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LOS ESCOCESES AHORA SE SIENTEN MAS EUROPEOS QUE BRITANICOS
El nacimiento de una nación

Trescientos años después de ser derrotados por las tropas inglesas,
los escoceses recuperaron su Parlamento en las elecciones del jueves pasado y se preparan para tomar posición como parte de la Comunidad Europea.

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El líder del Partido Social Demócrata escocés, Jim Wallace.
Su partido se aliará con el laborismo en el Parlamento escocés.

Por Andrew Graham-Yooll

t.gif (862 bytes) El jueves por la noche Europa vio nacer una nueva nación. Fue una noche interminable y el jolgorio ha continuado todo el fin de semana. Los pubs, de sur a norte, han visto la borrachera más patriótica que se recuerde desde 1945. La mayoría de los casi seis millones de habitantes de Escocia, lejos del sufrimiento en Serbia y Albania, ahora se perciben a sí mismos como europeos antes que británicos. Sin embargo, la elección que tardó tanto en llegar es más una federalización de Gran Bretaña que el desmantelamiento del Reino Unido. Legalmente, a los escoceses les tomó 293 años ser país. Desde el Acuerdo de Unión con Inglaterra en 1707, cuando el rey James VII de Escocia se convirtió en James I del Reino Unido, tutelado por ingleses y para terminar con la guerra, que no hay Parlamento escocés. Europeos se consideraron desde que el pretendiente al trono, Carlos Eduardo (1720-88), Bonnie Prince Charlie, buscó apoyo francés e italiano luego de ser derrotado por los ingleses en 1745.
El laborismo gobernante de Tony Blair, quien nació hace 46 años en la capital, Edinburgo, logró la victoria, si bien no usa una mayoría absoluta, con 56 bancas del total de 129 en el flamante Parlamento. Le siguió el nacionalismo escocés, con 35 bancas, lejos de la victoria en la que confiaban, y más atrás venían los conservadores, con 18, y el Partido Social Demócrata con 17, con tres bancas independientes. Más allá de si los nacionalistas hubieran podido independizarse de Londres (que sigue a cargo de las relaciones exteriores), surge del nuevo gobierno laborista un país con identidad propia.
La elección en Escocia termina con fantasías imposibles y complejos históricos. Es muy diferente a la votación en Gales, donde también ganaron los laboristas y lograron un segundo término los nacionalistas (Plaid Cymru). En realidad elegían un Concejo Deliberante expandido para la región. Con el voto escocés se termina con la imagen salvaje. Ya no es el país de Sir William Wallace (1270-1305), conocido ahora como el Braveheart de Mel Gibson. Tampoco es válida ya la figura heroica de Rob Roy MacGregor (1671-1734), a quien el novelista Sir Walter Scott (1771-1832) logró transformar en una especie de Robin Hood mucho más generoso en la ficción que en la realidad. Ambos personajes representaban algo entrañablemente escocés: el noble y valeroso fracaso. Hay en la transformación del carácter escocés ejemplos para los argentinos aunque parezca imposible esto en un país tan lejano y tan diferente.
Hubo un despertar político con esta campaña electoral. Debe recordarse que hubo un intento de autonomía o federalización en 1978, bajo el gobierno laborista que precedió al conservador de Margaret Thatcher, y fue un fracaso lastimoso que nadie quiere recordar. Esta elección fue precedida por un renacimiento cultural que valoró el talento, la iniciativa, y la innovación que han producido en las últimas tres décadas. Ya no van más las gaitas y polleras del folklorismo turístico. Las tradiciones ahora van en serio. El kilt (pollera), cuyo uso los ingleses prohibieron en 1745 y fue luego popularizado por Walter Scott, es un icono nacional.
Esto de ahora tiene que ver con cultura y nación, con identidad, pertenencia y autovaloración, como quizá solamente comenzaron a descubrirlo los católicos irlandeses cuando se percataron en los años ochenta que una nación es algo más que el debate sobre el divorcio y el condón. El escocés medio quiere superar la profunda división que ha existido entre ricos y pobres, entre los chetos de las mansiones de Edinburgo y los marginados de las pocilgas de Glasgow. Los escritores escoceses han marcado esta división con furia y horror. Desde el poeta Hugh MacDiarmid (seudónimo de Christopher Murray Grieve, 1892-1978), uno de los fundadores del nacionalismo escocés en los años veinte para luego correrse al marxismo, hasta el poeta Norman McCaig, los novelistas IanRankin, Alasdair Gray y Liz Lochhead, entre otros, todos han asumido una participación vigorosa en la lucha por una nación.
Para eso hubo que superar la dualidad, una constante de los escoceses, no sólo por la pobreza junto al terrateniente, sino en el rol de víctima de la rapiña externa, la explotación inglesa. Según el psicoterapeuta R.D. Laing, gurú de los años sesenta, el dualismo es lo que Escocia dio al mundo. Así se explica que un escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894) haya producido El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mister Hyde (1886). Y tal vez se pueda explicar que fueron investigadores escoceses los que dieron al mundo a la oveja Dolly, clonada cerca de Edinburgo.
Con todo este caudal cultural, mezcla de historia e ingenio, Escocia se prepara para dejar atrás a Londres y concurrir directamente a Luxemburgo para tomar posición como parte de la Comunidad Europea. Hasta ahora siempre se había sospechado de los ingleses y se despreciaba la descripción como británicos. De ahora en más los ciudadanos son escoceses. Hace tiempo que se había rechazado el mote de súbditos, si bien se acepta a la reina Isabel como jefe de Estado. Esta quizá sea otra dualidad más: los escoceses rechazaron a su propia nobleza por explotadora e inservible. A los únicos a los que se les prohíbe votar en Escocia es a los débiles mentales y a los nobles.
Hasta la Iglesia ha tenido que cambiar. El calvinismo del Kirk presbiteriano que tuvo tanto que ver con la autorrepresión en nombre de valores morales y conservadores, de golpe ha proclamado el reformismo. Era hora: de una feligresía de 1.200.000 en 1940, había caído a la mitad.
Un estribillo de estos últimos días reflejaba el cambio. El autor Robert Bontine Cunninghame Graham (1852-1936), otro fundador del nacionalismo, conocido como “Don Roberto” en el Río de la Plata, decía que los calvinistas escoceses “fornican con gran seriedad pero sin convicción”. En los pubs, el jueves a la noche, se escuchaba que “de ahora en más se coge contentos”.

 

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