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Por Cristian Alarcón El principio de la historia, el hecho que habría signado la vida de Miguel Bru, comenzó a destejerse ayer en el juicio oral que se les sigue a los policías Justo El Negro López y Walter Abrigo, acusados de las torturas seguidas de muerte del estudiante. Fue en abril de 1993 y Jorge Barrera, El Mono, uno de los chicos que vivía con Miguel en la casa tomada de la calle 69, muy cerca de la comisaría 9ª, lo recordó ayer con precisión: era martes 13. Esa noche una patota policial, encabezada por López y Abrigo, allanó ilegalmente la casa y la dio vuelta en busca de algo que los incriminara, después de un típica queja por ruidos molestos de un vecino. Cuando me negué a que entren me tiró contra la pared y me puso la pistola en la cabeza, contó Barrera. Fue ése, dijo y con un dedo impertinente que no tembló señaló la cara contracturada del ex jefe del servicio de calle de la 9ª: el temido Negro López. Uno de los intentos de la defensa de los policías entre quienes también están acusados el suboficial Ramón Eduardo Ceresetto y el comisario de la 9ª Domingo Ojeda fue que no se repitiera ante el tribunal la historia detallada de aquel exabrupto. El abogado policial Alejandro Casal interrumpió a Barrera para solicitar a los jueces que no se les pregunte respecto a aquel hecho, pues se investiga en otra causa, y podría interferir en esa investigación. Esa otra causa es de una particular importancia para fiscalía y defensa: fue iniciada por Miguel Bru, quien después del incidente del 13 de abril, denunció por allanamiento ilegal y abuso de autoridad ante la Fiscalía de Cámaras de La Plata. A ello le sucederían el hostigamiento y finalmente su secuestro, torturas y muerte, en la hipótesis que intenta demostrar el fiscal Héctor Vogliolo. Barrera contó ayer que daba la impresión de que buscaban droga y dijo que los policías le ofrecieron quemar los instrumentos si no terminaban con los ensayos de Chempes 69, la banda de punk donde Miguel cantaba, y con la que ensayaban en la calle que también le prestaba nombre al grupo. El que volvió a ver después de ese martes a Walter Abrigo, de la 9ª, fue Carlos Vázquez, El Chino, baterista de Chempes y habitante de la casa. Vázquez dijo que estaba junto a Carolina Villanueva, la nova de Miguel; Enrique Núñez, también de la casa, y otros jóvenes en la vereda, cuando llegó un chevy azul viejo, y bajó un policía con un arma en la mano. Se trataba, según lo señaló, de Abrigo. Los dos policías fueron reconocidos también por Núñez, otro estudiante de periodismo. Ese día, los de la vereda fuimos presos a la 9ª. Salimos después de un par de horas. Empezamos a ver lo que íbamos a hacer. Esa noche lo discutimos. Al allanamiento ilegal de la casa de 69 le siguió dos meses después otro, con orden de un juez, que, a partir del testimonio de otro vecino, buscaba objetos robados. Decidieron denunciar a la 9ª: No fue sólo por lo ilegal del operativo, sino también por la violencia y el avasallamiento de derechos que significó, le dijo Núñez al tribunal. Luego fue Vázquez quien acompañó a Miguel a la Fiscalía de Cámaras. Aunque en el momento del allanamiento él no estuvo, nos pidieron un apellido y Miguel dio el de él. El Chino aseguró ayer que después de eso Bru no volvió a ser el mismo. Tenía miedo, se notaba a simple vista. Las intimidaciones de la 9ª, según los estudiantes, se sucedieron sutiles. Daban vueltas, pasaban, nos seguían de cerca con el chevy de Abrigo. Vázquez recordó que a la semana de la denuncia Abrigo se paró en la esquina, junto a su auto. Los miró sin descanso, mientras se reía, se reía sin decirnos nada. Anoche, a última hora se esperaba que declarara Carolina Villanueva, quien era la novia de Miguel Bru, y también estuvo en aquellos violentos días de abril. Mientras tanto, el tribunal anunció que el juicio oral más grande de la historia penal bonaerense será más extenso aún. A las diez jornadas previstas se leagrega otra más y una nueva reconstrucción de los hechos de acuerdo a los relatos de los presos que dicen haber visto cómo Bru era torturado en la 9ª.
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