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Por Hilda Cabrera La personalidad y la obra de la poetisa uruguaya Delmira Agustini ocupa en estos momentos un lugar interesante en la cartelera teatral. Desde diciembre se viene ofreciendo una obra basada en sus cartas, a la que ahora se suma otra, La pecadora (Habanera para piano), que dirigida por Cristina Banegas se estrena hoy en el teatro-taller El Excéntrico de la 18, de Lerma 420, fundado por la actriz. Se trata de una premiada pieza de la uruguaya Adriana Genta, quien la presentó el año pasado en El Galpón de Montevideo. El erotismo que Agustini (1886-1914) mostraba en sus poemarios (Los cantos de la mañana, de 1910, y Los cálices vacíos, de 1913) escandalizó a tal punto a la sociedad de su época que pasó a la historia como símbolo de transgresión. Así lo registró también el poeta y periodista uruguayo Milton Schinca en su pieza teatral Delmira, de 1986, donde además subraya el temperamento escindido del personaje. El mundo sombrío y estremecedor de esta joven, asesinada por su marido, de quien se separó poco después de la boda, pero a quien siguió viendo como amante, avasalló a Banegas. Soy una fan de Delmira. Me gustan su poesía y su audacia en ese ambiente tan adverso, donde la cultura pasaba por los salones literarios, apunta la directora en una entrevista con Página/12. Le reconoce un magnetismo singular, medio tremebundo para su belleza, y sospechosamente angelical. ¿Cree que el erotismo femenino se expresa con mayor fuerza en un ambiente de moral represiva? Es un poco misterioso, pero parecería que sí. La represión moral genera a veces una curiosidad morbosa. Ella era una pequeña vampiresa, y los demás no se lo permitían. Por eso se quemaron cartas y testimonios de su amor por Manuel Ugarte (en la obra Fabián Stratas). De su matrimonio con Enrique Reyes (Gabriel Correa) dudó desde el comienzo. Estaba desconcertada, pero se sentía presionada por sus padres. La esperaron durante tres horas para poder oficiar la boda. Llegó a la ceremonia, pero se separó al mes. Mientras iniciaba los trámites de divorcio, pintaba, y se encontraba con su marido, pero como si fuera un amante, hasta que éste le pegó dos tiros. ¿Por qué introdujo una habanera en la obra? Esta habanera es idea de Carmen Baliero. Con Vera Fogwill (Delmira) hicieron uso y abuso del piano. Delmira toca la habanera a cuatro manos con Ugarte. La música se relaciona con los personajes, con la sensualidad y con otros aspectos. La madre de Delmira (protagonizada por Mónica Santibáñez), que era medio monstruo, canta en alemán. Todo está en función del trabajo de los actores. La iluminación de los muebles y de los demás objetos la proyectamos desde abajo, para que aparezcan como despegados del piso. Eso le da un carácter fantasmagórico a la puesta, en la que colaboraron Norberto Laino (escenógrafo) y Marcelo Cuervo (iluminador). Intenté aplicar algunas de las ideas que me inspiró un viaje reciente a Barcelona, donde estuve filmando con Patricio Contreras y dos actores enanos en una película de Héctor Faber, que es argentino y está radicado allá. La película es un cruce entre el documental y la ficción, y un homenaje a los desaparecidos por la dictadura militar. La música tiene fuerza en la obra. Carmen compuso también una canción de cuna sobre una cieguita de Tacuarembó y le puso música a un poema de Delmira, que sabemos sufría insomnio, y en la noche tocaba el piano y escribía. ¿Intenta con estos cambios suavizar la tragedia? Hemos trabajado siempre sobre la estructura original. No la modificamos demasiado. Nos contuvimos, aunque hicimos algunos corrimientos que nos alejan del realismo original, y nos relacionan más con el estilo oscuro de Lautremont. El erotismo de Delmira es vampírico, letal. En sus poesías aparecen imágenes devoradoras, succionadoras. He tratado de trabajar sobre lo que mejor conozco: la actuación. Me importa perforar la actuación realista, rozar el grotesco, el melodrama. En Eva Perón en la hoguera había ya una búsqueda de este tipo... Diría que antes, cuando hice El padre, de Strindberg, dirigida por Alberto Ure, había aparecido algo de esto. En La pecadora le hacemos un homenaje a aquél trabajo. Recuerdo que los espectadores se mostraban desconcertados: no estaban seguros de si eso que veían en el escenario estaba sucediendo o era una fantasía de los personajes o de los fantasmas de éstos. En el caso de Delmira, esta impresión se potencia, porque, como en Eva Perón..., se trata de personajes reales, de los que han quedado cartas y testimonios.
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