeta a la distancia (ticket by mail) sólo lo hacen con American Express. En este caso de la subasta, todos tuvieron que pagar sus pasajes personalmente en las oficinas de Buenos Aires. Para los marketineros, Internet ofrece la ventaja adicional de seleccionar automáticamente el nivel socioeconómico apetecido, ya que es raro encontrar indigentes que naveguen por la red de redes. No obstante, el experimento fue muy cauto: los subastados eran pasajes que no se hubiesen vendido de otro modo. El remate sirvió, en todo caso, para demostrar que, si es divertido, la gente paga por las cosas más de lo que valen. Esto hasta que las subastas por Internet se vuelvan comunes y ya no sean tan divertidas. Si se quedó con la sangre en el ojo, en octubre habrá otra.
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