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PANORAMA POLITICO

Cenicienta y la mano izquierda

Por Mario Wainfeld


t.gif (862 bytes)  Es mayo, y como ocurrió en el ‘68 en París, los estudiantes ocuparon las calles. Rápidamente la prensa de derecha habló de “caos” que es como designan los que mandan a módicas molestias causadas por quienes ejercen su derecho constitucional de peticionar a las autoridades... los mismos que bautizan “turbulencias”, “efecto tequila” u otras creaciones literarias a las arbitrariedades y desaguisados que produce el mercado.
A diferencia de sus antecesores europeos, los estudiantes del mayo argentino no piden una revolución, sino apenas el cumplimiento de la muy moderada Ley Federal de Educación vigente. No obstante, algo los une con los manifestantes parisinos: las modestas utopías que pregonan tienen altísimas chances de no plasmarse en muchos años.
Susana Decibe consideró que el recorte dispuesto a los gastos de su sector era la gota de agua que colmaba el vaso de su –ciertamente vasta– paciencia y renunció a seguir siendo ministra de Educación. Se fue autoelogiando su gestión, tanto como los logros del oficialismo en su área. Se fue como quien se desangra, alegando ser la Cenicienta del gabinete, derrotada por el ministro de Economía Roque Fernández. Esa versión –justo es reconocerle a quien se dedica a enseñar– es francamente infantil. Roque es la vera efigie de un piantavotos, del policía malo, del ogro, pero su primacía sobre Susana ocurre porque el gobierno que ambos integraban hasta ayer ha elegido un rumbo que relegaba a Decibe y a cualquiera que ocupara su silla en el gabinete a un rol muy subalterno. Decibe se descubre como Cenicienta porque la educación es la cenicienta del presupuesto 99. La descripción es falsa por capciosa, pues omite lo esencial: la educación es la Cenicienta del actual modelo económico social que todo este gobierno –Decibe incluida– impulsó con un fervor digno de causas más elevadas.
La Argentina tuvo, hasta hace no muchos años –aunque parezcan una eternidad– uno de los Estados benefactores más abarcantes que se hayan conocido en Occidente, que por añadidura funcionaba con altísimos niveles de empleo. Ese Estado, siguiendo desaprensivamente una oleada mundial, fue desmantelado –sin red para los que caían– en tiempo record. Eterno aspirante al Libro Guinness, el gobierno nacional quiso hacer de la nuestra una de los sociedades más liberales del mundo en materia económica. El Estado benefactor fue recusado por ineficiente y desguazado en el altar del mercado libre. Esa cruzada por la eficiencia escamoteaba un debate esencial: la presencia estatal como niveladora de desigualdades es una opción ideológica, que implica una valoración positiva de la igualdad.
Un nuevo modelo de sociedad insolidaria y de Estado ausente se compró “llave en mano”. El sociólogo Pierre Bourdieu acudió a una metáfora ilustrativa para describirlo. El Estado tiene dos manos; la izquierda, la inhábil, la chueca, la torpe, se ocupa de las cuestiones sociales. La derecha, la hábil, se encarga de generar las mejores condiciones para que operen los intereses privados. A la izquierda le compete la –desde el vamos– imposible misión de reparar “las insuficiencias más intolerables del mercado”. A la derecha, complacerlo.
Salud, seguridad, educación
Cuando se instauró el modelo se dijo que el Estado iba a ser pequeño y eficaz especialmente en tres áreas, salud, seguridad y educación. Con la chapa puesta, esas promesas aparecen cruelmente incumplidas. Los ciudadanos depositan su anhelo de seguridad en empresas privadas. La policía aduce con razón estar subequipada, pero al unísono está sospechada no ya de ineficiente sino de corresponsable de la mayoría de los delitos comunes y de los megacrímenes ocurridos durante el actual gobierno. Esta semana apareció con siete años de retardo una grabación que tenía la Policía Federal sobre el atentado a la Embajada de Israel. En el mejor delos casos es el ocultamiento de una prueba esencial producida por quienes debían esclarecer el delito. Y puede ser algo peor, en todo caso un botón de muestra de cómo funciona la seguridad en el Estado realmente existente.
La salud también ha producido –entre la minoría que puede hacerlo– una fuga hacia lo privado. En estos días el PAMI ha entrado en cesación de pagos, otro botón de muestra.
La educación, a su vez, no colapsó porque haya renunciado Decibe. Y, si bien se mira, tampoco por el arbitrario recorte dispuesto por Economía. Viene tocando fondo desde hace mucho tiempo, hecho disimulado porque la caída de un sistema educativo tan complejo y amplio como el argentino no es una explosión sino un lento proceso, lleno de costos diferidos y mitigado en parte por los aportes vocacionales de docentes, padres, integrantes de cooperadoras.
La mano derecha, como cuadra, funcionó mejor que la izquierda. El actual gobierno ha consagrado, convertibilidad y reforma tributaria mediante, la ciudadanía fiscal: todos los ciudadanos pagan impuestos (ciertamente los pobres abonan en proporción mucho más). La mano izquierda no ha logrado ciudadanía educativa: no todas las personas tienen acceso a la educación que les permita insertarse socialmente y por ende competir en el feroz mercado de trabajo.
La mano derecha descentralizó el sistema educativo, transfiriéndolo a las provincias. Su finalidad primera era una cuestión de caja: ordenar las cuentas nacionales. La segunda, algo más encubierta, era diluir por vía de la fragmentación los reclamos sociales, salariales, etcétera, contra esas políticas. Dicho sea de paso, la ministra “mano izquierda Decibe” dedicó buena parte de su gestión a camuflar el sesgo regresivo de la descentralización educativa (una imposición del poder económico) mediante una retórica modernizante que escondía sus móviles esenciales (la caja, la desmovilización).
La gigantesca movilización nacional del sindicalismo docente impulsada por la Confederación de Trabajadores de la Educación Argentina (CTERA) que tiene su símbolo, pero para nada su única herramienta, en la Carpa Blanca, consiguió revertir en parte ese designio. Pero, igualmente, los fondos para educación están en muchas manos izquierdas (una por provincia) mientras que la economía nacional responde a una férrea lógica centralizada.
Roque, poco serio
Las manos derechas aducen ser serias. Pero el presupuesto que ahora recorta Roque era un dibujo falaz, urdido para satisfacer necesidades políticas del gobierno. Economía habló “para la tribuna” de un crecimiento que Roque –que tiene un posgrado en el exterior– sabía imposible. A la hora de la verdad también privilegió su política: poder a la policía, a la SIDE y al –todavía– principal operador del menemismo, Carlos Corach. La mano derecha cortó por izquierda, por donde siempre corta. La Cenicienta del gabinete se sorprendió por lo obvio y se fue.
Renunció llamando “querido presidente” a Carlos Menem. Carlos querido –otro que a la hora de elogiarse no ahorra ditirambos– no acusó recibo de sus quejas, por el contrario puso por las nubes el desempeño educativo del oficialismo. El Presidente se va quedando solo, sin gobernadores, sin operadores. Es coherente que también esté solito a la hora de fantasear una edad de oro de la educación pública, que antaño fue pilar de la integración y la movilidad social, dos marcas de fábrica de la Argentina de las tres cuartas partes de este siglo.
Un dato extractado de un reciente trabajo del sociólogo Artemio López (“Desempleo y pobreza en el Gran Buenos Aires (GBA), Equis, mimeo) debería disipar los fervores del Presidente y de su ex Cenicienta: de los 2.080.000 jóvenes y adolescentes residentes en el GBA con edades entre 15 y 24 años, la friolera de 504.000 “están en inactividad absoluta, es decir no trabajan ni estudian ni son amas de casa”. Un fracaso del sistema educativo y de la sociedad en su conjunto, mucho más digno del nombre de “caos” que un embotellamiento en la gran ciudad.
Decibe, en fin, se irá mascullando bronca contra su colega de Economía y contra su segundo Manuel García Solá. Cuentan los comedidos que García Solá no sólo no le avisó que la suplantaría sino que se hizo el enfermo cuando su ex jefa quiso sondearlo sobre el tema. Decibe podría extraer una moraleja educativa de ese episodio: esos códigos individualistas, carentes de solidaridad mínima y hasta de buenos modales (que la sublevan hasta las lágrimas cuando los padece en carne propia) son congruentes con el modelo de sociedad que este gobierno eligió y que ella avaló por largos años. La ex ministra cuestionará por ultras a los docentes que le dieron batalla no a ella sino a ese modelo por demás         excluyente. Pero, en verdad, la movilización     docente fue una oportunidad para la mano izquierda que ésta no supo o no quiso tomar.
La Alianza, cuya primera línea dirigencial hace rato que está alejada de la protesta docente (ninguno de sus principales candidatos participó del acto en que la Carpa recordó sus dos años) tiene una oportunidad para ocupar el rol de oposición que viene dejando vacante. Claro, para ejercerlo en serio debe pensar si su posible esquema de gobierno no es muy similar al actual y hasta qué punto las políticas sociales no son la quinta rueda de su carro. Y cuál es su potencial relación con el conflicto social (que CTERA encarna). Y en cuánto se diferencian sus posibles manos derechas de Domingo Cavallo o Roque Fernández.
Las peleas en Palacio siempre divierten, pero a menudo confunden. No es Decibe la gran perjudicada en estos días. Su salida hasta puede servirle como plataforma política futura. No es mal momento para despegarse del nememismo y tener un ligero aroma a Tony Blair ahora queda bien, aunque era anatema en 1993 cuando Decibe comenzó a fatigar el gabinete nacional.
Las reales víctimas, los que no son oídos, son los jóvenes que padecen la falta de interés del Estado en su formación. Y que –si todo sigue como hasta ahora– afrontarán una sideral tasa de desempleo cuando salgan a la calle y cobrarán jubilaciones irrisorias si llegan a viejos. El Estado benefactor (Q.E.P.D.) no sólo equilibraba asimetrías entre contemporáneos, era también –como definió el sociólogo francés Pierre Rosenvallon– “una gigantesca máquina de transferencia entre generaciones”. Cercenar la inversión educativa, así como renunciar a la renta petrolera futura (otra enormidad del actual gobierno) es hipotecar el futuro, una marca de fábrica del menemismo que ayer perdió a una figura secundaria pero para nada incongruente con su conjunto.
La ministra, que será suplida por el número dos de su equipo, es un episodio minúsculo que no alterará el desarrollo de un drama mayor: el de un país que impelido por las lógicas del mercado y de la caja (puro presente, puro interés sectorial) renunció a programar su futuro. Y que ahora (leáse desempleo, Edesur, seguridad, PAMI, crisis educativa) empieza a pagar los costos.

 

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