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Por Luis Vívori Un dato histórico permite dar la primera pauta sobre su relación con el medio: la televisión argentina nació en agosto de 1951, Pinky pisó el estudio de un canal por primera vez en 1956. Hay gente que cree que yo la inventé, o estaba ahí cuando sucedió, pero no es para tanto..., se ríe ella. Sin embargo, Pinky hoy en una carrera política que la postula como precandidata a la intendencia de La Matanza llevaba muchos años fuera del medio, contra su voluntad. El regreso se concreta en uno de sus terrenos predilectos, en que su tono reposado e íntimo encuentran el lugar justo: la evocación cargada de nostalgia. Los dos primeros programas de La década del 80, que se ve por Azul Televisión los sábados de 18 a 20, la encontraron bien parada dentro de su estilo, rodeada de una producción preocupada y con buenas cifras de rating. En la entrevista con Página/12, Pinky define a la televisión de hoy como hija del videoclip, y analiza los ribetes esenciales de la propuesta que se enlaza directamente con La década del 60 y Parece que fue ayer, sus intentos anteriores en la misma materia. Ahora que está de vuelta en televisión, ¿puede contar por qué no trabajaba, si por decisión propia o de los canales? Antes de esta vuelta, hace unos cinco años, hice un programa en América del que me fui a los tres meses porque no me gustaba como estaba producido. Después tuve muchas ofertas, pero como no tengo el típico problema de la ansiedad por estar en la tele algo que por otro lado les pasa a muchos, y los lleva a agarrar cualquier cosa que les ofrezcan, no acepté ninguna. Marcelo Tinelli, por ejemplo, me llamó para su ciclo en el que les toman al pelo a los invitados, pero aunque me parezca muy divertido es algo que sé yo no debo hacer. Y no lo hice. ¿No tenía ansiedad porque no necesita trabajar? En realidad a esta altura de mi vida la tele es sólo placer, ya no es una necesidad, ni de trabajo, ni de ninguna otra cosa. Es mi lugar natural, estuve en ella 42 años y allí aprendí todo lo que sé. Teniendo en cuenta su experiencia, ¿qué diferencias principales encuentra entre la televisión de los 90 y la anterior? Hubo una época en la que la tele era más un mix. Lo llevaba a uno a pensar, y también divertía. Ahora es mucho entretenimiento, la gente grita todo el tiempo, es más histérica. Casi no da tiempo para pensar. ¿Cambió la televisión o cambió la gente? Yo creo que ambas. Hubo un vaciamiento de ideas que arrancó con López Rega en el 73, tomando los canales a punta de pistola. A partir de ese momento, el contenido se fue vaciando. Los canales del Estado se armaron de esa manera y cuando vino la privatización, a comienzos de los 90, nada cambió. La gente se acostumbró, y además se transformó en negocio. Ahora es básicamente una empresa. Fue una cosa paulatina, la timba, los juegos y todo eso. Hay un menú único. Entre otras cosas ya casi desaparecieron los programas ómnibus, un formato en el que usted trabajó mucho tiempo. Desaparecieron porque eran precisamente un mix: música, entrevistas, información. Ahora todo eso está en la semana. La gente esperaba el sábado y el domingo para poder disfrutar de un gran abanico de posibilidades. Ahora cada vez más hay programas de media hora, y eso es todo un dato. La cultura del videoclip se metió en todo, cuando es algo que en la música ya no se usa. El lenguaje perdió su lugar, cinco o seis adjetivos se reemplazan con una palabrota porque no se tiene riqueza para hablar. Eso de fragmentar, del vértigo permanente, es un verdadero dislate. ¿Evaluó en la decisión de su vuelta que el Canal Azul tiene todavía una pantalla muy fría? A mí siempre me pasó eso. Toda la vida fue así. En el viejo canal 11, en canal 13 o en donde fuera. En general, a mí el rating me acompañó en casi todas las oportunidades, por eso no me da miedo la situación de Azul TV. Aunque es cierto que éste no es un programa que vaya a romper los números, porque no está pensado para eso. Además, el canal en ese horario no mide, así que lo que saque es mío. Nunca me desesperé por el rating, lo que quiero es hacer un programa digno por sobre todas las cosas. ¿En qué se diferencia del típico programa que apela a la nostalgia como arma principal? En realidad, más que un programa evocativo, intentamos que ayude a reflexionar. La intención es refrescar la memoria de la gente tomando los hechos más importantes de la década, los sociales, los culturales y los políticos. Su ingreso en el terreno de la política debe ser un problema. ¿No le parece que militar en el radicalismo la perfila en un lugar demasiado identificable para el espectador avisado? Yo separo mi rol político de la actualidad, con el trabajo de conductora. Los hechos de los ochenta son hechos precisos y los protagonistas dan su versión. Por eso, sin culpas, invitamos al primer programa al doctor Alfonsín, porque creo que de esa década para los argentinos, el hecho más importante fue el retorno a la democracia. ¿Siente que va a despertar polémicas? Yo creo que sí, porque siempre que trabajé con García se provocaron polémicas. Es como la película de Kurosawa, Rashomon: sobre el mismo episodio está tu historia, mi historia y la del otro. Siendo García el productor del programa, ¿qué versión es la que va a prevalecer, teniendo en cuenta que es propietario de un diario y un canal de tendencias populistas? Yo con él me llevo muy bien, somos amigos desde hace años, y puedo decir que en términos políticos es absolutamente independiente. Además no estoy muy segura de que sus medios sean menemistas. El le da libertad a toda su gente, y se juega por ella más allá de ideas políticas. Pero es lógico que aparezcan diferencias entre ustedes. A mí nadie me dio pautas, y además no tengo libro. Conduzco improvisando, por lo que todo lo que digo en el programa en el momento de estar al aire, es fundamentalmente mi responsabilidad.
Por Esteban Pintos
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