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SUBRAYADO

Una deuda de sangre

Por Alfredo Greco y Bavio


t.gif (862 bytes)  Para los chinos, el bombardeo de su embajada en Belgrado por los misiles atlantistas fue “bárbaro”; para el presidente norteamericano, Bill Clinton, fue “una tragedia”. Los manifestantes que durante el fin de semana recorrieron las calles de Pekín en una protesta cuya espontaneidad fue incentivada por el gobierno parecían darle la razón. Clamaban que el “error de inteligencia” de la OTAN era una deuda de sangre: “Ustedes nos mataron, ahora los matamos a ustedes”.
La primera revancha que los norteamericanos pueden temer de China es la quita de colaboración al proyecto de paz nacido en Bonn la semana pasada bajo la bendición de los rusos. En el Consejo de Seguridad de la ONU, el veto chino es la peor amenaza para la mejor solución diplomática propuesta hasta ahora para el conflicto. Las relaciones chino-norteamericanas llegaron así al peor momento de los últimos diez años. Y a esto se añade que el Senado de Estados Unidos confirmó el viernes la filtración de secretos nucleares de Los Alamos a Pekín.
Si la crisis de Kosovo recordó a los analistas los preliminares balcánicos de la Primera Guerra Mundial, en la conexión china resuena otro de esos antecedentes. Las mismas calles de la India, que en 1998 llenaron multitudes enfervorizadas por los triunfos nucleares, se vieron invadidas en 1905 por las que salieron a festejar el primer triunfo de Asia sobre Europa en el siglo XX: la victoria de Japón sobre Rusia. El Kaiser alemán, que como Hitler o Churchill era pintor amateur, hizo unos cuadros alegóricos sobre lo que se llamó entonces el peligro amarillo.
El hecho de que el futuro de China sea impredecible a corto plazo siempre inquieta a los norteamericanos. El régimen encabezado por Jiang Zemin es oligárquico –en China hay más de un millón de millonarios–. El Partido Comunista está al frente de la oligarquía en un momento en que el comunismo ha perdido toda eficacia revolucionaria e ideológica. Pero ha sabido mantener el orden en el país y contener casi sin dificultades mayores las consecuencias económicas negativas de un boom económico sin precedentes. Una legitimidad no muy desemejante a la que invocaba en Chile el general Pinochet. Como la democracia se obstinó en gritar ausente con aviso, Washington se limitó a protestar. Ahora el tono cambió, y ayer Clinton envió a Jiang una carta de disculpas. Una vez más, el peligro amarillo no se puede mantener a prudente distancia. Y, si no se quiere retrotraer la situación diplomática de la guerra a seis semanas atrás, habrá que asociar a China a las negociaciones.

 

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