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Entrevista al músico de tango Rubén Juárez
“Antes, vivía en una nube”

El cantor y bandoneonista está festejando sus 30 años con la música y promete volver a grabar, luego de una década sin hacerlo.

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Juárez actúa todos los viernes en Michelángelo.
"Mi tango vive hoy, aquí y ahora", sostiene el cantor y bandoneonista.

Por Fernando D’Addario

t.gif (862 bytes) ”No vuelvas tarde...”, le pide la mujer, Silvia, portadora de un tono maternal que podría confundirse con una pincelada de fino sarcasmo. “Pensé que me ibas a decir ‘no vuelvas... más’”, contesta Rubén Juárez, 51 años, 30 de carrera artística y otros tantos de resignada conciencia del personaje que le toca sobrellevar las 24 horas del día. Cantor y bandoneonista, su raid por la vida dejó jirones en el camino, pero se planta y asegura que “mi tango ocurre hoy, aquí y ahora”. Un cronista de Página/12 lo encuentra por la noche cantando en San Telmo, luego pasa una tarde en su departamento de Villa Urquiza y minutos después comparte un viaje en auto al centro. Y en todos los ámbitos descubre al mismo Juárez: visceral, peleador, atorrante de barrio, heredero de una cultura tanguera que se diluyó en las nuevas generaciones del género, “porque ahora los pibes se cuidan más, saben que la competencia es feroz y que si se acuestan a las 8 de la mañana tienen más posibilidades de perder. Yo ya soy así, aunque ahora me cuido un poco más”.
Juárez presenta todos los viernes en Michelangelo con sorprendente éxito el espectáculo 30 abriles y promete que en el 2000 tendrá un nuevo disco de estudio, después de diez años. La conjunción de estos datos sugieren una revalorización de su figura, que asomó a fines de los 60 para renovar, junto con la Tana Rinaldi y Amelita Baltar, la entonces esclerosada escena tanguera. Juárez sabe que en el medio pasaron muchas cosas, y no apela al verso para explicar por qué no grabó en todos estos años: “¿Para qué iba a grabar un disco, para que no me dieran bola?”. Ensaya, entonces, un ligero diagnóstico de lo que pasó en el tango en los últimos años: “En los ‘90 lo institucionalizaron, pero en realidad no pasaba nada. Hasta que el baile lo salvó. Era la baraja que le quedaba. Hoy lo que faltan son espacios para hacer cosas. No hay lugares, más allá de lo que se hace para el turismo”.
Su condición de cordobés parece producto de un accidente geográfico, porque su porteñismo lo delata constantemente. Reconoce que “de cordobés sólo tengo lo ladino. Y de Buenos Aires, todo lo demás. A los dos años ya estaba en Sarandí, donde me crié. Vivía ahí nomás de Villa Corina. La vida me enseñó muchas cosas en ese ámbito. Crecí en el arrabal puro, jugando al fútbol con Rojitas y Perfumo”. En su casa actual mantiene los códigos, aunque las preocupaciones se hayan aggiornado. Se lo ve rezongando, porque el Olympique de Marsella perdió un partido increíble con el Paris St. Germain. “Y qué querés –se ataja–, el Olympique tiene los colores parecidos a Racing.” Fue el primero en anotarse cuando le dijeron que estaban preparando un disco dedicado a la Academia. “Grabé un tema que hicimos con Chico Novarro: se llama ‘Se juega’. No es muy oportuno... menos mal que el disco no va a salir en el corto plazo.”
Quiere volver a hacerse cargo de su legendario boliche de Palermo Viejo, Café Homero. “Ahí sí que pasaban cosas. Cuando se iba la gente, empezábamos nosotros. Y pasaban las horas, y los amigos. ¿Sabés lo que es escuchar a Pappo y Roberto Perfumo cantando tangos a dúo?”. No es fácil imaginarlo. El raid periodístico continúa en auto, por las calles de Buenos Aires. El tránsito se pone pesado, y Juárez muestra una gomera con la que suele “intimidar” a taxistas celosos de su lugar en la calle, quienes le abren paso con amabilidad. “Heredé la polenta de mi vieja y los copetines de mi viejo” sostiene, y luego toma un atajo para llegar más rápido al centro.
–¿En qué cambió, en estos treinta años, su manera de ver la vida?
–Cuando tenía 21 años vivía en una nube. Entraba a Caño 14 y saludaba a Pichuco, al Polaco, me volvía loco. Y en mi mejor momento, 1974, ‘75, había tenido muchísimo éxito con “Café La Humedad”, me lo encontré a Pichuco y le pregunté, todo agrandado, cómo me veía. “Y... todavía te falta un poquito de pescante... –me dijo–, andá tranquilo...” Bajé enseguida. Con Troilo aprendí tanto... y él la pasaba bien conmigo, aunquela mujer no lo dejaba que compartiera el camarín conmigo. Porque estaba mal de salud, ¿viste? y si a mí el maestro me pedía un whisky, ¿cómo se lo iba a negar?.
–¿Es difícil cuidarse en el tango?
–Cuando abrí el Café Homero me emboliché. Me juntaba con los atorrantes, copetines todas las noches, yo que morfaba como loco y una copa aquí, otra copa allá... y se hacían las diez de la mañana. Me sentía bien así que veía cómo engordaba y me preguntaba: “Más flaco, ¿para qué?”.
–Siempre se habla del reviente en el tango. ¿Cuánto hay de cierto y cuánto de mito en eso?
–Y... yo no sé si llamarlo reviente, pero la vida sana es para otra gente, no para el tanguero. A tipos como Pichuco, o como el Polaco, que daban el alma en cada tema, dejalos tranquilos. Se merecían tomar lo que quisieran... Yo a veces escucho que alguien comenta: “¿Viste cómo llegó el gordo?”. Pero llegué, no importa cómo. Llegué y canté, que es lo que la gente quiere. No podés tomarte un café y subirte al escenario.

 

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