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Por Eduardo Videla "Si hubiéramos tenido la menor idea de que en el libro de entradas (de la comisaría) había ese problema, ese libro no hubiera durado dos horas en el archivo, se le escapó al comisario Raúl Ojeda, que estaba a cargo de la seccional 9º de La Plata en agosto de 1993, cuando desapareció el estudiante Miguel Bru. La frase casi una confesión hizo recordar el célebre exabrupto del diputado Angel Luque cuando afirmó que, si su hijo Guillermo hubiera matado a María Soledad Morales, el cadáver nunca hubiera aparecido. Ojeda acusado de torturas posibilitadas por negligencia e incumplimiento de los deberes de funcionario público intentó ayer pasar por un comisario modelo y hasta lloró frente al tribunal. Los presos pedían venir a la novena, dijo, para desmentir las reiteradas denuncias de tormentos formuladas por ex detenidos. Lo mismo hizo el subcomisario Walter Abrigo, procesado por la muerte por torturas de Miguel Bru. Los dos se prestaron a las preguntas de las partes, a diferencia del suboficial Justo López, quien se limitó a decir ante el tribunal: Si estoy sentado acá, es porque me han traído los ladrones que he metido presos. La declaración de los policías imputados en el crimen de Bru generó expectativas: pese a realizarse un domingo, la sala de audiencias estaba colmada. Los acusados se habían negado a declarar al comienzo del juicio, y la decisión de hablar obedeció a un cambio en la estrategia de la defensa, encabezada por el abogado Alejandro Casal. Además de Abrigo, López y Ojeda, también habló el suboficial Ramón Ceresetto, acusado de fraguar el libro de guardia de la comisaría. El primero en sentarse en el banquillo fue el subcomisario Abrigo, jefe del servicio de calle de la comisaría 9ª. No sé quién es Miguel Bru, no sabía de su existencia, aseguró el policía, pese a que el estudiante lo había denunciado cuatro meses antes de su desaparición por un allanamiento ilegal. Abrigo consumió gran parte de los 70 minutos que duró su declaración en desvirtuar una decena de testimonios que lo señalan como responsable de apremios ilegales en la comisaría platense: precisó con lujo de detalles las causas penales que los involucraban y las razones por las que él los había detenido. En esa línea, el subcomisario sugirió una suerte de confabulación entre los detenidos, para involucrarlo en el crimen porque fue él quien los puso presos. El abogado de la familia Bru, Oscar Ozafrain, le recordó que ahora él está en la misma situación de aquellos, detenido por un delito. No es igual la manera de vivir de ellos que la mía. Ellos hacían su trabajo; yo hacía el mío, aclaró Abrigo. No nací de un repollo. Mi padre es policía y mi madre también. Y me quieren hacer decir que maté al hijo de un policía, dijo Abrigo, que por momentos se exaltó, levantó la voz y tartamudeó. La frase la dijo en alusión al padre de la víctima, Néstor Bru, quien sigue trabajando en la Policía Bonaerense. Ojeda, por su parte, aburrió durante casi 90 minutos con elogios a sí mismo. Afirmó que desde que se enteró por los diarios de que en la desaparición de Bru estaba involucrado personal de su comisaría, se preocupó por investigar personalmente lo que había ocurrido. En esa búsqueda llegó hasta Punta Blanca donde fueron halladas las ropas que pertenecerían a la víctima y sugirió que el cuerpo del joven desaparecido pudo haber sido devorado por los jabalíes que abundan en la zona. Al promediar su declaración, Ojeda se puso a llorar. Fue cuando recordó la declaración de una testigo, que lo acusó de pedirle dinero para dejar en libertad a su hijo, que estaba detenido. Si hubiera sido un comisario coimero, no tendría que estar ahora manejando un remís, dijo el comisario antes de quebrarse. Ojeda rechazó que en la 9ª se apremiara a los detenidos. Hasta les puse televisores en los calabozos, enfatizó. El comisario trastabilló, sinembargo, cuando hizo referencia al libro de guardia de la comisaría. En ese documento, en la hoja correspondiente al 17 de agosto del 93 el día que desapareció Bru aparece el nombre de un detenido escrito sobre un espacio previamente borrado. Los peritos determinaron que donde dice Fernández José Luis es muy probable que haya estado escrito el nombre de Miguel Bru, pues en el espacio borrado entran justo esas nueve letras. El libro de guardia constituye una pieza clave para la fiscalía: ante la ausencia del cuerpo de la víctima, el documento puede demostrar que el joven ingresó a la seccional, donde lo habrían matado. ¿Por qué, si hizo tantas diligencias sobre el caso, no tuvo en cuenta la irregularidad del libro? le preguntó a Ojeda el presidente del tribunal, Eduardo Hortel. Ya le digo, si hubiéramos tenido una idea de lo que iba a pasar, el libro no iba a estar más de un año en el archivo de la comisaría. Ramón Ceresetto, el suboficial que escribió el libro adulterado, se excusó con un argumento poco convincente: No sabía que ese borrón iba a causar tantos problemas. Tengo séptimo grado, y desconocía que el libro era un instrumento público.
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