The Guardian
de Gran Bretaña
Por John Gittings
Desde Hong Kong
Decenas de
miles de manifestantes tomaron ayer las calles de Pekín y de otras ciudades chinas,
estimulados por la inédita aprobación del gobierno a las manifestaciones más populosas
desde la de la Plaza Tienanmen en 1989. La policía formó un escudo humano para proteger
las embajadas y las residencias norteamericanas y británicas, pero no hicieron ningún
esfuerzo para evitar que piedras y pedazos de pavimento hasta una bomba
molotov fueran arrojados en las oficinas diplomáticas. Un vidrio le cortó un ojo a
un marine dentro de la embajada norteamericana. Los estudiantes universitarios se
reunieron con las familias para gritar Abajo el imperialismo norteamericano,
Hay que prohibir a la OTAN y otras consignas.
Algunos lloraban mientras llevaban fotos de sus tres compatriotas que murieron en
Belgrado. Otros con tiras blancas en su cabeza y levantando los puños lanzaban
insultos al presidente Bill Clinton y a la OTAN mientras proclamaban la consigna abstracta
de larga vida a la soberanía nacional. El embajador norteamericano en China,
James Sasser, dijo que él y sus funcionarios han sido rehenes en el edificio
por 48 horas. Casi inmediatamente después, anunciaron que la embajada estaba cerrada.
Durante todo el día de ayer, el edificio estuvo cercado por la multitud encolerizada. Los
manifestantes incendiaron una bandera norteamericana en la que las estrellas habían sido
reemplazadas por esvásticas.
En una declaración televisiva, el vicepremier chino, Hu Jintao, dijo que el gobierno
apoyaba las protestas, que reflejan el enojo del pueblo chino. Pero, en un signo de
nerviosismo oficial China se acerca al décimo aniversario de la masacre de
Tienanmen, el 4 de junio, Hu señaló que las manifestaciones no deben alterar
la estabilidad social. El gobierno chino dijo que se reservaba el derecho de
tomar medidas adicionales contra lo que llamó el acto bárbaro de
la OTAN. Los medios oficiales también despreciaron a las declaraciones del Pentágono
sobre el error en el bombardeo como un intento de encubrir el crimen.
La policía miraba mientras un coche era dado vuelta frente a la embajada norteamericana
en Pekín, pero hizo retroceder a los manifestantes que intentaban entrar en el edificio.
No me siento a salvo y no creo que nadie se sienta a salvo aquí, dijo un
funcionario norteamericano, dado cómo nos protegieron hasta ahora las fuerzas de
seguridad chinas. No los estamos agrediendo, dijo un manifestante en
Shangai, pero ellos mataron a tres chinos e hirieron a 30 más. Algunos
protestaban pacíficamente, encendiendo velas por los tres periodistas muertos, quienes
fueron proclamados héroes nacionales. Unos pocos gritaban larga vida a la
paz. Algunos estudiantes trataban de calmar a los que lanzaban piedras. Uno o dos
dijeron a los periodistas extranjeros que habían admirado a Estados Unidos, pero hasta
ahora.
Pero lo más omnipresente es la rabia patriótica, alimentada por la sensación de que el
territorio sagrado de la nación había sido violado. El bombardeo de la OTAN en Belgrado
volvió a encender las llamas del nacionalismo que, en un país que estuvo dominado por
poderes extranjeros durante más de un siglo, siempre está latente debajo de la
superficie.
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