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Peter Llewellyn, un excéntrico millonario norteamericano, realizará por fin el sueño de su vida: sin haber estudiado para astronauta y a pesar de haber sobrepasado la edad para ello, hará un viaje espacial. Eso sí, para convertir su sueño en realidad debió pagar la módica suma de 100 millones de dólares al gobierno ruso, que en un intento por conservar la vieja y accidentada estación espacial Mir, abrió las puertas a capitales privados y occidentales. Con entusiastas como Llewellyn de por medio, tanto Rusia como Estados Unidos y algunos empresarios ya han echado el ojo al negocio del turismo espacial. Con sus 51 años y vaya a saberse cuántos millones en el bolsillo, Llewellyn, un estadounidense de origen británico, se convirtió en uno de los primeros socios extranjeros del programa espacial ruso. Dueño de Macrolife, una empresa de reciclaje de basura, fue uno de los fundadores de la compañía IPK Energía, de inversiones industriales. IPK Energía es subsidiaria del consorcio ruso espacial y es la encargada de canalizar el capital occidental para un proyecto de comercialización de la Mir. En Rusia, Llewellyn no para de hacer buena letra: va a instalar una fábrica de reciclaje de basura en Koroliov, la ciudad donde se encuentra el Centro de Control de Vuelos Espaciales, y está construyendo una clínica pediátrica. La financiación de la misión número 28 a la Mir está relacionada con el señor Llewellyn, quien formará parte de su tripulación, dijo un vocero de Energía, la empresa estatal propietaria y constructora de la estación orbital. Llewellyn ya pasó con éxito las pruebas médicas y en mayo iniciará los entrenamientos para el vuelo, agregó. El costo de la expedición, que partirá en agosto con el fin de relevar a los tres tripulantes de la estación, ronda precisamente los 100 millones de dólares. Con esta virtual privatización de la estación Mir, Rusia intenta financiar el programa espacial porque no tiene fondos para ocuparse de él. Así podrá mantenerla y a la vez brindar su aporte en la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS), proyecto del que forma parte junto a otros quince países. La estación orbital Mir, con sus 140 toneladas, fue puesta en órbita en febrero de 1986, con la idea de darla de baja cinco años más tarde. Pero lleva 13 en el espacio y una historia de catástrofes y misterios. Tiempo atrás, Rusia llegó a sostener que ni siquiera podría ir a buscar a sus tripulantes. Pese a la gran cantidad de propuestas que hubo (entre ellas la de convertirla en un hotel de lujo), en agosto de este año iba a comenzar su descenso por falta de inversores. Sin embargo, y en esto puede verse la mano de Llewellyn y compañía, en enero, el primer ministro ruso Yevgueny Primakov firmó un decreto por el cual permanecerá en el espacio hasta el 2002. Las finanzas rusas también reciben otros aportes: desde hace algunos años, varios países pagan millones de dólares para alquilar un lugar en la Mir para sus astronautas, lo que ayuda a solventar los 250 millones anuales que la estación requiere de mantenimiento. La Mir es una especie de monstruo que flota en el espacio, a casi 400 kilómetros de la Tierra y da una vuelta a su alrededor cada 90 minutos. Funciona principalmente a energía solar, aunque recibe equipamiento de Tierra varias veces por año. Desde 1986 vivieron en su interior más de 100 hombres y mujeres, integrantes de misiones tanto rusas como de otros países, y allí se batió el récord de permanencia en el espacio, que superó el año. Sin embargo, este satélite ruso nunca contó con tecnología de punta. Tal vez por ello tuvo más de 1500 problemas técnicos, entre incendios, choques con naves de abastecimiento y fallas informáticas, que dejaron a la estación a la deriva, sin luz y casi sin oxígeno, y que pusieron en peligro la vida de sus tripulantes. Mientras se decide el futuro de la traqueteada Mir, Rusia participa de la construcción de la ciudad espacial o gran estación ISS, retrasada también por la crisis. La ISS ya tiene dos módulos en órbita (uno ruso y otro norteamericano), y tendrá un tercero dentro de unos meses.
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