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OPINION

Ladrones de bancas

Por James Neilson


t.gif (862 bytes)  Según las cifras oficiales, la patota de Carlos Corach y Raúl Granillo Ocampo se impuso en la interna del PJ. Es posible, si bien poco probable, que haya ganado de verdad, pero sucede que nunca lo sabremos porque estas elecciones fueron una parodia farsesca montada sin otro fin que el de cumplir con una serie de aburridos trámites legales que los hipotéticos vencedores desprecian pero que fingen respetar. En realidad, lo único que nos han mostrado los comicios es que ni a los máximos encargados de la seguridad ciudadana del país ni al ministro de Justicia les importan un bledo la voluntad de los militantes peronistas, las reglas democráticas o el funcionamiento de las instituciones. Pragmáticos a ultranza, están más que dispuestos a subordinar tales nimiedades a sus propios intereses. Saben que en política lo que cuenta son los resultados: si en ocasiones es necesario comprar algunos votos con bolsas de harina y ocultar otros, hay que ser adultos y olvidarse del idealismo juvenil.
Si la Argentina fuera una democracia sana en la que los ciudadanos reaccionaran con vigor frente a los intentos de los “dirigentes” de tratarlos como ovejas, los doctores protagonistas de este espectáculo esperpéntico ya hubieran desconocido su propio “triunfo” y reclamado nuevas elecciones con la asistencia de observadores neutrales procedentes de lugares donde nadie entiende nada de la interna peronista, pero, claro está, no se les ocurrió pensar en una alternativa tan exótica. ¿Por qué deberían hacerlo? Siempre y cuando el Jefe cohoneste los resultados, el Senado no rechazará a Corach por trucho: por el contrario, los ya a salvo en lo que muchos consideran el aguantadero más cómodo del país festejarán su arribo. El PJ no tendrá que pagar ningún “costo político”: según parece, sus votantes leales toman la prepotencia por evidencia de que un político es un hacedor, no un mero hablador, de suerte que es probable que las batallas campales internas le sumen votos en vez de ahuyentarlos. En cuanto a los líderes de la Alianza, éstos se mantendrán bien callados por miedo a ser calificados de “gorilas”, o sea, por insistir en que sus adversarios se comporten como políticos civilizados: no protestarán por la conducta de los menemistas porteños aunque su silencio haga creer que a juicio de la oposición es normal que “dirigentes” actúen como mafiosos. ¿Y el amor propio? Para los capaces de participar sin sonrojarse de este tipo de escándalo, el concepto mismo carece de significado. Al fin y al cabo, se habrán salido con la suya, lo cual quería decir que hicieron todo bien, ¿no?

 

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