Por Alfredo Grieco y Bavio |
Desde cuando comenzó su ofensiva contra Yugoslavia hace 40 días, la OTAN estuvo convencida de que Rusia, como un cura confesor eficaz, le arrancaría in extremis a Milosevic una paz que resultara presentable para todos. Para la credibilidad atlantista, cada día más increíble, para los serbios, que deberían verla como una victoria (aunque fuera moral) sobre Occidente, para los nacionalistas y comunistas rusos, que encontrarían en ella la prueba de que el Kremlin sigue siendo lo que era. En el frente interno, el gobierno ruso echó mano a su mejor retórica de cuando la Guerra Fría estaba ardiente para proclamar la solidaridad con Serbia, alma gemela eslava. No fue mucho más lejos. Tiene esperanzas de que el Plan Marshall para los Balcanes prometido por Estados Unidos y Occidente se derrame hasta los Urales y más allá. Algunos ya tradujeron cínicamente estas esperanzas: que algo de dinero pase por Moscú antes de acabar en cuentas bancarias secretas en algún lugar seguro. La crisis de Kosovo permitió ver, aunadas, las estrategias norteamericanas y europeas para resolver sus conflictos con terceros. La Unión, con capital en Washington, siempre prefiere movilizar de inmediato sus portaviones; la de Bruselas, ofrecer un pacto comercial ventajoso. Pero esta atención crediticia que Rusia alienta y aguarda detrás del esforzado despliegue de sus capacidades negociatorias tiene una faceta más estrictamente militar, inclusive geopolítica. La elección de Viktor Chernomyrdin como negociador fue especialmente feliz. El ex premier ruso fue además el mafioso magnate de Gazprom, el mayor monopolio de gas natural del mundo, responsable de la venta de gas subsidiado a Serbia, que continúa. Si Rusia consigue esa paz honrosa para todas las partes, insistirá en ser menos desoída a la hora de debatirse cuestiones de seguridad europea. El encuentro de una solución en el estilo honorable dentro de un plazo razonablemente corto significaría el mayor triunfo a que la Alianza Atlántica puede aspirar en la primera acción bélica de sus arrogantes 50 años. Seguramente, los rusos insistirán aún más a partir de entonces en contra de la expansión de la OTAN hacia el Este, que encuentran ultrajante. Los países bálticos, que formaron parte de la Unión Soviética, y Rumania, que integró el Pacto de Varsovia, están en el próximo pelotón. Y los polacos insisten en favor de Eslovenia y Eslovaquia. Pero, después de todo, norteamericanos y alemanes preferirían dejar la OTAN tal como está. Y los rusos van a ayudarlos también con esto.
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