Página/12
en Gran Bretaña
Por Marcelo Justo
Desde Londres
Escocia
avanzó un paso hacia la independencia pero sigue siendo parte de Gran Bretaña. En las
primeras elecciones de un Parlamento escocés en casi 300 años, el Partido Nacional
Escocés (SNP) de Alex Salmond y del célebre 007 Sean Connery, cosechó su mejor
resultado electoral del siglo conquistando un 28 por ciento de los votos y 36 de los 129
escaños en juego. El laborismo, que prometió preservar la unión de Escocia con
Inglaterra y Gales, obtuvo 56 escaños y será la fuerza mayoritaria en el nuevo
Parlamento autónomo.
El partido de Tony Blair es el gran triunfador de la llamada superjornada electoral del
jueves. Además del Parlamento escocés, el laborismo ganó en las elecciones para una
Asamblea semiautónoma en Gales y fue el partido mayoritario en la renovación de un 80
por ciento de las autoridades municipales de Inglaterra. El gran perdedor es nuevamente el
Partido Conservador, que terminó tercero en Escocia y Gales, y que ve cada vez más lejos
sus días de una gloria que, bajo la égida de Margaret Thatcher, llegó a parecer eterna.
La super-jornada era una prueba de fuego para el Nuevo Laborismo que el
1º de mayo cumplió dos años en el poder y, en especial, para sus polémicos
planes de reforma constitucional de Gran Bretaña, que contemplan una paulatina
federalización del Reino a largo plazo. Escocia era el hueso duro de roer. El
nacionalismo escocés tiene una larga tradición que se remonta al momento en que su
Parlamento fue disuelto en 1707. El Acta de ese año, firmada bajo la presión económica
de la ascendiente Inglaterra, eliminó la independencia política de Escocia, que sin
embargo retuvo su sistema judicial, educativo y religioso (la presbiterana Iglesia de
Escocia), y una clara sensación de identidad nacional.
Los nacionalistas escoceses ven la recuperación de un Parlamento propio como el primer
paso de un proceso inevitable. El Parlamento nos va a mostrar el camino. Tarde o
temprano tendremos la independencia, declaró eufórico el líder del Partido
Nacionalista Escocés, Alex Salmond. El hecho de que un 64 por ciento del electorado haya
optado por partidos que promueven la unión no es un obstáculo para la tierra prometida
nacionalista: una nación escocesa en el concierto de países que forman la Unión
Europea. Una vez que los escoceses sientan que podemos funcionar sin problemas la
independencia va a ser inevitable, dijo Salmond. Los nacionalistas esperan que en
las próximas elecciones, dentro de cuatro años, los escoceses les den el voto
mayoritario que precisan para convocar un referendo. Nada sorprendentemente, el primer
ministro británico Tony Blair ofreció otra interpretación de las elecciones. Creo
que esto indica claramente que los escoceses quieren mantener la unión. El Parlamento
autónomo fortalecerá a Gran Bretaña, señaló Blair.
En Gales el debate es menos problemático. La unión con Inglaterra tiene
sólidos fundamentos económicos y el Partido Nacionalista, el Plaid Cymru, que obtuvo 17
de los 60 escaños en juego, no es independentista. La Asamblea tendrá una
semiautonomía, con menores atribuciones que el Parlamento escocés. No promulgará
leyes pero sí tendrá funciones normativas, es decir, decidirán cómo se gasta el
dinero, algo que hasta ahora se hacía desde Londres, explicó a la BBC el director
de estudios políticos de la Universidad de Cardiff, Barry Jones. Al igual que en Escocia,
la fuerza mayoritaria, el laborismo, necesitará una alianza con los partidos minoritarios
para formar un gobierno viable. En ambos casoslos liberal-demócratas, el tercer gran
partido de Gran Bretaña, son el candidato natural de un gobierno de coalición.
Los grandes derrotados de la superjornada electoral, los conservadores,
tuvieron un ligero consuelo del resultado de las elecciones municipales. Aunque no
consiguieron el número de concejales que tenían antes de las elecciones de 1995, durante
los estertores finales del gobierno de John Major, al menos recuperaron el control de 48
municipios. El líder partidario William Hague dijo que estamos otra vez en carrera
con los laboristas. Ni siquiera los ingleses le creen: sólo el 30 por ciento de los
electores se tomó el trabajo de concurrir a las urnas.
La historia
Por M. J.
Durante gran parte de estos casi 300 años el nacionalismo, que añoraba la patria perdida
a manos de los ingleses, convivió en el alma escocesa con un desembozado imperialismo. Un
curioso ejemplo de esa dualidad es visible en una de sus atracciones turísticas de
Escocia, el Castillo de Stirling, que muestra la estatua del héroe de los nacionalistas,
William Wallace (el Mel Gibson de Braveheart), a pasos de otra en homenaje al regimiento
escocés que aplastó sangrientamente un motín antiimperialista en la India en 1859. En
la práctica, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, el nacionalismo escocés fue más
un gesto sentimental que político, inspirado por el romanticismo decimonónico del
creador de Ivanhoe, Walter Scott, pero subordinado a las ventajas de la unión con
Inglaterra. Con la desintegración del Imperio Británico, el nacionalismo escocés cobró
bríos. Alzó realmente vuelo durante el gobierno de Margaret Thatcher, que usó a Escocia
como conejillo de indias de sus experiencias privatizadoras en los 80 a pesar de que
la mayoría de los escoceses habían votado en su contra.
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