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Por Horacio Cecchi Mi hermano mencionó tu nombre, hacete cargo. Celia Giménez, la prostituta de la calle 1 de La Plata que en 1994 dio las primeras pistas reales sobre la muerte y desaparición de Miguel Bru, miró a la cara al ex policía imputado Justo José López y lo acusó directamente del crimen de Bru y del de su hermano, Luis Suazo, también detenido en la comisaría 9ª de La Plata y testigo de lo que ocurrió el 17 de agosto del 93. No fueron las únicas imputaciones: sucesivamente, dos madres de detenidos en la 9ª y una funcionaria judicial declararon que en la seccional platense, conducida por el ex comisario y ahora imputado Juan Domingo Ojeda, torturaban a los presos. Como contrapartida, Raúl Rojas, el kiosquero que en 1993 desvió los primeros tramos de la investigación al afirmar que lo había visto a Bru en la playa, incurrió en serias contradicciones. También, como ocurrió días anteriores, los testigos policiales declararon con un único libreto: Acá no pasó nada. Era la más esperada. Celia Giménez es una pieza clave en la estrategia de la fiscalía: la importancia de su testimonio radica en que en 1994 había revelado a Rosa Schönfeld, la madre de Bru, todo lo que sabía sobre la muerte de su hijo, hecho que le había relatado su propio hermano, Luis Suazo, detenido en la 9ª. A mi hermano lo mataron por este caso y eso me decidió a hablar aseguró al Tribunal mientras intentaba reprimir su llanto. El me contó que había visto todo, que a Miguel le habían dado bolsa (submarino seco) y se les había quedado. El mencionó a López. También me dijo que los vio meter el cuerpo en un auto. `Llevaban dos bidones, a Bru lo quemaron, nunca lo van a encontrar. Eso me dijo mi hermano antes de que lo mataran en una causa que le inventaron. Suazo murió en un presunto enfrentamiento con la policía. Antes, al comenzar el quinto día del juicio, Raúl Rojas, el kiosquero que aseguró haber visto a Bru vagando por Punta Blanca en bicicleta, intentó repetir la misma versión de los hechos que fueron descartados en 1995 por desviar la investigación: esa versión abría la posibilidad de que el estudiante desaparecido se hubiera ahogado, en coincidencia con las hipótesis policiales. Rojas se contradijo en repetidas ocasiones, y no coincidió con las declaraciones de su propio hijo, Alejo, y las de Juan Darriba, amigo de Rojas. También prestaron testimonio Norma Beatriz Ordaz, su hijo Angel Argentino, y Eusebia Cabral, quienes confirmaron lo que muchos sospechan sobre la suerte de Bru: que en la 9ª torturaban a los detenidos. A mis dos hijos se los llevaron de mi casa en un allanamiento ilegal. Los arrastraron de los pelos aseguró Ordaz durante su testimonio, interrumpido en varias ocasiones por el llanto. Cuando fui a la comisaría me devolvieron al más chico, pero yo estaba desesperada porque arriba le estaban pegando a mi otro chico. Yo podía escuchar los gritos. Ordaz agregó que fue a pedir por la libertad de su hijo mayor, David Guevara. Pero (Juan Domingo) Ojeda pedía plata para darle la libertad. La mujer señaló a Abrigo como responsable de la detención de Guevara. Angel Ordaz ratificó luego lo dicho por su madre. Confirmó además que los calabozos de la 9ª tenían ventanitas por las que se podía ver las manos y las caras de los detenidos. Las ventanas fueron motivo de debate en los días anteriores: varios testimonios sostienen que a través de ellas los presos de la 9ª vieron las torturas a las que fue sometido Bru hasta su muerte, y parte de la estrategia de la defensa se sostiene en demostrar que esas ventanas fueron tapiadas antes del 17 de agosto del 93. La otra parte de la estrategia de los imputados Justo López, Walter Abrigo, Juan Ojeda y Ramón Ceresetto está soportada por el libreto policial unificado: igual que sus colegas en días anteriores, el oficial Marcelo Acosta, el suboficial Juan Carlos Giménez y el ex policía Humberto Beltrán aseguraron a su turno que el Paraíso existe y está en la comisaría 9ª de La Plata. Marta Galloso, funcionaria judicial, declaró que su cuñada Irma Dezeo, que vive próxima a la 9ª, la llamó muy preocupada una noche por los gemidos que se escuchaban. La otra mujer que rompió con el discurso policial fue Eusebia Cabral, llamativamente, madre de un ex policía, Juan Víctor Gómez. Cabral apenas pudo mantener su voz, entrecortada por sollozos, para relatar cómo su hijo había sido golpeado cuando ya era civil por el servicio de calle. Me dijo, `mami, por poco más me matan. Después Cabral agregó que, según su hijo, Ojeda le pidió perdón por lo que le había pasado. `No sabía que eras vos. Quedate tranquilo que no te va a pasar nada, le dijo el comisario. La testigo aseguró que a partir de entonces, a su hijo lo dejaron tranquilo.
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