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Por Juan Sasturain El clásico vivido desde la victoria. Basualdo es un hombre de suerte. Ayer, por ejemplo, estuvo todo el partido en la cancha y Boca, su equipo, ganó. No precisamente por eso, ya que estuvo sin estar: no jugó. Lo hizo así, sin querer durante ochenta y cinco minutos. En los últimos cinco, coherentemente, tampoco jugó porque Boca ya no quería jugar, pero esta vez a conciencia, cuando se juntaron con Riquelme para retener la pelota al estilo NBA, mirando desaforadamente el reloj. Era cuando se consumía el último pucho del partido y sólo cabía esperar que acabara de una vez. Basualdo es un hombre de suerte porque celebró y sigue celebrando casi casi de colado; Bianchi es un hombre de suerte porque presa de pánico táctico hizo un cambio por lo menos filipino (dejó a Basualdo, sacó al Mellizo) y ganó igual cuando estaba para el cachetazo y lo salvó una vez más Palermo; y, finalmente, Palermo es un hombre de suerte porque tiene la suerte de ser Palermo: un (rarísimo) delantero que tira al arco sin aviso y sin pudor. Y la emboca para Boca. El clásico vivido desde la derrota. Angel es un hombre sin suerte porque ayer estuvo todo el partido en la cancha, no jugó nada y su equipo perdió sin que él hiciera demasiado por evitarlo; además, se quedó todo el tiempo ahí, impotente de torcer el destino, y debe haber sufrido: Castillo, que entró un ratito, pudo y sufrió menos. Gallardo es un hombre sin suerte porque se jugó un partido bárbaro, quiso jugar siempre, pero no lo acompañaron bien y de qué sirve tanta polenta y sutileza; Ramón Díaz es un técnico sin suerte porque para eso también hay un cupo y ya se la gastó toda en títulos que hoy no cotizan en Bolsa: al rival se le lesionaron dos jugadores casi desde el vestuario y su equipo jugó un tiempo largo con uno de más, lo que lo dejó sin argumentos; algo fatal para un técnico que encima no acierta con los cambios. Netto es un hombre sin suerte porque -una vez que juega bien podría haber embocado uno de los tres pelotazos que intentó con fuerza y (sin) dirección. Es decir: River es un equipo sin suerte porque, si no ganó ayer, cuándo... El clásico vivido desde afuera. Desde la multicamilla boquense, Abbondancieri y Serna se sentaron doloridos para recibir las condecoraciones a los caídos en el campo del honor de una batalla (ganada). A Abbondancieri lo premiaron por salvar el 0-0 cuando el Netto I casi hace justicia parcial en ese mejor inicio de River; a Serna lo enmedallaron porque nadie se ganó, desde la época de Natalio Pescia, tan merecidamente los garbanzos y el aplauso por minuto jugado como los densos 18 que transpiró y puso el colombiano. En las duchas frías del local, el Mellizo Guillermo congeló su calentura con la indigerible receta táctica del bien común y Bermúdez buscó descanso para el desorden mental que le produjeron las emociones encontradas: el gol infrecuente, para la historia; le expulsión previsible para la estadística. Desde el reputeado lado externo de la raya, los jugadores de River que salían Berti, Berizzo, Astrada siguieron disputando su partido ya verbal, no resignaron el ida y vuelta, alcanzaron por lo menos el empate de insultos camino del túnel y de la última oscuridad. El clásico visto como fue. Tan clásico que fue casi su propia caricatura: nada de mereceres sino hechos: res, non verba. Boca ganó sin pudores, a lo Boca. Pero caminó sobre las brasas. Antes de cumplirse un minuto qué digo: diez segundos cualquier perceptivo se podía dar cuenta de que iba a ser una tarde complicada para el local: Riquelme recibió el saque de Palermo y se la dio, a su izquierda, a nadie. Colocó la pelota con su habitual sutileza entre Arruabarrena y Cagna, y casi se le va afuera. De sacarla por el lateral se encargó Samuel, que le pegó muy feo. Ese nerviosismo inicial y ese clima de inminente catástrofe duró exactamente veinte minutos, los iniciales, durante los cuales se fueron Abbondancieri y Serna y River jugó mejor. Y vino el gol, pero de Boca. La segunda mitad del primer tiempo fue lo mejor del campeón: enorme Ibarra(nunca así, antes: entendió de qué se trata), enchufándose Riquelme y el resto acompañando, hasta que lo echan a Bermúdez. Empezó el segundo con el estupor de la tribuna local ante el arrugue: todos atrás, cavando trincheras en la línea del área, y sin Guillermo. Penal, castigo y la noche que se venía... River lo tuvo, por lo menos en los gritos y en la sensación. Boca firmaba lo que le pusieran adelante para cerrar ahí. Pero de nuevo gol de Boca. Bah: gol de Palermo, en realidad, porque Boca el equipo no lo hizo con él. Después, como siempre, la jerarquía de Gallardo, la ceguera del resto, Ibarra y Samuel en la heroica y siempre Riquelme para cerrar la nota y la cancha: no hay como él, aquí y ahora.
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